Nada me jode más que me digan que no soy argentino. ¡Qué sabrán de mis sentimientos!" La frase corresponde a Lionel Messi, el jugador de fútbol del momento. El que ha logrado que el mundo se rinda a sus pies, alzándose con todos los grandes premios del 2009.
Sin embargo, en su tierra natal, su nombre es resistido y la relación con el público local dista mucho de la idolatría.
Así, a pesar de tan rutilantes pergaminos, el deporte argentino le ha retaceado el pedestal del Olimpia de Oro. Tampoco los hinchas del Newell´s Old Boys que lo vio nacer han considerado que el estadio del Parque Independencia, o al menos un sector del mismo, pudiera recibir su nombre.
Podrá decirse que es demasiado joven para ciertos homenajes o que otros íconos reúnen mayores merecimientos. Lo cierto es que la Argentina le niega a Messi lo que en otros lugares se le da.
Mientras en España hoy se habla marketineramente del "gol del corazón", aquí se lo tilda puerilmente de "pecho frío".
¿Es ello atribuible al jugador, al público vernáculo o en parte a cada uno? Desentrañar tal enigma es tan complejo como pretender comprender la argentinidad.
Básicamente se le critica a la "Pulga" no transpirar la camiseta, no conocer el medio local, no rendir como lo hace en el Barcelona, no hacer goles con la celeste y blanca y hasta haber gritado con ganas el que convirtió en la final del mundial de clubes contra Estudiantes de La Plata.
Más allá de estas consideraciones estrictamente deportivas, hay otras particularidades personales de Messi que no califican en el estereotipado inconsciente criollo.
En primer lugar es un joven callado, tímido, casi aniñado. Luego, no opina sobre lo que desconoce, siendo sus comentarios por lo general cortos, sencillos y poco confrontativos. Su peterpanesca realidad indica que luego de la pelota disfruta tanto de su familia como de la play station.
Tampoco es de los que hacen ostentación de su fortuna o necesitan de relaciones o amoríos para adquirir notoriedad. Hasta la fecha ha demostrado ser un deportista sano, políticamente correcto, muy poco propenso a la polémica. En fin, un sapo de otro pozo para tanta frivolidad al acecho.
En muchas de estas características, mal que nos pese, aparece su formación europea que lo adoctrinó desde los trece años. La misma educación que lo lleva siempre a decir que: "Él trabaja para sumar al grupo".
El perfil descripto de Messi no es justamente el del gladiador que en soledad doblega cualquier adversidad.
En el exacerbado individualismo en que vivimos hoy muchos argentinos, resulta natural y hasta cómodo exigir de Messi la salvación.
Pero el fútbol bien jugado es mucho más que una expresión unipersonal. Por ello sería inteligente despojarnos de ideas "messiánicas" y pensar en un equipo donde "chispa" sea uno de sus mejores interlocutores.
La clave del éxito del Barcelona radica en no ser Messi-dependiente y en defender una línea de juego colectivo que alterna protagonismos. Cada jugador es en sí mismo Barcelona-dependiente.
Por supuesto que llegar a ello implica modificar preconceptos, trabajar con una altísima cuota de profesionalidad, saber seleccionar jugadores y convencerlos del éxito final de la solidaridad.
Messi sabe que su ADN es argentino y que debe mejorar su producción albiceleste. Sería bueno integrarlo a una gran orquesta que suene bien; tal vez así se pueda rescatar lo mejor de su música y de vez en cuando regalarnos algún solo.
La apuesta al salvador individual es sólo eso, una timba de enorme riesgo y los argentinos, tanto en el fútbol como en la sociedad, ya hemos perdido demasiados plenos.
MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)
(*) Abogado. Profesor de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar