Tiger Woods en un santiamén mutó de ser héroe a villano. De celebridad impoluta pasó a ser un presunto adicto al sexo retirado temporalmente de los campos de golf.
André Agassi confesó recientemente haber ingerido drogas y hasta usado pelucas en pleno fulgor de su reinado tenístico. Michael Phelps admitió su pecado de juventud al haber fumado marihuana en una reunión social.
En el ámbito local, la lista de ignotas "botineras" en busca de fama y sustento cada día es más extensa. De tanto en tanto se conocen "episodios" nocturnos que tienen como principales protagonistas a deportistas famosos. Mucho se habló en su momento del paso de David Nalbandian por los carnavales de Gualeguaychú, cuando aún no habían cicatrizado las heridas de la dura derrota en la final de la Copa Davis.
Las flaquezas humanas no son juzgadas siempre del mismo modo. Muchas veces dependen de las circunstancias de persona, tiempo y lugar. Mas en el caso del deporte el reproche social tiene caracteres propios.
Tales consideraciones llevan a preguntarnos: ¿debe un deportista rendir cuentas de lo que hace fuera de su actividad específica? ¿Cuál es el límite entre la vida pública y privada de un deportista famoso?
Como principio general podría afirmarse que quien abre o cierra las puertas de su intimidad es el propio deportista. Más cuando éste se presta al juego de la exhibición; difícilmente luego pueda salir airoso de tal mara- ña. El caso Fabbiani es el emblema típico de un hombre que trascendió mucho más por aspectos extradeportivos que por su magra producción futbolística.
Luego, como dice sabiamente Serrat: "Cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere". Nuestro sistema jurídico adhiere a tal verdad, recordando que "las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan el orden y la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados" (artículo 19, Constitución nacional).
Pero en el caso del deporte, cuando los trapitos o sudaderas se exponen al sol, suelen destilar un aroma que se diferencia de otras fragancias. Es más, podría decirse que tan singular perfume es más sensible al olfato popular.
Ello se debe a múltiples factores. En primer término el deporte conserva una lógica sustentada en valores. En segundo lugar, la práctica deportiva está basada en la disciplina y el fair play. Luego el atleta es, como pocos, un eximio conocedor de las reglas de juego y, finalmente, muchos de ellos buscan a través del deporte la gloria.
No olvidemos que, detrás de los íconos del deporte, se encolumnan muchas veces los sueños e ilusiones de la gente. Hay entonces en el deportista de raza un compromiso social trascendente que lo acompaña a lo largo de toda su carrera.
Puede que tales condicionamientos obliguen a una vida más austera y reservada, pero así son las reglas del juego. En definitiva el respeto a tales premisas puede deparar también beneficios, emparentados con la consideración social y/o el acompañamiento de auspicios.
Mas, a mi entender, en el núcleo de la cuestión subyace una dura condena contra el doble discurso. La gente da las espaldas a quien le vende gato por liebre. A su modo, sin mesas ni escrutinio, el público vota y reprocha a quienes tras una postura pulcra y sin mácula esconden un trasfondo poco transparente.
La falta de autenticidad que diluye el ideal proyectado es particularmente una espada de Damocles en la vida del deportista.
No se exige del atleta votos de castidad, vida célibe o reclusión de convento, pero sí al menos que no venda un buzón envuelto con el celofán de su imagen.
Volviendo al caso Woods, muchos de sus auspiciantes -Gatorade, Gillette, Consultora Accenture entre otros- le han quitado su apoyo. Lo hicieron por las pérdidas que la conducta del golfista les ha reportado, por no representar al producto y además porque dicho retiro les da ante sus clientes un nuevo impulso de credibilidad.
Por ello repica en la memoria el latiguillo del viejo tendero Cosme: "La buena tela nunca cederá ni desteñirá... ni aun cuando se exponga al sol".
Marcelo Antonio Angriman (*)
(*) Abogado. Profesor Nacional de Educación Física
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