Estamos tan habituados a que períodos de auge económico posibilitados por un alza de los precios de los commodities se vean seguidos por caídas devastadoras atribuibles a la irresponsabilidad del gobierno de turno, que no es del todo sorprendente que según algunas encuestas el estado de ánimo local sea más pesimista que en el resto de América Latina. Que éste sea el caso tiene menos que ver con las perspectivas macroeconómicas frente al país, que con la falta de confianza en la capacidad de la clase política para aprovechar circunstancias que en principio deberían sernos favorables, ya que parecería que está soplando nuevamente "el viento de cola" que tantos beneficios nos supuso durante la gestión presidencial de Néstor Kirchner, y que no está por reducirse la demanda por los bienes, en especial los de origen agropecuario, que estamos en condiciones de producir en abundancia. Es que hasta nuevo aviso, la Argentina seguirá siendo escenario de una lucha despiadada entre un gobierno que ha perdido popularidad pero que así y todo ha conservado mucho poder, por un lado y, por el otro, una oposición fragmentada cuyos integrantes parecen más interesados en sus proyectos personales a largo plazo que en formular una estrategia de desarrollo para el país en su conjunto, lo que puede entenderse ya que, por positivas que fueran sus propuestas, no podrían concretarlas pero que así y todo contribuyen a la sensación de que el país está a la deriva. A menos que el gobierno acepte convivir de manera civilizada con la oposición, como es normal en todas las democracias maduras, la Argentina continuará atrapada en un pantano del cual le será cada vez más difícil salir.
Puesto que el malhumor y la frustración resultante inciden en la conducta de virtualmente todos, la ya crónica crisis política está frenando el progreso económico. Por razones lógicas, la gente se resiste a consumir más de lo necesario porque sabe muy bien que le convendría apretar el cinturón hasta que tenga motivos para aflojarlo. Los empresarios son reacios a invertir porque temen que en cualquier momento se modifique radicalmente, una vez más, las reglas del juego, lo que perjudica a quienes están buscando trabajo además, desde luego, de hacer prever que la eventual recuperación resulte menos vigorosa de lo que sería si, como ocurrió en los años noventa, se sintieran obligados a mejorar la productividad incorporando bienes de capital. Igualmente escépticos son los inversores del exterior que, por razones comprensibles, prefieren boicotearnos a arriesgarse en un país gobernado por políticos que se enorgullecen de su voluntad de enfrentarse con las instituciones más poderosas de la comunidad internacional en nombre de una ideología que en otras latitudes es considerada estrafalaria.
También preocupa la falta evidente de profesionalismo de quienes se han encargado de manejar la economía nacional, el ex presidente Kirchner y su colaborador más importante, el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, personajes que no han vacilado en confeccionar estadísticas falsas con el propósito de ocultar así los efectos negativos de sus muchos errores. Aunque los voceros oficiales, comenzando con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, siguen dando a entender que están construyendo "un modelo", o sea, que sus iniciativas tienen cierta coherencia, la impresión que brindan es que día a día se limitan a improvisar sin preocuparse demasiado por las consecuencias a mediano plazo.
Tienen razón los que afirman que en el fondo nuestros problemas son políticos. Por diversos motivos, no hemos conseguido armar un sistema que permita que el país sea gobernado por equipos idóneos. En teoría, el nuevo Congreso debería poder desempeñar su función básica que consiste en controlar lo hecho por el Poder Ejecutivo, de tal modo impidiéndole continuar actuando de forma llamativamente arbitraria, pero lo más probable es que los conflictos entre los kirchneristas y los hartos de su prepotencia nos lleven a una etapa acaso prolongada de virtual parálisis, lo que, es innecesario decirlo, serviría para hacer aún menos respirable el clima de pesimismo que se ha difundido por todo el territorio nacional, con el resultado de que buena parte de la población se ha puesto a esperar hasta que, por fin, el futuro le parezca un tanto más promisorio.