El siempre sonriente presidente de Ecuador, Rafael Correa, forma parte del "eje bolivariano" liderado desde Venezuela por Hugo Chávez. Hasta ahora ha dicho (y hecho) todo lo que corresponde a un "bolivariano": se ha cansado de insultar a Estados Unidos y al mundo occidental en general, se ha distanciado del FMI y del Banco Mundial, ha renegociado caprichosamente los convenios celebrados con algunas empresas petroleras extranjeras, está denunciando trece acuerdos bilaterales de protección de inversiones para así tratar de evitar los mecanismos arbitrales del Banco Mundial...
Esto es cumplir el evangelio de Chávez a la perfección. En paralelo, ha comenzado uno de los clásicos "golpes" contra la democracia desde el propio Estado. Ha reformado la Constitución y eliminado todas las restricciones a su propia reelección, lastimado la independencia del Poder Judicial y cercenado las libertades de opinión y de prensa. Como si eso fuera poco, utiliza el poder de policía administrativa para perseguir implacablemente a sus adversarios, mientras llena el aire de una insufrible retórica populista.
No es extraño que con esa conducta Ecuador esté en una grave crisis fiscal. La caída de los ingresos petroleros y los gastos elevados fueron carcomiendo las reservas del país de manera que, en junio pasado, tenía apenas 169 millones de dólares en caja, lo que no alcanza para cubrir los gastos mensuales de su país.
La corrupción (como sucede en el mundo "bolivariano") flota sobre la administración pública y los "allegados" al poder. Además, el país está sumido en una crisis energética de proporciones y mendiga energía eléctrica a sus vecinos capitalistas, esto es a Colombia y Perú. De horror.
Ante ese cuadro, Correa recurrió a sus amigos; esto es, a países como Irán y China. Pero ha rebotado. Mal.
El caso de China es paradigmático. Correa trata de financiar el proyecto hidroeléctrico Coca-Codo Sinclair, cuya construcción exige 1.900 millones de dólares. En abril anunció que China le prestaría por lo menos la mitad de ese importe, que Ecuador repagaría poco a poco con entregas de petróleo crudo. En especie, entonces. Además, interesó a los inversores chinos en proyectos petroleros, incluyendo una nueva refinería en la costa del Pacífico.
Días pasados Correa admitió su fracaso al expresar: "Nos hemos sentido maltratados por China. Ni el Fondo Monetario nos trata así". Ocurre que China le exige, como garantía, no sólo que el flujo de los ingresos por ventas de petróleo se deposite en un banco tercero a manera de prenda sino que además otros activos se incorporen a la garantía. Para Correa esto "es verdaderamente humillante".
El financiamiento chino parece estar evaporándose, como ya lo hicieron los financiamientos multilaterales y bancarios privados. Correa se pregunta por qué. La respuesta está sobre la mesa: su política no es creíble y su conducta tampoco. China no es demasiado distinta de otros acreedores y sabe que uno de los más influyentes países bolivarianos, Cuba, pide prestado y luego no paga. A la Argentina le consta. A otros también.
China no quiere quedar atrapada en una retórica barata. Es un país pragmático que hace negocios, como los demás. Con seriedad mínima. Por eso, el "canto de las sirenas" que genera el eje bolivariano no lo aleja de la raciona- lidad.
Como si el ejemplo de Cuba (y ahora el de Venezuela) no fuera demostración suficiente de cómo la retórica socialista posterga inexorablemente a la gente, Ecuador se ha transformado en un ejemplo patente de lo "caro" que resulta ser "bolivariano". Esto de hacerse el "raro" es posible. Pero tiene patas cortas.