The American Conservative" es una revista mensual que profesa doctrinas tradicionales de la "Old Right" (aislacionismo, antiinmigratorismo, antineoliberalismo, etc.) y que tiene como fundador, mentor ideológico y articulista habitual a Patrick Buchanan, un personaje que fue asesor de Nixon, Ford y Reagan y candidato minoritario en la elección presidencial del 2000. En su número correspondiente a diciembre, la revista publica un artículo relacionado con la reunión de Copenhague sobre cambio climático. Lo firma Frank Furedi, profesor de Sociología en la Universidad de Kent (Reino Unido) y resulta de interés en particular en cuanto a su ángulo de crítica sobre "tácticas ambientalistas" en el mundo. Furedi, húngaro de origen, se ha especializado en un rubro académico muy actual: la sociología del miedo y el riesgo, en confrontación con famosos colegas suyos como Anthony Giddens y Ulrich Beck. Logró popularidad un libro suyo publicado en el 2002 sobre el miedo, titulado precisamente "The Culture of Fear".
Furedi comienza evocando su primario escolar en la Hungría stalinista y la asfixia de la pedagogía oficial que promovía incesantemente alarmas acerca de los peligros que acechaban a su glorioso régimen; los Big Brothers de 1940 dice, evocando a Orwell, formaban a los escolares como armas de chantaje moral y control social. Y de entrada nomás presenta una tesis paralela: en este siglo XXI hay alarmistas que utilizan a los chicos de la misma manera, explotando un mensaje de temor sobre las cuestiones climáticas y el deterioro del planeta. Da numerosos ejemplos de esta propaganda citando y describiendo videos preparatorios de la Cumbre de Copenhague. "Help the World" se titula uno de cuatro minutos mostrando distintos episodios de indefensión y terror infantil ante fenómenos catastróficos de la naturaleza rematados con un coro de niños suplicando salvar al mundo.
Advierte que estos videos y avisos del mismo estilo, aunque fueran una propaganda para la Cumbre, son típicos de la clase de impresiones que se dirigen a los niños en estos tiempos cuando la educación moral parece acabada y los maestros no saben enseñar la diferencia entre el bien y el mal. En nuestro mundo actual, el ambientalismo contiene los pocos valores en que los educadores se sienten cómodos como tales. Así esa doctrina y esos valores saturan ahora el currículo escolar en Gran Bretaña y otros países. Es algo semejante a lo que ocurría en los tiempos medievales con la religión y su casuística tenaz en cada paso de la escolaridad.
Otro aspecto de su denuncia es lo que designa como "socialización a la reversa". Dice que los alarmistas esperan con su táctica canalizar la indignación de los chicos hacia las generaciones de adultos que estarían destruyendo el planeta. En el video de Copenhague se ve a una niña hablando sobre su "bronca" hacia los culpables. Otros van más lejos, cuestionando la llamada "sabiduría" de generaciones anteriores. "Los adultos han arruinado el planeta en que nos tocará vivir", dice el artículo de una revista on-line de público infantil, preguntándose "cómo el cambio climático afectará a la próxima generación". Algo similar expresó en Inglaterra un líder de la cruzada verde informándoles a los chicos que "sus padres y abuelos han hecho un zafarrancho descuidando a la Tierra. Pueden negarlo, pero están robando vuestro futuro". En lugar de ser el modelo, los adultos son el mal ejemplo. La cara opuesta de la devaluación de los mayores es la sacralización del estatus de los chicos. Ahora son ellos los que deben enseñar a los adultos, codiciosos, despistados o estúpidos. Todo esto está conduciendo a una socialización a la reversa. Y el recurso se llama "pester power" (capacidad de molestar) para inquietar a los grandes por el problema del cambio climático. Refiere que en Estados Unidos, donde hace más de una década la educación ambiental en las escuelas ha sido aplicada sistemáticamente, esos conocimientos les han brindado a los escolares la posibilidad de dar lecciones a sus mayores. En tal sentido, "The New York Times" destacó humorísticamente que muchos "eco-kids", inmersos en una cultura de valores "verdes", pujan por adoctrinar a sus familiares, obligados éstos a refugiarse en posiciones defensivas ante la vigilancia de una diminuta "eco-policía". Un legislador inglés ha comentado que los valores ambientales "pueden funcionar como ayudas en la enseñanza de lecciones de ciencia, civismo o geografía y así los chicos pueden empezar a educar a sus propios padres". Y hasta el notorio ministro David Milband ha podido declarar que los niños son la llave para el cambio de largo plazo en las actitudes sociales respecto del ambiente.
Concluye el sociólogo expresando que ahora parece una educación ilustrada inspirar miedos o ansiedad en los niños sobre estos temas. Al cierre de su artículo dice que el futuro de nuestros hijos demanda sin embargo que los fortalezcamos con seguridad existencial y moral. En lugar de alimentarlos con una dieta de alarmismo necesitamos inspirarlos sobre nuestro enorme potencial para mejorar el futuro del mundo. Como dijo el presidente Roosevelt en su discurso inaugural de 1933, que dirigía a un país en profunda recesión: "A la única cosa que debemos temer es al miedo mismo".
El artículo que hemos reseñado se inscribe en una temática ambientalista que es pan de todos los días. Sus argumentos pueden resultar para muchos equivocados y hasta odiosos (descontando la habitual suspicacia sobre intereses espurios, que muchas veces efectivamente los guían), pero resulta un material útil para enterarnos de asuntos que están en la discusión pública de países del Norte. Es apreciable, además, por lo que trasluce en cuanto a una posición sobre el cambio climático que desafía opiniones mayoritarias distintas. Asumiendo nosotros que los grandes enemigos de la armonía social son el fanatismo y la cerrazón ideológica, la discusión de ideas -epicentro del humanismo- es una tarea que sólo puede producir beneficio para el conjunto. Baruch Spinoza, el profundo y amable filósofo, escribió: "Mi objetivo no es reírme de las acciones del ser humano, ni llorar por ellas, ni odiarlas, es entenderlas".
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
(*) Doctor en Filosofía