El presidente estadounidense Barack Obama sorprendió a todos cuando, al recibir el Premio Nobel de la Paz el jueves pasado en Oslo, señaló que a veces la guerra sí es necesaria, que el mal realmente existe, y que de todos modos "un movimiento no violento no podría haber frenado a los ejércitos de Hitler". Tenía razón, claro está, pero sucede que Obama debe el grado extraordinario de popularidad que alcanzó en Europa precisamente a la esperanza de que su gestión, a diferencia de aquella de su antecesor, George W. Bush, sirviera para que los distintos pueblos del mundo aceptaran convivir en paz. Aunque Obama mismo parece haber compartido dicha ilusión, ya resulta evidente que sus once meses en la Casa Blanca le han enseñado que el mundo es un lugar menos sencillo, y menos agradable, de lo que quería creer. Por cierto, los líderes actuales de Irán y Corea del Norte no se han sentido tentados a abandonar sus respectivos programas nucleares. Tampoco han manifestado interés alguno en deponer las armas los islamistas de Afganistán, Pakistán y buena parte de Somalia. Antes bien, convencidos de que los norteamericanos, más preocupados por sus problemas económicos internos que por lo que está ocurriendo en el resto del mundo, están batiéndose en retirada, los guerreros santos están redoblando sus propios esfuerzos por hostigarlos a fin de poder aprovechar mejor lo que para ellos sería un triunfo propagandístico decisivo.
La postura reivindicada por Obama en su breve visita a Noruega se asemeja mucho a la del gobierno de Bush, sobre todo el de su segundo cuatrienio en el poder cuando, aleccionado por lo difícil que resultaba pacificar Irak, se conformaba con objetivos menos ambiciosos que los de su primer período como presidente. Además de reconocer que a veces la guerra puede ser la opción menos mala, Obama se afirmó a favor de las intervenciones humanitarias para impedir el genocidio, planteo éste que muchos progresistas habían llegado a repudiar porque los "neoconservadores" lo usaron para justificar la invasión de Irak. Si bien tanto Obama como los líderes europeos insisten en que sus tropas están en Afganistán porque de lo contrario volvería a ser una base para los terroristas de Al Qaeda, también se sienten obligados a proteger a la mayoría de los afganos de los horrores que le aguardarían si islamistas fanatizados y sanguinarios consiguieran desplazar al gobierno de Hamid Karzai.
Desde que Obama inició su gestión en enero, la política exterior de Estados Unidos ha sido vacilante debido en buena medida a la voluntad del presidente, presionado por sus simpatizantes progresistas y, en algunos casos, pacifistas, de romper con lo hecho por Bush. Siempre era de prever que los intentos de Obama de congraciarse con los regímenes de Irán, Corea del Norte, China, Rusia y los dictadores árabes a costa de aliados, como ciertos países del ex bloque soviético e Israel, resultarían contraproducentes porque cualquier síntoma de debilidad en Washington envalentonaría a los resueltos a modificar drásticamente el statu quo. Para decepción de Obama, cuya popularidad en Estados Unidos ha caído por debajo del 50% mientras que más del 40% dicen sentir cierta nostalgia por Bush, es lo que en efecto ha sucedido, pero el discurso que pronunció en Oslo en que reivindicó principios tradicionales que antes había cuestionado, además de la decisión de enviar 30.000 soldados norteamericanos más a Afganistán, hacen pensar que en adelante su actitud será llamativamente más firme. Tendrá que serlo. Sería desastroso no sólo para Estados Unidos sino también para muchos otros que los teócratas iraníes consiguieran un arsenal nuclear o que Afganistán y, tal vez, Pakistán cayeran en manos de extremistas religiosos resueltos a expulsar por completo del "gran Oriente Medio" a todos los infieles. Desde que decidió aumentar la presencia norteamericana en Afganistán, Obama se ha visto convertido en blanco de las críticas furibundas de quienes dicen creerlo una versión más elocuente que Bush, pero resultaría mejor que se acostumbrara a la hostilidad rabiosa de la franja así supuesta de lo que sería que siguiera tratando de conformarla negándose a tomar en serio los desafíos planteados por los enemigos despiadados de todo cuanto cree representar.