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  Martes 22 de Diciembre de 2009  
  Edicion impresa pag. 18 »  
  La era de los miedos  
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El miedo es una de las fuerzas más poderosas de nuestra existencia. Tal vez sea aún más poderoso que el impulso sexual. Esto suena feo para los intelectuales, eso de reconocer que tal vea seamos sólo una especie de subproducto... Claro que, como todo lo humano, también el miedo suele disfrazarse con los colores de la sociedad en la que se manifiesta.

El miedo a la muerte es la base fundamental o fundante de las religiones. No nos podemos imaginar nuestro no-ser (a lo sumo sería un mundo en el que no estamos, pero que miramos desde alguna parte) y entonces nos procuramos la promesa de la vida eterna -sin preguntarnos mucho qué es eso de "eterno". Pero en las religiones monoteístas también la figura de Dios inspira miedo, y el Antiguo Testamento lo representa como una figura terrorífica: curiosamente, la virtud máxima es allí el temor de Dios, no el amor a Él. Es gracias a ese miedo que las castas sacerdotales eran capaces de dictar una moral a la sociedad e imponer su voluntad hasta a los reyes, cuando sus respectivos intereses entraban en conflicto: la excomunión era el castigo más temido durante muchos siglos de cristianismo.

El miedo al Estado fue general hasta hace muy poco: los reyes y los nobles tenían derechos absolutos sobre vida y bienes de sus súbditos desde el origen de las civilizaciones. Hay que remontarse a la época de los cazadores recolectores para encontrar gente que no temía a un Estado entonces inexistente, pero sí a las fuerzas de la naturaleza y a las fieras. Y a los espíritus de la naturaleza que escapaba a su control y a su comprensión.

La democracia liberal había reducido los alcances del miedo, haciendo que el Estado no fuese ya visto como una fuerza hostil sino como la forma que se da la sociedad para administrarse. Por eso, cuando el Estado se hace terrorista, es tan eficaz, porque entonces el miedo es la ley de la nación. Esto es, el ciudadano debe elegir entre dos miedos: uno el tenido al Estado y el de aquellas fuerzas para combatir, las que se supone que ese Estado existe.

El miedo es también la base del fascismo: la pequeña clase media que siente amenazados sus magros privilegios por la invasión de las clases inferiores. Tal vez ese mismo miedo sea lo único que los diferencia de aquéllas, y caemos en la paradoja de que prefieren el miedo a la proletarización: tal una versión supersimplificada del fascismo, más allá de las bases teóricas e ideológicas con las que el miedo se disfraza. En la situación económica actual del mundo, el temor a perder el trabajo o el nivel social se suma a los demás miedos, y no es el menos poderoso: una persona que debe alimentar una familia está dispuesta a renunciar a más de un derecho cívico o laboral para conservar su inestable sustento económico.

Cada cultura ve a las demás como enemigas, o como competidoras; en su momento, fue la lucha de clases y el miedo a la Revolución; ahora, el sistema capitalista teme su propio derrumbe. A esto se agrega la "invasión" de culturas postergadas buscando un mejor nivel de vida -para colmo, los africanos son fácilmente discernibles y el racismo se ve complementado con la islamofobia- porque una minoría totalitaria de esa cultura ha declarado la guerra total -para colmo, considerada santa- a Occidente.

Vivimos en un mundo violento, en el que el terrorismo, el narcotráfico, las más diversas mafias, el crimen "común", el desempleo, la falta de destino de grandes sectores de la población -hasta los juegos- fomentan la violencia y hacen anhelar su represión. Violenta, por supuesto: cuando la policía no pega, no sirve.

El miedo también afecta al cuerpo, como subproducto del miedo a la muerte: el envejecimiento y las enfermedades graves, cuya corona pertenece por supuesto al cáncer. La sociedad abandona a los viejos y a los enfermos -salvo que sean ricos-, lo que justifica ese miedo en uno de sus aspectos. Aquí hay que agregar una nueva fuente de miedo, que afecta sobre todo a los países más pobres: el de las enfermedades nuevas o que recrudecen: millones mueren anualmente de malaria, tuberculosis y sida, y la industria farmacéutica no se interesa por ellos porque son pobres. Entre nosotros, agréguese el dengue y el mal de Chagas... y se teme la aparición de nuevas enfermedades por mutación de virus conocidos que aprendan a saltar de una especie a otra.

En los países que han sido víctimas de cruentos ataques terroristas -especialmente el llamado casi amistosamente "9/11"- más allá de las víctimas mismas, el resultado más grave ha sido el triunfo del terrorismo en su definición más amplia, ya que los ciudadanos aceptan la pérdida de derechos cívicos elementales que definen a la democracia misma en la creencia de que así se logrará frenar el terrorismo y delegar el miedo en otros. Es decir, en EE. UU., el miedo al Islam extremista supera al amor por las libertades ciudadanas, y desde la "Patriot Act" que restringe las libertades se tolera una destrucción lenta pero eficaz de la democracia, la bandera de la poderosa nave capitana del "Mundo Libre", o sea Occidente, nosotros. Esta ley hace papel mojado de los principales derechos democráticos y la acción represora se puede efectuar por simple "portación de cara", sobre todo aquel que parece musulmán. Además, no quieren que se les metan más "latinos" -que también tienen una cultura algo diferente- y aspiran a ganarse la vida en un mundo donde el trabajo escasea. El miedo genera, pues, la temida "Guerra entre civilizaciones" proclamada por Samuel Huntington. La indefinición en los términos de la ley patriota, además, permite cualquier cosa: se habla de "actos vinculados al terrorismo"... cuya definición, por otra parte, es bastante fluida.

En nuestro país no hay movimientos terroristas, por fortuna, aunque el recuerdo del terrorismo de Estado está fresco. En esos años, todos vivimos con miedo. En cambio hoy hay miedo a perder el trabajo y caer en la pobreza, y también a la violencia callejera cotidiana. En una nota anterior dije que nuestro país es mucho menos violento que otros, y que la sensación de inseguridad -más allá del ciertamente existente riesgo real- es fomentada por la publicidad exagerada que los medios dan a los crímenes (cuanto más sangrientos, mejor...) es mayor que la inseguridad misma que ya es bastante grave en sí misma. En la Argentina, la mayoría de los medios de difusión masiva no hace otra cosa que alimentar ese miedo; la mitad del tiempo de los informativos se dedica a los detalles de un asesinato y la otra mitad al fútbol. He aquí una forma nefasta de lucha política...

El miedo se alimenta de la ignorancia. Es uno de los impulsos más primitivos que tenemos en común con la mayoría de los animales superiores. En principio, el miedo proviene del instinto de supervivencia, pero cuando se une a la ignorancia de sus orígenes, genera y alimenta la violencia, porque todos son vistos como posibles enemigos. Se genera así la xenofobia y el racismo -cuya fea cabeza se levanta nuevamente en muchos países "civilizados"- incluido el nuestro, en el que se lucha sordamente por los escasos puestos de trabajo, contra los pobres y explotados "bolitas" y "paraguas".

El avance de este tipo de movimientos a su vez despierta el miedo de los pudientes, que temen ser despojados de sus abundantes bienes, frecuentemente adquiridos por medios lícitos, pero otras veces simplemente robados a un Estado corrupto o complaciente, o bien "corriendo los alambrados" de vecinos menos poderosos.

En nuestra cultura hemos superado casi totalmente la etapa en la cual los machos luchaban a muerte por una hembra que perpetuara sus genes, pero no hemos superado la etapa en que un grupo es capaz de destruir a otro del modo más cruel, y los menos poderosos están a la merced de los más poderosos -trátese de grupos sociales, empresas, países o alianzas de cualquier tipo. En este caso, no se trata de destruir la competencia genética sino la financiera. El miedo al más poderoso, herencia del miedo al señor feudal, en estos casos inspira una desesperanza que juega a favor de la perpetuación de las injusticias. También en el interior de movimientos que deberían ser solidarios -como los sindicatos- se infiltra el miedo: a los dirigentes permanentes, una nueva versión de los señores feudales. Y ahora, a todos los otros miedos se une el de que su propia obra social lo envenene...

Hay aún más miedos: a la crisis financiera mundial, al cambio climático...

Por suerte a esas tendencias negativas se contraponen movimientos solidarios que tratan de mostrar que "otro mundo es posible" - por ejemplo, entre nosotros, la Fundación Gente Nueva, pero no es más que un ejemplo- que están tratando de unir a los pobres para que hagan juntos cosas para mejorar las condiciones de vida de todos. Las mujeres también están consiguiendo que los "machos" las respeten más, superando su propia homofobia. Una de las principales tareas de todos esos movimientos es lograr que perdamos el miedo.

 

TOMÁS BUCH (*)

(*) Físico y químico


TOMÁS BUCH

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Nos dejo su opinión
22/12/2009, 05:40:03 Reportar Exceso
Procusto
A Buch sólo le "está fresco" el recuerdo del "terrorismo de Estado", el del otro terrorismo, el del erp, montoneros, far, fap, mtp, etc., ese recuerdo ya no le está tan fresco, porque no lo menciona. Si perseguir, encarcelar, poner fuera de combate, a verdaderos terroristas como los grupos citados, si actuar como fuerza nacional contra esos elementos, en cumplimiento de órdenes emanadas de un gobierno constitucional, es "terrorismo de Estado", bueno, me parece que Buch mejor se dedique a la física y a la química porque de políitica e historia no sabe nada. Y menos entiende lo que es una guerra.
 
 
 
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