Según una de las reglas no escritas de la política nacional, un funcionario extranjero puede intervenir de manera flagrante en los asuntos locales con tal que lo haga a favor del gobierno de turno, de este modo "fortaleciendo la relación bilateral", pero le está terminantemente prohibido decir o hacer cualquier cosa que podría molestarlo. Puesto que el secretario de Estado para Asuntos Hemisféricos norteamericano Arturo Valenzuela conoce muy bien nuestro país, debería haber previsto que el hipersensible gobierno kirchnerista reaccionaría con furia frente a sus alusiones a la "inseguridad jurídica" y el contraste entre el buen clima de negocios de los años noventa y la desconfianza generalizada actual. También lo ofendió el hecho de que, como es normal en el resto del mundo, Valenzuela se entrevistó con líderes opositores como el vicepresidente Julio Cobos, Mauricio Macri y Francisco de Narváez. Aunque el visitante se limitó a citar a ejecutivos, muchos de ellos argentinos, de empresas de capital estadounidense, voceros oficiales, encabezados por el diputado Néstor Kirchner, se encargaron de denostarlo, acusándolo de ser un derechista comprometido con el llamado Consenso de Washington, entre otros delitos. Tales juicios habrán provocado cierta sorpresa en Estados Unidos porque Valenzuela milita desde hace décadas en el progresismo demócrata y está vinculado con el ex presidente Bill Clinton y su esposa, Hillary, la secretaria de Estado del gobierno del presidente Barack Obama, pero es evidente que los Kirchner y sus colaboradores no se preocupan por tales detalles.
Por una cuestión de género nuestra presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, hubiera preferido que Hillary Clinton ganara la interna demócrata del año pasado. Así y todo no ocultó su esperanza de que Obama, el que según ella era una especie de peronista de izquierda, la tomara por una compañera de ruta, pero pronto resultó evidente que su homólogo norteamericano no tenía demasiado interés en la relación de su país con la Argentina. Bien que mal, el establishment demócrata comparte la opinión de su equivalente republicano y de todos los gobiernos de los países ricos de que los Kirchner son personas imprevisibles que se han habituado a violar las reglas respetadas por los demás integrantes de la comunidad internacional, razón por la que les convendría mantener cierta distancia. Asimismo, siguen produciendo escozor los recuerdos de la cumbre americana que se celebró en Mar del Plata en el 2005, cuando el en aquel entonces presidente Néstor Kirchner aprovechó la oportunidad para vapulear en público al presidente estadounidense George W. Bush. Lejos de agradecerle a Kirchner por el espectáculo brindado, hasta los demócratas más contrarios a Bush se sintieron insultados por un estallido de antinorteamericanismo primario en lo que, conforme a las encuestas de opinión, era el país más rabiosamente antiyanqui del hemisferio.
El gobierno kirchnerista no es el único en América Latina que se afirma decepcionado por la política exterior de Obama.
En buena parte de la región se suponía que merced a su llegada al poder Estados Unidos dejaría de actuar como la superpotencia que es para transformarse en un país humilde liderado por un hombre dispuesto a prestar atención respetuosa a los sabios consejos de dirigentes como Cristina, pero resulta que si bien Obama raramente vacila en criticar en los foros internacionales la gestión de su antecesor, sigue siendo presidente de Estados Unidos y por lo tanto está decidido a privilegiar los intereses de su propio país. Algunas diferencias de estilo aparte, la política exterior del gobierno de Obama es muy similar a la de Bush durante su segundo período en la Casa Blanca. Nunca fue realista suponer que mucho cambiaría y que en adelante los norteamericanos dejarían de manifestar su inquietud por la corrupción rampante, la ausencia de seguridad jurídica, la arbitrariedad y la hostilidad hacia los inversores que son tan características de ciertos países latinoamericanos, entre ellos la Argentina, pero parecería que los Kirchner pensaban de otro modo, de ahí la indignación de la que hicieron gala por las alusiones indirectas de Valenzuela a algunas de las deficiencias más notorias de su "modelo" socioeconómico.