El desierto patagónico es el protagonista del libro "Música desconocida para viajes" de Cristian Aliaga, poeta de Buenos Aires afincado desde hace décadas en aquel "paisaje crudo"; sobre el que ha reflexionado al igual que sobre sus habitantes y su historia.
El libro, publicado por el Centro Cultural de la Cooperación, está prologado por el fallecido poeta correntino Francisco Madariaga, que ve a Aliaga como "un viajero de rapidísima mirada y poder para grabar y transmitir escenarios, hombres, climas, creencias, sueños diversos, es decir, todo lo que la suerte -esa Virgen a la intemperie- puede deparar en la aventura de vivir".
"Elegí escribir sobre lugares perdidos y gente presuntamente ´inexistente´, y porque concibo una idea diferente a la de territorio inmutable. Además, asocio la dimensión del desierto con la capacidad de la gente del pueblo de volverse "baqueana" para sobrevivir en las condiciones más terribles, sometida a la explotación y a la violencia", dice Aliaga en diálogo con Télam.
Aliaga (1962), fundador de la Editorial Universitaria de la Patagonia, tiene en su haber varios títulos de poesía, entre ellos "Lejía", "Estancia La Adivinación", "Estrellas en el vidrio" y "La sombra de todo".
Cuando escribe sobre el sur argentino hace coexistir la búsqueda formal y la conciencia crítica; su mirada se vincula -dice- "con la voluntad de resistencia de sus habitantes, de los peones fusilados y Facón Grande a comienzos del siglo pasado a los trabajadores hoy del petróleo, la pesca y la minería".
Sobre el viaje, como núcleo del libro, señala el autor: "La idea del viaje como algo que nos somete a sus reglas y también la idea de que la vida está en los márgenes donde ocurre aquello que nunca verán los que viajan sin detenerse". Plantea Aliaga una especie de road movie lejos del "tour programado con un sujeto que "se abandona al viaje, a sus circunstancias, a sus consecuencias imprevisibles", compenetrado con el territorio y sus pobladores. "Mi intento fue reconstruir la esencia de los habitantes y los lugares marginales, renunciando a la descripción lineal de lugares e historias pero preservando su ánima, su espíritu universal, a pesar de la destrucción, el olvido y el abandono".
En "Música desconocida para viajes" está la carretera pero también lo que se herrumbra a la orilla del camino: bares, transportes abandonados, galpones, poblaciones fantasmas. "Todo eso que se pretende abandonar, negar, dejar a la intemperie", acota Aliaga y aclara que más que objetos, "se trata de gente abandonada y de memorias negadas".
"Todos esas casas y estaciones abandonadas son el símbolo de otra realidad. Está ahí el ánima de gente que existió. Desde el exterior se registra el perfil exótico de la Patagonia, los inmensos campos comprados por los millonarios norteamericanos Benetton, Stallone o Turner, las torres petroleras y los glaciares de postal", dice el escritor
Insiste Aliaga en que no es posible ver la Patagonia profunda sin registrar la "voracidad petrolera" los buques pesqueros del "primer mundo" que surcan el Atlántico Sur o "los peladeros donde agonizan los descendientes de los pueblos originarios en sitios que la civilización llama ´reservas´". "Música desconocida para viajes", es una bitácora que elude los lugares comunes que remiten a la Patagonia como tierra de nadie, vastedad y desolación: "Jamás vi a este territorio como un sitio vacío, sino asociado con una historia y un tono trágico; el mito de ´tierra de nadie´ fue instalado por la mirada imperial: era un lugar vacío... de europeos".
Aliaga dice haberse sentido impactado con el desierto cuando llegó a trabajar a Comodoro Rivadavia, lo que influyó en sus búsquedas estéticas: "Sentí que era posible mixturar un lenguaje de vanguardia con el poder simbólico de ese paisaje crudo".
Y agrega: "Una mixtura de tradiciones innovadoras -dadaísmo, surrealismo- sometida a un paisaje devastador, que exige ´otra´ lengua. Ese impacto me hizo releer a César Vallejo y a Raúl González Tuñón, pero también al japonés Matsuo Basho, y a indagar las formas ceremoniales del repertorio de mapuches y tehuelches".
Su libro, de imágenes restallantes en una escritura ceñida, va de la poesía en prosa al trazo aforístico, con pasajes narrativos al estilo de las microficciones. "Sí, tiene la apariencia de un libro de prosas poéticas o crónicas breves, pero los textos fueron escritos en procura de una densidad que no sea oscurecida por el peso de las historias que los suscitaron". Define sus intentos como una búsqueda que se vale de fragmentos narrativos, del pre-verso de raíz ceremonial y la yuxtaposición; tratando de desestructurar el formato narrativo y concentrando al máximo el lenguaje: "Para destrozar a la anécdota de origen y dejar una sensación, un `déja vu` asociado a un sitio geográfico, pero con una dimensión que lo excede". (Télam)