Aunque parecería que con escasas excepciones los economistas, empresarios y, desde luego, los funcionarios del gobierno kirchnerista, creen que en el 2010 la Argentina disfrutará de una tasa de crecimiento saludable cercana al 4% anual, la mayoría también prevé que, por enésima vez en la historia casi bicentenaria del país, la inflación alcanzará un nivel apenas tolerable, de entre el 15 y el 30%. Podría ser todavía más alto si, como muchos suponen, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner procura reconciliarse con la sociedad impulsando el crecimiento macroeconómico con los consabidos paquetes de estímulo. Según se informa, el marido de la primera mandataria quiere que en el 2010 se intensifique el consumo hasta tal punto que la expansión global llegue al 7% anual, algo que de acuerdo común sería incompatible con la estabilidad financiera. A juzgar por nuestra larga experiencia en la materia, el resultado del sobrecalentamiento políticamente motivado que Néstor Kirchner tendrá en mente sería un estallido inflacionario equiparable con los que tantos estragos provocaron en la segunda mitad del siglo pasado. Si nuestra desafortunada historia económica nos ha enseñado algo, esto es que tratar de dejar atrás la inflación haciendo crecer la economía a un ritmo frenético no puede sino tener consecuencias calamitosas. En efecto, la razón principal por la que la Argentina se expulsó a sí misma del pelotón de países relativamente ricos consistió en la incapacidad, al parecer congénita, de la clase dirigente de manejar la economía con el mínimo de disciplina necesario para impedir que la inflación se transformara en un mal crónico.
Combatir la inflación es sumamente difícil. Siempre requiere medidas dolorosas -"ajustes"- que son resistidas por los perjudicados, comenzando con los empleados estatales, los que suelen contar con el apoyo decidido de los muchos políticos, intelectuales y otros que se las han ingeniado para convencerse de que debería ser posible estabilizar la economía sin que nadie, salvo algunos ricos, tenga que sufrir inconvenientes. Fue por eso que durante cincuenta años gobiernos peronistas, radicales y militares optaron por convivir con una tasa de inflación que estaba entre las más altas del planeta y que esporádicamente dio pie a espasmos hiperinflacionarios. Para terminar de una vez con el flagelo, el gobierno del presidente Carlos Menem puso en marcha el plan de convertibilidad, el que funcionó muy bien por algunos años pero que se vio desvirtuado porque los dirigentes políticos no pudieron, y no quisieron, curarse del hábito de gastar como si la Argentina fuera un país más rico de lo que en realidad era. Puesto que no les fue dado "solucionar" sus problemas financieros como antes con una dosis adicional de inflación, lo hicieron endeudándose, aprovechando la buena reputación internacional que tenía el país gracias a que había logrado salir del pantano inflacionario, con los resultados desastrosos que todos conocemos.
A diferencia de los gobiernos del siglo pasado en el que, para desgracia de muchos millones de personas que se vieron condenados a una vida signada por la pobreza extrema, la inflación se eternizaba, el encabezado por los Kirchner se ha negado a reconocer que el problema existe. Con el propósito de engañar a la gente y, es de suponer, de dicho modo moderar las expectativas, eligió, como suele decirse, romper el termómetro, o sea, difundir estadísticas claramente falsas. El resultado de tanta irresponsabilidad está a la vista. Una vez más, la Argentina se ha dejado arrastrar por una fuerte corriente inflacionaria que andando el tiempo propenderá a hacerse más poderosa.
El año pasado, la recesión contribuyó a moderarla pero, al mejorar las perspectivas de crecimiento, reanudará su avance inexorable, asustando a los inversores, brindando a los sindicatos pretextos para promover paros salvajes y, en resumen, asegurando que sigamos perdiendo terreno frente a los demás integrantes de la comunidad internacional incluyendo, desde luego, a vecinos como Chile, Uruguay y Brasil, países cuyos gobiernos de centroizquierda no han cometido errores tan penosamente garrafales como los perpetrados por los Kirchner y sus laderos.