Argentina precisa de un accionar solidario y mancomunado que le permita salir de una profunda crisis real. Esto supone e implica que debemos colaborar desde una perspectiva para refundar una nueva concepción de la sociedad que incluya buen trato, equidad, libertad, oportunidades, justicia y paz social.
Ante la feroz crisis actual que padecemos en áreas sociales (inseguridad), económicas (excluidos), políticas (autocracias), ecológicas y fundamentalmente morales, otra mirada sobre ciertos aspectos del pasado resulta doblemente saludable porque puede ayudar a reafirmar nuestra identidad, revelándonos la importancia y fortaleza que engalanaban los lazos construidos desde la fraterna colaboración, el respeto mutuo y la recíproca solicitud de los conciudadanos.
Si hemos de referirnos a economía, la misma debe servir al hombre, a todo el hombre, a todos los hombres.
Esta premisa genera una concepción y sensibilidad sociales apropiadas que consideran definitivamente inaceptable un desarrollo económico orientado sólo hacia la economía y lo financiero, un consumo dirigido por una publicidad generadora de necesidades tantas veces ficticias; una economía afincada sólo en el mercado, lo bursátil, la ciencia, la técnica y la globalización exclusiva y excluyente de capitales insaciables, apabullantes e insensibles, ajenos a toda responsabilidad social.
Nuestra economía debe subordinarse a la verdadera concepción del hombre y la familia y, por ende, el verdadero desarrollo económico debe ejercerse dentro de ámbitos éticos.
Así entonces, para revisar nuestras estructuras económicas y sociales hay que prevenirse frente a viejas y nuevas soluciones teórico-técnicas nada ponderadas y parejamente fracasadas en catálogos de ilusiones que sólo enriquecen ilícitamente a unos pocos con el ahorro y empobrecimiento ficto, automático y simultáneo de todos.
Esto ha roto la confianza, inhibido los impulsos vitales y expropiado todo entusiasmo. Al afrontar estas cuestiones decisivas, hemos de precisar, por un lado, que la lógica de posiciones dominantes por herencias, educación, nepotismos o matrimonios que las garantizan no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de solidaridad como expresión de confraternidad.
Si hubiera confianza recíproca y generalizada, el mercado sería la institución económica que favorecería y facilitara el encuentro entre las personas, como agentes económicos que utilizan el contrato como norma de sus relaciones y que intercambian bienes y servicios de consumo para satisfacer sus necesidades y aspiraciones legítimas.
Pero el mercado está sujeto a los principios de la llamada justicia conmutativa que regula precisamente la relación entre dar y recibir.
No obstante, la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones desiguales en la que se desenvuelve.
En efecto, si el mercado se rige únicamente por el principio de la equivalencia del valor de los bienes que se intercambian, no llega a producir la cohesión social que se necesita para su buen funcionamiento.
Así las cosas, sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no pudo, no puede ni podrá cumplir plenamente su propia función económica prometida razonable y humanamente.
La reciente crisis mundial revela que hoy, precisamente, esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave.
El propio sistema tradicional económico se habría aventajado con la práctica generalizada de la justicia, pues los primeros beneficiarios del desarrollo de los países pobres hubieran sido los estados ricos.
No se trata sólo de remediar el pésimo funcionamiento con las ayudas y enunciados de naciones poderosas y organismos internacionales. No se debe considerar a los pobres como un "fardo", sino como una riqueza incluso desde el punto de vista estrictamente económico.
Hay que considerar equivocada la visión de quienes piensan que la economía de mercado tiene necesidad estructural de una cuota de pobreza y de subdesarrollo para funcionar.
Quizás algunas intenciones de los inspiradores del mercado incluían la emancipación de todos, pero no pudo lograrse sólo con el mercado, atento la verificación de su "utopía autocumplida del efecto derrame" ya que no puede producir ni atraer concurrentemente lo que está fuera de su alcance, lo que implica necesariamente atraer y convocar fuerzas éticas y redistributivas desde otras instancias solidarias de la sociedad civil que sean capaces de generarlas.
De tal modo, no cabía esperar que la actividad económica y financiera pudiera resolver todos los problemas sociales sólo ampliando más y más las lógicas mercantiles y financieras.
La actividad económica debe estar ordenada y asegurar la consecución del bien común, objetivo de responsabilidad primera de toda la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que escindir la gestión económico-financiera -a la que correspondería únicamente producir riqueza- de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia social mediante la equitativa y moderada redistribución, tal error comprobado secularmente siempre será causa de graves desequilibrios e injustas disparidades.
Es que tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y todas estas promesas ideológicas se han demostrado falsas, con tristísimas herencias de destrucciones económicas, ecológicas, desigualdad y degradación de la dignidad personal.
La supervivencia de la auténtica estirpe solidaria así como no debe ignorar el riesgo de quienes han convertido el lucro en valor supremo, tampoco puede permitir que se siga ignorando y despreciando la educación, formación y capacitación cooperativas. Tampoco que se continúe permaneciendo como anestesiados ante la amenaza de tremendos absentismos y crecientes ausencias de participación ciudadana y, menos aún, dejar de denunciar el descontrol Vg., cooperativo y mutual, privado y público, que posibilitan una y otra vez el bastardeo político de mutuas noblezas. Lo que hace huellar y prevalecer bajos instintos de infieles fideicomisarios político-partidarios-financieros que nada tienen que ver con la neutralidad de la nobleza fraterna propia del linaje solidario que, sin discriminaciones ni eufemismos, enriquece, edifica y dignifica ecuánimemente a todos.
ROBERTO F. BERTOSSI (*)
(*) Docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba