Acaso porque acusan la fatiga de tanto aporrear bombos y redoblantes o porque la llegada de las fiestas de fin de año introduce en el ambiente una distensión que contribuye a apaciguar cualquier protesta, los gremios estatales han tolerado casi sin chistar la advertencia formulada hace pocos días por Jorge Sapag en el sentido de que no habrá aumentos durante los próximos seis meses, algo que en cualquier otra oportunidad hubiera bastado para prender fuego el escenario.
No sólo en el discurso: a pesar de sus airados y reiterados reclamos, en los últimos meses los gremios vienen tolerando en los hechos un congelamiento de cualquier mejora salarial.
Es cierto; lo más probable es que a finales de febrero próximo, cuando se hayan terminado las vacaciones, comiencen otra vez las clases y todos hayan vuelto a sus tareas normales, los combativos gremios estatales retomen con renovados bríos la ofensiva. Pero no es menos certero que para entonces el gobierno habrá ganado tiempo, disfrutando de una tregua que le está permitiendo recomponer sus fuerzas.
Lo más novedoso es que esta suerte de impasse se ha logrado sin que el oficialismo haya abandonado su discurso de "diálogo" y buena onda, pero también a despecho de su paralelo endurecimiento con las protestas sociales. Algo que ha terminado por colocar a Sapag a mitad de camino entre la mano blanda exhibida al comienzo de su gestión y la mano dura que le reclaman de viva voz -para desgastarlo y captar votos entre los sectores más opulentos de la sociedad- sus dos principales adversarios: Sobisch dentro del MPN y Quiroga desde la oposición.
Algunos atribuyen este estado de cosas a un acuerdo no público entre el gobierno y la dirigencia sindical -lo que en todo caso no se ha podido probar- pero lo cierto es que sea como fuere el moderado giro a la derecha introducido por Sapag hace unos meses, en medio de la desazón por el cúmulo de dificultades financieras y sociales sin resolver, parece haberle dado algún resultado.
Por lo pronto y a pesar de la falta de aumentos salariales y de algunos desalojos policiales de tomas y piquetes antes impensados, el gobierno no está en un brete peor sino que parece disfrutar de un leve respiro.
Los estrategas oficiales confían en que esa vaca lechera que es el subsuelo pletórico de hidrocarburos de Neuquén contribuirá a sacarle las papas del fuego a esta administración, algo no muy diferente a lo que ha venido ocurriendo a lo largo de las últimas décadas con todos los gobiernos del MPN.
Allí están, para convencer a los más escépticos, el nuevo yacimiento descubierto por YPF, las mejoras en los ingresos que vendrán de la extracción del gas de arenas compactas y el incremento en las regalías del gas que Sapag piensa obtener merced a sus buenas migas con De Vido, Cristina y Néstor (con todos ellos, se dice, habla por teléfono al menos una vez por semana).
La aprobación por parte de la Legislatura de la ley que autoriza la emisión de bonos por 200 millones de dólares -que le permitirá al gobierno patear la pelota para adelante (otra especialidad del MPN)- y la expectativa -ya no oficial sino de la mayoría de las consultoras que echan pestes contra el gobierno nacional- de que el país recupere la senda del crecimiento económico podrían hacer el resto.
Es cierto que faltan dos años para que culmine el mandato y eso es una eternidad para la política argentina, pero Sapag ya ha empezado a hacerse los rulos con la posibilidad de repetir. Por lo pronto, el gobernador piensa cerrar la semana que comienza con tres actos oficiales que serán en realidad el virtual lanzamiento de su reelección: uno en el norte, otro en San Ignacio, la cuna de Ceferino, y otro en un barrio de la capital.
Mientras el hijo de don Elías despliega su modelo de tolerancia light -acaso la más lúcida opción conservadora de hoy día que, no obstante, puede trocarse de golpe en manotazo autoritario, como quedó visto el viernes en la Legislatura cuando el oficialismo se negó a escuchar a la oposición-, sus mayores adversarios políticos pujan por adueñarse del discurso opuesto.
Sobisch, que a pesar de sus alardes previos tuvo que conformarse con juntar apenas un tercio del público que acarreó Daddy Yankee, el rey del reggaeton -al menos el acto del ex gobernador no terminó en un desmadre-, tomó como blanco de sus invectivas a gremialistas y piqueteros, a quienes prácticamente acusó de alzarse con la renta provincial.
Lo cierto es que el acto del ex gobernador pareció más que nada una jugada en defensa propia y, aunque el pretexto fue defender a su antiguo socio y sucesor, resultó obvio que trataba de hundirlo, presentándolo como a un flojo al que cualquiera le puede meter la mano en el bolsillo impunemente.
Apareció así compitiendo francamente con el radical cobista Horacio "Pechi" Quiroga, que no se cansa de echar sapos y culebras contra gremialistas y piqueteros en su afán por erigirse en el candidato confiable de la centroderecha. En realidad, ni uno ni otro parecen advertir que su discurso atrasa y tiene un techo muy concreto. Sobisch, porque viene de pilotear una experiencia mucho más dispendiosa, parcial y pendenciera que la actual, que en definitiva la sociedad parece haber dado por agotada. Quiroga, porque se olvida de que, a pesar de la experiencia arrasadora del sobischismo, es el MPN con todos sus contrastes el que en mayor medida sigue garantizando, ahora en versión un tanto más edulcorada y seductora, los intereses y las expectativas de las clases altas y medias altas (también, aunque cada vez menos, los de buena parte de las capas medias y bajas).
Así las cosas, el cambio en el discurso -y en la práctica- adoptado por Sapag parece haber cumplido en parte con el propósito de ponerlo a resguardo de la afilada lengua de sus competidores. Al menos los ha dejado sin argumentos contundentes frente a aquellos que claman por acabar sin más trámite con todos los revoltosos.
No obstante, a este gobierno todavía le queda mucho trecho por recorrer y faltará ver si su astuta jugada resiste la prueba de los hechos.
HÉCTOR MAURIÑO
vasco@rionegro.com.ar