Ya hablamos de las viejas ilusiones no cumplidas y que ya, por supuesto, jamás se cumplirán. Esos pedidos de juguetes más caros, de bicicletas, de Rasti, ya quedaron desactualizados, primero porque superé la edad de los juguetes y segundo porque tal vez muchas de las cosas que hubiera pedido, hoy no se conseguirían.
Igual, uno nunca se desprende de ese rol de rey mago imaginario.
Cuando es chico espera, cuando es más grande también espera satisfacer al menos en parte los pedidos de sus hijos y conozco muchos abuelos que imaginariamente se suben a un camello y salen en busca de los juguetes que tal vez jamás tuvieron.
Esa ceremonia del agua, los zapatos, el pasto, resulta tan increíble que me da la sensación que los chicos de hoy, con sólo poner en un buscador de internet la pregunta sobre si los reyes magos existen, se encontrarían con la respuesta tajante y miles de comedidos que les dirían la verdad.
Que la historia de pasto, zapatos, agua, camellos y demás, es sólo parte de la historia, pero que en años y años, generaciones y generaciones, los reyes jamás vinieron por acá y que todo lo que hayan recibido alguna vez de regalo, es atribuible a otros bolsillos, porque en definitiva de eso se trata, de bolsillos que pueden y bolsillos que no.
De no ser por el interminable bombardeo publicitario comercial, tal vez hasta esta tradición hubiera dejado de serlo.
Porque son los comerciantes los que, junto con las fábricas de juguetes, van generando necesidades que a lo mejor jamás se les cruzó por la mente a nadie.
Pero necesidades al fin, televisión de por medio, muchos acudimos a buscar "algo para los reyes", cosa de dejar bien parado el nombre de estos tres desconocidos que no sólo se toman el agua, comen el pasto y usan un rato los zapatos, sino que también se llevan los pocos pesos que quedaron en el bolsillo.
Claro, pasó la Navidad, el Año Nuevo, la infinidad de gastos y como golpe de gracia, vienen los reyes que hacen felices a muchos y dibujan sonrisas, pero que dejan cuotas por pagar y una estela de lamentos.
Pero no son ellos los culpables, sino nosotros mismos.
Me pregunto si los chicos que no tienen televisión, los que viven en parajes, los que forzados por economías de subsistencia, sabrían distinguir un día común a un 6 de enero.
Allí, todos los días son iguales, no se diferencia un sábado o domingo de un lunes o miércoles. Todos los días muestran el mismo paisaje, las visitas de viajantes o políticos son tan esporádicas que ni siquiera necesitan el almanaque.
Creo, que más allá de este rol de reyes imaginarios, somos los hacedores de las costumbres, de las tradiciones y aunque nos quejamos, las alentamos, buscamos a veces de donde no hay para satisfacer los pedidos de nuestros hijos, aunque no podamos con la marca y el modelo pedido.
Error o no, lo cierto es que la necesidad de regalar por un lado y la espera nerviosa por otro, forman parte de nuestros días y pocos o nadie se atrevería a dejar con las manos vacías a un chico. Sí, ya sé que muchos jamás recibieron un regalo de los reyes magos, pero los que tienen aunque sea unos pocos pesos, hacen que los reyes vayan aunque sea con un mini regalo.
En un escenario de desigualdades, habrá quienes reciban visitas el 5 a la noche y quienes no, pero vale la incomparable expectativa de los niños, vale la ansiedad y vale el pedido cumplido.
Del otro lado, sólo expectadores, que no son sólo expectadores los días de reyes, lo son toda la vida, desde que van a la escuela, al mercado, a la calle, donde las mismas desigualdades se reproducen por miles.
Jorge Vergara
jvergara@rionegro.com.ar