| El más perjudicado por la gestión fugaz y tumultuosa de Abel Posse como ministro de Educación porteño no fue el escritor mismo sino el jefe del gobierno de la capital federal y precandidato presidencial, Mauricio Macri. Cuando Macri decidió que Posse era el hombre indicado para encargarse del Ministerio después de la renuncia de Mariano Narodowski a causa del asunto de las escuchas ilegales, debería haber previsto que los líderes de los sindicatos docentes y agrupaciones de izquierda reaccionarían con furia frente al nombramiento de una persona que los desprecia. Puede que Macri no haya leído los libros y artículos periodísticos escritos por Posse, pero es de suponer que entre sus colaboradores por lo menos algunos lo han hecho, de suerte que sabía que se trataba de un polemista contundente que nunca ha hecho el menor esfuerzo por ocultar sus opiniones severas sobre el estado del país y la calidad de la mayoría de sus dirigentes. Era razonable, pues, atribuir la designación de una figura que a su modo representa una corriente derechista del peronismo a la voluntad de Macri de chocar frontalmente contra los sindicatos que, no sólo en la capital sino también en el resto del país, han contribuido tanto a arruinar un sistema educativo que antes motivaba la envidia del resto de América Latina pero que en la actualidad es mediocre incluso según las lamentables pautas regionales. En tal caso, Macri debería haberse preparado para librar una batalla muy dura, pero parecería que no se le había ocurrido que el nombramiento de Posse desataría la ira de sus muchos enemigos ideológicos. En lugar de apoyarlo con el vigor necesario, optó por ceder frente a las presiones. Posse imputó su renuncia al cargo al "muro de rencor", propio de una sociedad en que "se vive en un nivel tribal, del cuaternario inferior", contra el que chocó, lo que le hubiera impedido impulsar las reformas que tenía en mente. También afirmó sentirse apenado por la "cobardía general" de los dirigentes políticos, de los que muy pocos se animaron a defenderlo no por encontrar repugnantes sus puntos de vista sino por temor a enfrentarse con los habitualmente combativos gremios docentes y ser blancos de las críticas violentas de los autotitulados progresistas. Desprovistas del lenguaje florido y los neologismos pedantescos a los que es tan afecto, las ideas de Posse se asemejan bastante a las reivindicadas por sectores intelectuales muy amplios, pero a diferencia de la mayoría no siente ningún aprecio por los montoneros y otros terroristas cuyos crímenes hicieron virtualmente inevitable el golpe militar de 1976 y la represión sanguinaria que lo siguió. Según su propia versión de lo que sucedió, Posse decidió renunciar cuando "sectores sindicales, con presencia del gobierno de la Nación y de un anterior ministro de Educación nacional", le advirtieron que: "O usted renuncia o en marzo no se inician las clases". Dicho de otro modo, con la excusa de que Posse era un derechista que supuestamente había reivindicado el Proceso en un artículo periodístico reciente, los 16 gremios del sector y sus aliados políticos del kirchnerismo se manifestaban más que dispuestos a privar a los alumnos porteños de más días, semanas o tal vez meses de colegio por un asunto político. En vista de que en nuestro país los gremios docentes se han acostumbrado a declararse en huelga por cualquier motivo, ante una amenaza de aquel tipo Macri habrá entendido que no le convendría en absoluto mantenerse en sus trece, ya que serían enormes los costos políticos, y los costos educativos, de otro paro prolongado, el que en esta ocasión se vería presentado como una lucha entre la supuesta nostalgia por la dictadura militar de los macristas y la democracia que dicen encarnar los sindicalistas y sus amigos. Con todo, si bien es comprensible que el jefe del gobierno porteño haya optado por la salida menos difícil de un embrollo muy feo, no lo es que se haya metido en él sin pensar en las consecuencias probables de lo que hacía. Puesto que quiere ser presidente de la Nación, Macri no puede darse el lujo de provocar a gente tan notoriamente agresiva, y tan indiferente ante los perjuicios que causan a millones de jóvenes, como son los dirigentes de los gremios docentes, para entonces batirse en retirada sin dar batalla. | |