Sábado 16 de Enero de 2010 20 > Carta de Lectores
Cataclismo en Haití

No hubo forma de impedir, o de prever, el terremoto devastador que el martes pasado asoló al pequeño país antillano de Haití, pero el tendal de muertos y heridos ha resultado ser tan enorme porque, habitantes de un país paupérrimo y pésimamente gobernado que en lugar de un Estado propiamente dicho tiene una burocracia tan ineficiente como voraz, los haitianos están entre los más vulnerables de la Tierra. Aunque la destrucción masiva que causó el terremoto fue inevitable, se vio agravada porque los haitianos no habían tomado las precauciones mínimas imprescindibles para quienes viven en zonas sísmicas. En 1994, cuando un terremoto de magnitud similar provocó estragos en la localidad de Northridge, California, sólo hubo 72 víctimas mortales, en parte debido a la menor densidad de población pero también a que los edificios estaban construidos para resistir los temblores y el Estado local funcionaba. Asimismo, por contar California con infraestructura adecuada, la ayuda llegó muy pronto. En cambio, aunque un centenar de países se movilizó rápidamente para dar asistencia humanitaria a los haitianos, sus esfuerzos se han visto jaqueados por el estado lamentable de las comunicaciones y por la falta de un gobierno operante. El existente, el del presidente René Préval, ha sido totalmente desbordado por la catástrofe, lo que ha obligado a Estados Unidos a encargarse de las comunicaciones aéreas mientras que la ONU, sus efectivos reducidos por la muerte de 36 miembros de su equipo permanente en Haití, está intentando mantener a raya la anarquía, con el resultado de que el país se ha convertido en un virtual protectorado de la "comunidad internacional".

Se trata de una situación que sin duda será pasajera, ya que a ninguna otra nación o grupo de naciones le interesa asumir la responsabilidad de administrar por mucho tiempo, aunque fuera de manera indirecta, un país caótico y pobre como Haití. En la actualidad, es tan fuerte la oposición a cualquier variante del colonialismo, aun cuando estuviera bajo la égida de la ONU, que los habitantes de "estados fallidos" como Somalia y otros en África se han visto abandonados a su suerte incluso por las organizaciones caritativas que no están en condiciones de garantizar su propia seguridad. Puede que el colapso de la siempre precaria autoridad del gobierno de Préval sirva para poner en tela de juicio los principios así supuestos, pero no es demasiado probable que cambie mucho, ya que los más convencidos de que las penurias de pueblos como el haitiano se deben a la malignidad del orden internacional también insisten en que es forzoso que se valgan por sí mismos aunque sea evidente que no están en condiciones de hacerlo.

La comunidad internacional ha reaccionado con generosidad. Nuestro país ha estado entre los protagonistas por ya tener en el lugar del desastre un hospital de campaña que suministraba ayuda valiosísima antes de agotarse hasta el hilo de sutura, aunque reanudará su trabajo en cuanto lleguen más insumos. El que la asistencia se haya demorado no puede atribuirse a la falta de voluntad o de eficacia de los dispuestos a ayudar. Es consecuencia del subdesarrollo extremo y de la ausencia de un Estado capaz de cumplir sus funciones básicas, deficiencias que en los próximos días podrían provocar más muertes que el terremoto mismo. Remediarlas es esencial, puesto que de lo contrario los haitianos seguirán pagando un precio terriblemente alto por desastres naturales que en otras partes del mundo tendrían un impacto menos doloroso. Por lo tanto, no serán suficientes algunas semanas de ayuda internacional que concluya luego de restaurarse cierta normalidad. Mal que bien, países como Haití precisarán contar durante años con una presencia extranjera más fuerte que la que se daba antes del terremoto, una que, además de hacer posible la construcción de una infraestructura apropiada para los tiempos que corren, ayude a modificar la cultura cívica. A juzgar por la capacidad mostrada por sus compatriotas que viven en América del Norte y Europa, como individuos, los haitianos no carecen de las aptitudes necesarias para prosperar en el mundo actual, pero no obstante ello el país sigue siendo el más pobre, y el más proclive a caer en el caos, del hemisferio occidental.

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