No se trata todavía de un consenso, pero entre quienes conforman la clase política nacional son cada vez más los convencidos de que está por terminar, tal vez de manera dramática, la etapa protagonizada por el ex presidente y actual diputado Néstor Kirchner. Las señales de que la situación pronto resultará insostenible propenden a multiplicarse. Mientras que el ex presidente interino Eduardo Duhalde no oculta su intención de movilizar al peronismo para que lo ayude a sacarse de encima al "loco" al que él mismo apadrinó en el 2003, el jefe del bloque de senadores radicales Gerardo Morales se permitió un par de días atrás decir que "Néstor Kirchner tiene el síndrome del traje de rayas" porque sabe muy bien que corre el riesgo de terminar preso por enriquecimiento ilícito. Morales no es el único que piensa de tal modo: hace tiempo dejó de ser tabú aludir a un eventual juicio político a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Asimismo, a juzgar por la conducta reciente de los integrantes más destacados del gobierno nacional, en la Casa Rosada se vive un clima de pánico debido al creciente activismo judicial y al temor a que la hostilidad que sienten amplios sectores hacia el matrimonio santacruceño dé pie a cacerolazos ruidosos en las ciudades principales del país. De resultas del estado de ánimo imperante en el círculo áulico kirchnerista y del papel hegemónico que desempeña el cónyuge de la presidenta, la gestión del gobierno se ha hecho sumamente errática y por lo tanto muy poco eficaz.
El país, pues, está internándose en una crisis de desenlace incierto. Parecería que la mayoría de los políticos quisiera que la presidenta Cristina siguiera sentada en "el sillón de Rivadavia" hasta diciembre del 2011, pero sólo a una minoría le gusta la idea de tener que soportar por dos años más la arbitrariedad de su marido. Aunque la autoridad real del ex presidente y "primer ciudadano" se ha reducido mucho últimamente, su voluntad de actuar como si hubiera triunfado por un margen enorme en las elecciones del junio pasado ha planteado a los demás políticos un dilema imposible. Si por resignación optan por seguir obedeciendo sus órdenes, cohonestando así lo que saben es una farsa truculenta, condenarán al país a un período prolongado de desgobierno; en cambio, si deciden oponérsele, contribuirán a provocar un encontronazo entre el Poder Ejecutivo carente de escrúpulos más sus aliados sindicales por un lado y, por el otro, el Judicial, el Legislativo y, huelga decirlo, el grueso de los habitantes del país que mira azorado lo que está sucediendo. La solución más sencilla, y más lógica, del problema mayúsculo que se ha creado sería que la presidenta Cristina se separara -políticamente, se entiende- de su marido entrometido, el que se las ha arreglado para arruinar su gestión, pero por motivos que sin duda son comprensibles se ha resistido a hacerlo.
Para que resultara aún más complicado el embrollo causado por la voluntad de Néstor Kirchner de actuar como una especie de dictador elegido y la de la presidenta de consentirlo, las distintas fuerzas opositoras parecen incapaces de ocupar el lugar que les ha confiado el electorado. Quienes hasta medio año atrás eran los presidenciables peronistas más conspicuos, el santafesino Carlos Reutemann y el bonaerense Daniel Scioli, parecen haberse borrado de la lista de contendientes, dejando así la puerta abierta a Felipe Solá y, en su propia opinión por lo menos, Duhalde. El jefe del Gobierno porteño, Mauricio Macri, está en apuros debido en parte a los esfuerzos de los Kirchner por desestabilizarlo. Y aunque el vicepresidente de origen radical Julio Cobos sigue contando con un nivel de popularidad envidiable, es blanco de ataques furibundos no sólo de los Kirchner sino también de referentes como la ex radical Elisa Carrió. Por lo demás, Cobos preferiría ganar la presidencia en elecciones "normales" a recibirla merced a una eventual decisión de los Kirchner de renunciar juntamente con la esperanza de que el encargado de sucederle a Cristina se vea desbordado por el sinnúmero de problemas que heredaría. Puesto que el panorama es tan confuso, resulta natural que escaseen los dispuestos a arriesgarse pateando el tablero, pero si Néstor Kirchner continúa provocando a los demás como ya le es rutinario, la reacción de una sociedad harta de tanta prepotencia no se hará esperar.