No es fácil encontrar la palabra justa para calificar las vicisitudes más recientes de la cada vez más accidentada gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Tal vez la más expresiva sea la francesa "dégringolade"; la emplean los galos y sus admiradores cuando todo parece venirse abajo, un desacierto lleva a otro y cunde el malestar hasta que un día la sociedad se entera de que se ha equivocado de rumbo al internarse en un callejón sin salida, o sea, en un impasse.
Lo triste es que todo pudo haber sido muy distinto. De haber entendido Cristina desde el vamos que en la Argentina no funcionaría una diarquía y que por lo tanto le era esencial mantener bien alejado de las palancas del poder a Néstor, no se habría metido en el berenjenal en que está atrapada, pero cada familia tiene su propia cultura y parecería que en la suya el hombre manda y la mujer obedece.
En cuanto al feminismo que Cristina reivindicó en el transcurso de la campaña electoral, pronto se hizo evidente que no incidiría en su conducta como presidenta. Para hacer todavía más incómoda su situación, su cónyuge, el "primer ciudadano", se sentiría obligado a asegurar a todos que no tenía ninguna intención de permitirle gobernar como una mandataria auténtica. Los resultados del pacto no escrito matrimonial que ambos eligieron respetar están a la vista.
La disputa rencorosa en torno a las reservas es un buen ejemplo de lo que suele suceder cuando un gobierno se pone a actuar sin ton ni son. Si en los próximos días Cristina se las arregla para desalojar al "okupa" Martín Redrado, probará así que la autarquía del Banco Central es una ficción y de este modo les abrirá las ventanas a las bandadas de buitres que están revoloteando sobre la Plaza de Mayo. Si no logra hacerlo, su autoridad ya mermada sufrirá un golpe macizo aunque, eso sí, las reservas estarán a salvo porque el mundo habrá entendido que la independencia del Banco Central no es una mentira.
Puesto que según Cristina el Fondo del Bicentenario serviría para convencer al mundo de que el Estado argentino está resuelto a salir del aislamiento financiero saldando sus deudas con quienes optaron por rechazar el canje impulsado por Néstor, para que consiguiera su objetivo lo más conveniente sería que Redrado se mantuviera en su cargo, pero a esta altura los costos políticos de resignarse a respetar las reglas formales serían tan tremendos que dicha alternativa no está en los cálculos de nadie.
De no ser por la sospecha generalizada de que los Kirchner están más interesados en usar las reservas nacionales para una campaña política alocada que en fortalecer la economía nacional, la voluntad de Cristina de "normalizar" la relación del país con el mundillo financiero internacional merecería el apoyo de muchos que entienden que el llamado "modelo" es un bodrio. Después de todo, Cristina tiene razón cuando dice que es "imperioso" que el país se reconecte con los mercados de capitales: el precio del aislamiento que siguió al default jubiloso ha sido muy pero muy elevado. También la tiene cuando señala que no sirve para nada continuar procurando distinguir entre deuda legítima e ilegítima.
Se trata de un tema inagotable para quienes en otras épocas se hubieran entregado a controversias teológicas, pero las desventajas prácticas de tomar en serio las conclusiones de los polemistas más vehementes resultarían tan grandes que sería mejor olvidarlas. Como dijo la presidenta: "Hemos escuchado demasiado a muchos que nos prometían revoluciones, cambios y transformaciones y cuando llegaban eran sólo falta de trabajo, miseria, palo y a la bolsa". ¿A quiénes aludía? Puede que a Hugo Chávez y Fidel Castro, ya que en la Argentina los más propensos a rebelarse contra las reglas económicas mundiales han sido los peronistas y, si bien de forma menos agresiva, los radicales.
Cristina optó por desempeñar el papel de defensora del sentido común justo cuando el gobierno que encabeza dejaba perplejos a tirios y troyanos al hacer gala de un grado de impericia realmente extraordinario. Parecería que todo queda en manos de un puñado de personas, lo que los norteamericanos llaman "un gabinete de cocina", conformado por la presidenta y su cónyuge que, desde luego, siempre tiene la palabra final, además, es de suponer, del secretario de Legal y Técnica Carlos Zannini y el infaltable secretario de Comercio Guillermo Moreno. Para juristas y constitucionalistas vinculados con distintas facciones opositoras, los decretos improvisados por este equipo están tan atestados de errores de todo tipo que sería utópico hablar del imperio de la ley.
Como suele suceder cuando personas de instintos autoritarios se ven abrumadas por dificultades de toda índole, los Kirchner y sus partidarios se han proclamado víctimas de una conspiración. En esta ocasión, no se trata sólo de "Clarín" y algunos despistados que sienten nostalgia por el Proceso militar sino de algo mucho más temible, ya que el complot que denuncian tiene dimensiones planetarias. Al igual que la sinarquía que en los años setenta mantenía en estado de alerta permanente a peronistas de todos los pelajes, los conjurados tendrán su base de operaciones en el exterior, quizás en Nueva York, donde jueces que son "embargadores seriales" están detrás de maniobras destinadas a hacer caer a quienes están luchando denodadamente por defender al país de las garras foráneas y sus siniestros aliados locales, aquellas "ratas del Riachuelo" que periódicamente salen de la mugre para morder a los buenos pa- triotas.
Aunque las denuncias fogosas en tal sentido que formulan Cristina, Néstor, Amado Boudou y otros personajes no ayudan a aclarar lo que está sucediendo en el país, sí echan luz sobre el estado mental de los principales miembros del gobierno. Están desesperados. Dadas las circunstancias, lo mejor que podrían hacer sería tratar de brindar una impresión de tranquilidad glacial, pero parecería que temen que, si lo intentaran, la gente lo tomaría por un síntoma de debilidad, de ahí los ataques furiosos con los que procuran ahuyentar al ejército de fantasmas, dignos de la imaginación de Macbeth y su esposa pero por fortuna mucho menos mortíferos, que los está hostigando.
¿Lograrán salvarse? Es posible, puesto que a Julio Cobos y los demás conspiradores no les interesa para nada llegar al poder antes del 2011, pero si el gobierno realmente quiere sobrevivir tendrá que recuperar el equilibrio muy pronto. Caso contrario, no tardará en autodestruirse.
JAMES NEILSON