| NUEVA YORK (DPA) - Su obra eran círculos, una y otra vez círculos. La mayoría de las veces en amarillo y rojo, a veces en azul y verde, en grandes lienzos blancos o sobre fondos oscuros, con bordes definidos o borrosos, como un gran blanco. Con sus "circles", Kenneth Noland se convirtió en uno de los pintores estadounidenses más significativos del siglo XX. Este martes, murió a los 85 años de cáncer en su casa en el estado de Maine. Quizá, sin la Segunda Guerra Mundial, nunca habría habido un pintor como Noland. Sin embargo, gracias a la "G.I. Bill", que abrió las puertas de la universidad a quien hubiera participado en la guerra sin distinción de origen ni formación, estudió arte a su regreso. En el Black Mountain Collegue, justo al lado de su lugar de nacimiento, Asheville, en Carolina del Norte, asistió a clases cuando contaba con docentes como Walter Gropius, Willem de Kooning, John Cage y por momentos Albert Einstein. Sin embargo, quien más impresión causó en Noland, al igual que en sus compañero un año menor, el pionero del pop-art Robert Rauschenberg, fue Josef Albers. El artista, que tras el cierre de la Bauhaus por parte de los nazis huyó a Estados Unidos, formó a los jóvenes en el "color field painting", que apostó por la interacción entre los colores. Grandes lienzos o incluso simples paredes eran pintados con pocos o incluso con un único color. El "color field" fue la respuesta estadounidense a la influencia de lo moderno traído por quienes regresaban de la guerra, y sobre todo por los emigrantes que cruzaron el Atlántico. Noland se convirtió en uno de sus representantes más importantes y pionero de una pintura que llevó a la nueva potencia mundial Estados Unidos también al escenario mundial artístico. Sus primeras exposiciones las realizó en París. El éxito le llegó en Estados Unidos, en Nueva York y Washington, donde después de dos décadas impregnadas por la crisis económica y la guerra, una nueva generación estaba ansiosa por un arte innovador. Noland les dio sus "círculos" y sus "líneas": formas claras con pocos colores claros, que provocaron una y otra vez la pregunta "¿Se supone que esto es arte?". Sí, era arte, y con él Noland y Barnett Newman, Mark Rothko y Clyfford Still entusiasmaron al observador como una generación antes hicieran Paul Klee y Joan Miró. El sello propio de Noland fue el "soak stain", pintar en lienzos no preparados especialmente. La tela absorbe el acrílico como un papel secante y no se convierte en portadora del color, si no en el color mismo. | |