En Alemania es muy elogiado desde el 2002 un programa titulado "El cuarteto filosófico", de la cadena pública ZDF (para envidia de argentinos, anotamos que en este canal público, que abarca al país y otros vecinos, la publicidad está restringida por la legislación: no la hay a partir de las 8 de la tarde ni durante los domingos y días festivos). Se trata de un programa bajo conducción de Rüdiger Safranski y Peter Sloterdijk en el que estos dos filósofos dialogan con especialistas sobre problemas complejos -la ciencia, la política, el racismo, el país y su relación con el Romanticismo cultural, etcétera- que han logrado audiencias cercanas al millón de personas. El primero de ellos, autor de libros medulares sobre Schopenhauer y Nietzsche, estuvo en Buenos Aires hace un tiempo y planteó en una conferencia problemas de sumo interés sobre la relación de la sociedad con las tecnociencias, fundamentando una respuesta a la pregunta "¿La moral es enemiga del progreso tecnológico?". Lo curioso es que en aquella oportunidad Safranski (recién accesible aquí su magistral biografía "Un maestro de Alemania. Martin Heidegger y su tiempo") centró su exposición crítica en ideas sobre la eugenesia, sostenidas precisamente por quien es ahora su camarada en el programa televisivo mencionado, Peter Sloterdijk.

Un libro de este último titulado "Reglas para el zoológico humano" había presentado una tesis de libertad absoluta en la experimentación genética utilizando una argumentación sorprendente: que la historia del humanismo es la historia de la domesticación del hombre para mejorar la especie según la visión de las clases dominantes. Esto se hizo tradicionalmente durante siglos mediante técnicas educativas que actuaban sobre su mente y su cuerpo. Ahora, el papel de estas técnicas es reforzado por la ciencia mediante la intervención en el genoma y de este modo no se está más que perfeccionando y dando cima a los sueños del humanismo. Consecuentemente, la filosofía tiene el deber de tomar conciencia de que la raza humana, ya con la praxis efectiva en la ingeniería genética, ha ingresado en un era para la cual cabe el nombre de "antropotécnica". La filosofía, según el autor, debe entonces colaborar en el proceso de modelado del hombre futuro.

Safranski manifestó una opinión negativa. Éstos, dijo, son momentos peligrosos para la historia de la libertad. La biotécnica desafía a la moral. Parafraseando a Marx, dijo, podemos afirmar que los factores de producción técnicos tienden a vulnerar las exigencias morales: de hecho, tanto la economía como la ciencia se inclinan a considerar los escrúpulos éticos como obstáculos del progreso. Pero el hombre tiene derecho a nacer, no a ser producido. Es preferible la lotería genética, dentro de las posibilidades precautorias que sea capaz de alcanzar la ciencia. Lo que amenaza es apabullante, puede ser siniestro, y por eso el ser humano debe autolimitarse. Proliferan bancos genéticos donde se podrán comprar en un no lejano futuro caracteres patentados, previa definición del estándar de un ser bien constituido. El eugenismo hará furor y podremos asistir a la aparición de una sociedad de dos clases, la de los valiosos, modelados genéticamente, y la de los menos valiosos. (Hemos comentado aquí en otra oportunidad que el biólogo estadounidense de Princeton Lee Silver, un pionero de lo que llama "Reprogenética", ya tiene propuestos a estos candidatos como "GenRich" y "Naturals" y trabaja empresarialmente en investigaciones sobre los cursos de acción necesarios).

En la actualidad Safranski participa activamente, tanto en televisión como en el libro, de la discusión que no cesa en Alemania sobre cómo explicar el curso particular que ha experimentado su historia desde un pasado luminoso, cuando fue aceptada por la admiración universal como "la tierra de los poetas y los pensadores" (Das Land der Dichter und Denker), hasta devenir con el régimen nazi en un reino del mal. En uno de sus últimos libros, titulado "Romanticismo, una odisea del espíritu alemán", analiza el período de la vida espiritual de su país que tuvo su "acmé" en el siglo XIX cuando el arte, la literatura y la filosofía se convirtieron en una suerte de religión. Y cuando se le hizo en televisión la filosa pregunta política "¿En qué medida fue romántico el nacionalsocialismo de Adolfo Hitler?", respondió que ese movimiento entró como una apisonadora en la cámara de los tesoros de la cultura alemana. Fue un movimiento militarista y heroico -"Romanticismo de ace-ro" decía Goebbels- que nada tenía que ver con el espiritual y creativo. Es falso un silogismo que deduzca: "Los alemanes son románticos; ellos adhirieron al nazismo; por lo tanto el nazismo es romántico".

El Romanticismo clásico no tiene relación con el nacionalsocialismo. Éste se montó, entre otros factores -la crisis, la humillación, el antisemitismo, la retórica de un demagogo convincente- sobre un oportunismo moral generalizado, potenciado por medios de comunicación de masas que para la gente eran absoluta novedad. Pero la auténtica ideología de los nazis fue el darwinismo social y el racismo, en esencia un eugenismo demencial.

Al dar explicación sobre por qué un país de la más alta cultura pudo caer en el báratro de un período de negación trágica de sus valores, el conductor de "El cuarteto filosófico" ratificó así su opinión general negativa respecto del biologismo y una advertencia en relación al futuro que la platea del Instituto Goe-the pudo oír de su propia voz hace tiempo en Buenos Aires.

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

(*) Doctor en Filosofía