| Por ser la presidenta Cristina Fernández de Kirchner autora de un "relato" que a esta altura muy pocos encuentran convincente, es comprensible que no le guste para nada la prensa nacional, buena parte de la cual no oculta su preferencia por otros que son radicalmente distintos del oficial, y que por lo tanto sea reacia a dejar pasar cualquier oportunidad para atacarla llamando la atención sobre sus presuntas deficiencias. Hace algunos días, la presidenta criticó a los medios locales con su vehemencia habitual por haber a su juicio exagerado el peligro planteado por la gripe porcina. Fue un ejemplo desafortunado. Si bien algunos medios se encargaron de asustar a la gente afirmando, según Cristina, que "nos íbamos a morir como moscas" a causa de la pandemia, otros asumieron una postura escéptica: a comienzos de junio del año pasado, señalamos que todo hacía pensar que el virus de la gripe porcina era "menos temible que la común con la que estamos habituados a convivir desde hace muchísimos años", de suerte que sería poco razonable dejarnos llevar por el pánico. De todas maneras, en aquella ocasión quienes más hacían para sembrar miedo en el país eran la presidenta misma y sus colaboradores que, entre otras cosas, no vacilaron en suspender los vuelos desde México y alargar las vacaciones de invierno en los colegios, privando así a los alumnos de más días de clase. Asimismo, en el mundo en su conjunto los más alarmistas resultaron ser los funcionarios de la Organización Mundial de Salud (OMS) que, como ya es su costumbre, procuraron persuadirnos de que nos veíamos frente a una plaga de dimensiones bíblicas. Parecería que tales funcionarios creen que siempre es mejor pronosticar lo peor, puesto que, en el caso poco probable de que un nuevo virus resultara ser tan letal como opinan los catastrofistas, nadie podría acusarlos de haber bajado la guardia. Aunque la presidenta aludía a los periodistas cuando afirmó que "ya hay demasiados aprendices y divulgadores de cataclismos", también se permitió amonestar a aquellos científicos que cumplen el mismo rol, lo que podría tomarse por una forma de decir que a su parecer sería mejor que los medios trataran con escepticismo las declaraciones de científicos que profetizan desastres descomunales, además, claro está, de las formuladas por funcionarios internacionales como el secretario general de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon, y políticos como el presidente norteamericano Barack Obama y sus homólogos de docenas de países que procuran mostrar que están tan aterrorizados como el militante callejero más histérico por los riesgos de todo tipo que, nos informan, tendrá que enfrentar el género humano en los años próximos. Puede que una mayor dosis de escepticismo por parte de la prensa sí fuera saludable, pero ocurre que el motivo principal por el que Cristina y su marido la odian tanto consiste precisamente en la negativa de los medios más importantes a tomar en serio sus improvisaciones ideológicas. Que a algunos medios de difusión les encante el sensacionalismo no es ninguna novedad. Siempre ha sido así y con toda seguridad siempre lo será. Lo que sí es preocupante es que tantos políticos, funcionarios internacionales y científicos supuestamente comprometidos con la búsqueda de la verdad estén claramente resueltos a brindar a los vendedores de emociones fuertes toda la materia que necesiten para pronosticar cataclismos tremendos. Lejos de destacarse por su ecuanimidad y su resistencia a dejarse influir por las profecías apocalípticas que están de moda, muchos dirigentes mundiales, entre ellos los más prestigiosos, están más que dispuestos a actuar como si realmente creyeran que a menos que tomaran medidas sumamente drásticas el futuro del planeta sería catastrófico. Huelga decir que Cristina es tan propensa como sus homólogos a caer en la tentación así supuesta. Al fin y al cabo, cuando la propagación por el mundo del virus H1N1 aterrorizaba a los impresionables y motivaba los pronósticos lúgubres de los voceros de la OMS, la presidenta no vaciló en ensañarse con los mexicanos, los que durante algunos meses fueron blancos de persecución hasta en China, y en cohonestar las declaraciones alarmantes del ministro de Salud, Juan Manzur. | |