Lunes 11 de Enero de 2010 Edicion impresa pag. 27 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Sandro, Rudy y yo

Sentada frente al mar, un beso yo le di. Después le dije adiós, todo termina aquí, y él me dijo así: abrázame y verás? ("Puerto Montt", Los Iracundos).

Tenés razón, Sandro. Terminó tu etapa física, esa mixtura de coraje, transgresión, humor, canción, erotismo. Empezó el mito. Así que, sentada frente al mar de Playa Unión, Chubut, te mandé un beso, Gitano.

Estuve en el avión-ambulancia hasta Mendoza. Bebí cada palabra del cirujano jefe y, cuando no sabía, le preguntaba a mi hermana Margarita; ésa sí es una de tus nenas. Debo aclararte: no fui de tus admiradoras permanentes. Si de algunas canciones, Penumbras, Las manos, Te propongo, Trigal.

Y el seguimiento, el ¡Fuerza Sandro!, empezó a tener un conocido tinte angustioso, que no podía identificar. Hasta que escuché la palabra clave: SEPTICEMIA. Ah, Sandro. Ahí, cuánticamente, tu lucha y la de Rudy, mi hermano, mi amigo, fue la misma. Su garra y la tuya, y esa terapia incolora inodora insípida y yo agarradita de su mano y él que se saca la mascarilla y su respiración era un sonido atronador (aterrador) y me dice "tengo que poder respirar solo para ganarle a este bicho de mierda". No le ganó. No le ganaste. Se quedaron ahí, crucificados en una cama blanca: abren cierran meten tubos duermen dan suero sentarse respirar no pueden vuelta a empezar... (¡y ninguna piadosa lanza puso fin!)

Escuchame bien ahora, por favor. Porque te voy a contar lo que me diste a mí. Yo tenía un castillo muy bien construido; gozosa, rencorosa, ferozmente construido, unido ladrillo a ladrillo por la argamasa del verbo imposible, el pretérito que te fija en el dolor, el que no te permite dejarlo ir: si lo hubiera agarrado de entrada un clínico del calibre del Dr. Salto, padre o hijo, para intuir que dentro de él pasaba algo más que un poco de fiebre (y cuando se dieron cuenta el bicho -el neumococo B- ya lo había comido por dentro); y si de entrada hubieran tenido esos médicos de renombre la humildad de reconocer que este caso los superaba; si Rudy no hubiera sido una especie de ilustre prisionero de su nombre, a ver quién lo curaba; si hubiera sido un Pérez cualquiera que hubiera ido al hospital de Cipolletti, con un equipo de terapia ducho en trincheras hostiles, cuyo entonces director exigió, fundamentó, rogó, llevárselo porque él había tenido el virus Hanta y vivió para contarlo y tratar estos ejemplares de la muerte; si yo me hubiera dado cuenta cuando lo vi revolverse en una cama, yo que soy su hermana mayor, que lo llamaba para hacer los mandados que me ayudó tanto en las épocas bravas... ¡ah verbo terrible, destructor como la septicemia!

Quizás Rudy no llegó, como vos, tan deteriorado. Bastante, sí. Glucosa alta, caldo de cultivo ideal para el bicherío microscópico, stress, la vida a mil... Pero resulta que te siguen los mejores médicos y cirujanos del país hace años, y te consiguieron el trasplante y luchaste como un loco, como arriba de un escenario -abismo, y cuando se sucedieron las operaciones y se terminó la joda, ah, entonces ya galopaba la Peste, mutado jinete del Apocalipsis. Vos dijiste basta, Rudy dijo basta, Alguien dijo basta. Así que te debo mucho, Gitano. Un Ángel severo y sabio empezó a destruir de un plumazo mi castillo de rencor-culpa y me mostró el rostro de la Muerte, que es de todos; y me recordó que así se construye la Alegría.

Te la debo, amigo. Eternamente.

 

MARÍA EMILIA SALTO

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