| | | | | | Click para ampliar | | Marilú Marini estuvo en el país con la obra "Invenciones", sobre textos de Silvina Ocampo. | | | Marilú habita Buenos Aires al filo del otoño europeo y se da el gusto de actuar en su idioma. Así ocurrió desde julio hasta octubre pasados, en el Teatro Presidente Alvear, con "Invenciones". Uno de los acontecimientos teatrales del año que terminó, en el que la gran Marini trabajó textos de Silvina Ocampo provenientes de "Invenciones de un recuerdo", escrito del 60 al 87 y editado en el 2006, y de "Ejércitos de la oscuridad", 1969-1970, materiales íntimos de la narradora, poetisa y traductora porteña, a los que se agregaron entrevistas y dos sonetos de su autoría. En "Invenciones", una frase de Silvina Ocampo, resuena en boca de Marilú Marini: "A veces me da miedo transmitir directamente lo que pienso cuando estoy callada, o no poder transmitirlo cuando lo defino con palabras". En su encuentro con "Río Negro", la actriz argentina radicada en París, define claramente lo que piensa, sueña, goza. "Lo que hago siempre está destinado a desarrollarme, a expandirme, a llevarme hacia una plenitud. Pero también se necesita pasar de un cierto registro a otro, para poder enriquecer y almacenar distintas experiencias que alimentan la labor final. Ese sería el sentido del ocio, dejar el trabajo específico en sí y pasar a otras actividades. Pero es cierto que lo contemplativo es una actividad que en nuestra sociedad está bastante dejada de lado y observada como algo que relacionado con el pasado. El presente y el futuro se ven llenos de actividades, de eficiencia, de inmediatez, de eficacia. Todo tiene que ser directo, los resultados tienen que estar ya." -El acercamiento a una larga serie de personajes, de situaciones en los escenarios, la debe haber obligado a mirar, a observar profundamente aspectos personales duros, difíciles, negados, ásperos. -Sí, eso es lo interesante de este oficio. Lleva a límites que uno no admite o no acepta. Yo me quisiera perfecta, dentro de todos los cánones, como se debería y tal vez no es así. Estamos llenos de contradicciones, de violencias que no salen a la luz cotidianamente, pero ahí están. Y en tal caso, hacer un personaje significa tener la valentía y el coraje de ir hacia esa zona más prohibida, más perversa, más oculta que uno censura mucho, y lo cultural y social también censuran. El teatro permite actuar todo eso, en el sentido de sacarlo, reencarnarlo, encarnarlo a través de distintas máscaras, de diferentes personajes. Pero, justamente, hay que tener el coraje no de componerlo, si no de hacerlo. Existe una diferencia enorme entra ambas situaciones. No es hacer como sí, es hacerlo y eso lleva a aventurarse, a zambullirse en uno mismo de un modo corajudo. A veces tirando por la borda cierta cantidad de comodidades que uno se ha forjado, de actuaciones, de conductas que uno se ha fabricado para circular en la realidad cotidiana. Pero eso es también lo interesante, lo fascinante del oficio éste: hasta donde uno puede ir? -Viéndola actuar, es claro que, aunque haya transitado dificultosos caminos en busca del personaje, el placer sostiene su trabajo. Disfruta haciéndolo? -Para mí actuar es fundamental, me da mucho gozo. Porque es una forma de comunicarme con los otros, de transmitir cosas, de hacer enlace con los demás, de ser el puente pasaje. Eso es siempre placentero. Ahora, también es un placer que se gana a partir de un trabajo muy riguroso. Lo que muestro a la gente es lo fluido, lo ligero, lo liviano, lo que se emite sencilla y directamente. Pero para llegar a eso, hay todo una tarea previa de afinación, de detección, muy delicada. No es fácil. Se requiere mucho rigor y ciertos ajustes técnicos; uno sabe cómo llegar a la gente, cómo vehiculizar los contenidos para que el público pueda aprehenderlos, sentirlos como reflejo de él mismo. Para eso hace falta precisión, ajustar, repetir una escena, un pasaje, muchas veces. Es una labor muy artesanal en la cual uno va perfeccionando, mejor aproximándose cada vez a lo que quiere transmitir y de qué forma hacerlo. -Recién hizo un gesto, luego la palabra tomó para otro lado, como si estuviera cociendo o? -Bordando. Más como una cuestión de orfebrería. Uno va cincelando, sacando, poniendo, hasta llegar a una decantación. Para el actor, después de la función, queda un momento de pico alto, con mucha adrenalina. Luego hay un gran bajón porque se vuelve a la realidad. No es que se vaya totalmente porque tiene que estar presente. Uno no puede volverse otro, el personaje, por completo; debe guardar conciencia de si porque de lo contrario se volvería loco. Para el actor queda el placer, en esa especie de cansancio, de ensoñación, de limbo que aparece tras la función, de haber hecho -según las noches- bien el trabajo, de haber ido hasta el fondo y que todo esté en orden. Eso gratifica mucho. Uno ha servido para vehiculizar, para transmitir y a la vez para dar una identidad al espectador que viene a vernos. Eduardo Rouillet eduardorouillet@ciudad.com.ar | |