| Es imposible vaticinar el desenlace del embrollo grotesco que ha conseguido crear el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pero no cabe duda alguna de que el costo de los estropicios que ha provocado será muy pero muy alto. Una medida fuerte que, según sus promotores, serviría para restaurar la confianza tanto externa como interna en la voluntad y capacidad del país de hacer frente al pago de vencimientos de la deuda pública ha tenido un efecto diametralmente opuesto al presuntamente buscado. Lejos de hacer de la Argentina un país más previsible, la jugada ha dado pie a una crisis política tan grande que podría tener consecuencias económicas sumamente graves. Si hay una cosa que odia el capital, ella es la incertidumbre; no sorprendería que en los días próximos se pusiera en fuga. Ya antes de producirse esta nueva manifestación de torpeza oficial, los empresarios eran reacios a invertir y quienes administraban los fondos de inversión internacionales nos boicoteaban. A menos que todo se aclare muy pronto, el impacto en la vida de millones de personas no tardará en hacerse sentir. En la raíz de la debacle está el "estilo K", una forma de gobernar que se basa en la noción de que el presidente o la presidenta Kirchner tendrían derecho a comportarse como monarcas absolutos sin preocuparse por nimiedades como la legalidad. Por desgracia, mientras Néstor Kirchner estuvo en la Casa Rosada buena parte del país consentía la modalidad primitiva así supuesta, ya que sus partidarios dominaban el Congreso y, como suele suceder cuando el caudillo de turno cuenta con la aprobación mayoritaria, la Justicia propendía a ser pasiva ante los atropellos de quienes estaban en el poder, de ahí la lentitud exasperante con la que se tramitaron las muchas denuncias de corrupción oficial. Aunque andando el tiempo aquella situación penosa cambió, como confirmaron la rebelión del campo primero y, después, los resultados de las elecciones legislativas del 28 de junio del año pasado, los Kirchner no mostraron interés alguno en reconocer que tendrían que acostumbrarse a gobernar como si la Argentina fuera una democracia normal. Si bien es evidente que Néstor Kirchner y su esposa son los responsables principales del galimatías político-jurídico actual, el resto de la sociedad contribuyó mucho a la crisis al permitirles suponer que siempre les sería dado mofarse de las reglas formales. Como decía Juan Domingo Perón, la culpa no es del chancho sino de quienes le dan de comer. Mal que nos pese, la democracia no puede funcionar debidamente en ningún país a menos que una proporción sustancial de los ciudadanos, sobre todo los vinculados con instituciones políticas, sindicales y empresariales, además de los llamados intelectuales, anteponga la defensa de las reglas básicas a las presuntas intenciones de los proclives a pisotearlas. Durante años, quienes aprobaban el hipotético progresismo de los Kirchner, entre ellos muchos que terminarían trasladándose a la oposición, pasaron por alto su desprecio evidente por las formalidades democráticas y legales. Los perjuicios ocasionados por tanta miopía ya están a la vista y, tal y como están las cosas, parece inevitable que sigan multiplicándose. La reyerta entre los Kirchner y el presidente del Banco Central, Martín Redrado, las presiones matonescas de las que ha sido objeto la jueza María José Sarmiento que lo repuso en el cargo luego de que Cristina lo destituyera, el desaire al Congreso supuesto por el intento de esquivarlo, las palabras autocompasivas sobre una "conspiración" en marcha que fueron pronunciadas por el ex presidente Néstor Kirchner, además de las intervenciones poco felices del ministro de Economía, Amado Boudou, y el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, han afectado de manera terriblemente negativa la reputación internacional de nuestro país. A ojos de casi todos -incluyendo, es innecesario decirlo, a muchos millones de argentinos-, el episodio desgraciado que estamos protagonizando es prueba suficiente de que nunca podremos salir del pozo profundo en que nos las hemos arreglado para hundirnos. Hay que esperar que quienes piensen así se hayan equivocado, pero hasta que nuestros gobernantes logren actuar con mayor sensatez las dudas en cuanto al futuro nacional persistirán. | |