El fenómeno del populismo latinoamericano se ha convertido en un tema intrigante y atractivo, objeto de tratamiento en numerosos artículos y ensayos políticos. El populismo clásico -peronismo, varguismo, velasquismo y aprismo- dio lugar a importantes transformaciones sociales como consecuencia de la respuesta dada a las presiones de sectores que demandaban representación e inclusión política. Ahora bien, mientras el populismo clásico surgió en el marco de la dominación oligárquica, los nuevos populismos, al estilo de Hugo Chávez, han sido más bien consecuencia del colapso de los partidos políticos tradicionales. En consecuencia, la antipolítica -entendida como una estrategia que busca eliminar cualquier intermediación entre el líder y sus seguidores- ha sido su rasgo fundamental.

Un interesante ensayo de la profesora Flavia Freidenberg -una argentina que es subdirectora del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca- titulado "La tentación populista" (Editorial Síntesis) nos ofrece una visión actualizada del fenómeno. Al tomar como eje argumentativo las diferencias entre los viejos y nuevos populismos, en vez de enfrascarse en análisis abstractos al estilo de Ernesto Laclau, la profesora Freidenberg ha preferido utilizar una metodología inductiva, tomando los elementos empíricos. Define el populismo como un estilo de liderazgo caracterizado por la relación directa, carismática, personalista y paternalista entre un líder, que se atribuye el hablar en nombre del pueblo, y sus seguidores, que confían en las cualidades extraordinarias de ese liderazgo.

El otro rasgo que Flavia Freidenberg encuentra en el populismo es la singular presencia de una constante apelación retórica al "pueblo", considerado como un conjunto homogéneo depositario de valores permanentes. De esta manera el populista polariza el enfrentamiento moral y ético entre el pueblo y la oligarquía, haciendo del conflicto político una guerra discursiva entre el bien y el mal. "En ese sentido -señala la autora- todo buen discurso populista tendrá un fuerte contenido maniqueo, autoafirmativo y halagador hacia dentro del grupo".

La consecuencia es que se busca a los culpables de los problemas internos en el espacio exterior (otro país, un complot internacional, el FMI o una minoría interior, tomada como representación simbólica del "antipueblo"). Éste sea tal vez el rasgo más negativo del populismo. Al utilizar un discurso que funciona como estrategia para reforzar la identidad del grupo y su relación con el líder, se permanece en la búsqueda de los enemigos invisibles y las conspiraciones inconfesables, olvidando reflexionar sobre los problemas reales y la necesidad de encontrar las soluciones compartidas.

Los líderes populistas, en su deseo de legitimarse mediante la invocación directa al pueblo, hacen a un lado las instituciones representativas. Si bien acceden al poder a través de las urnas, pretenden prescindir de los partidos políticos y de las conductas exigibles en las democracias representativas. Prefieren basarse en redes clientelares que son empleadas para financiar a los que están a favor del líder. "La existencia de estas redes -afirma la autora- no está escrita en las leyes ni consta en los estatutos partidistas, pero se encuentran densamente institucionalizadas, forman parte de la rutina cotidiana del reclutamiento político e incluso contienen un universo simbólico que genera identidades".

El ensayo comentado hace un repaso por todos los fenómenos de populismo que se han hecho presentes en América Latina. Es una lista muy extensa, que incluye a los gobiernos de Vargas y Collor de Mello en Brasil; Perón y Menem en Argentina; Haya de la Torre, primer gobierno de Alan García y Fujimori en Perú; Ibáñez en Chile; Gaitán en Colombia; Arnulfo Arias en Panamá; Velasco Ibarra y Bucaram en Ecuador, etc. Considera como populismos actuales los gobiernos de Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales, aunque señala que los rasgos del liderazgo de este último se diferencia del resto por el carácter mediado de su relación con los seguidores, a través de fuertes y auténticas organizaciones sociales de base.

Freidenberg no analiza la deriva más reciente del gobierno de los Kirchner hacia un discurso populista a partir de su particular enfrentamiento con el campo por la resolución 125. Pero son numerosas las semejanzas con el relato populista que caracteriza al discurso del matrimonio presidencial. Lo que también se echa en falta en un libro tan actual es una reflexión más profunda sobre la facilidad con que los sistemas presidencialistas derivan hacia las aguas del populismo. Cuando los epidemiólogos encuentran una relación constante entre un vector y una plaga, no dudan en establecer la existencia de una relación de causalidad. En el terreno de la política, nuestros epidemiólogos, a pesar de las evidencias, todavía no se han puesto de acuerdo en la existencia de una evidente relación de causalidad entre presidencialismo y populismo.

ALEARDO F. LARÍA (*)

(*) Abogado y periodista