La frase "sociedad de consumo" suele estar cargada de connotaciones negativas. Sin embargo, muchas organizaciones sociales en todo el mundo han encontrado una forma de contrapeso, que perpetúa el consumo como principal motor de la economía pero cambia profundamente la forma de ejercerlo. Así, el consumo desmedido o irracional deja paso al consumo responsable, ejercido con conciencia y conocimiento acerca de las condiciones de producción de los bienes y servicios.
En los años 60 confluyeron tres movimientos que fueron claves a la hora de instalar la noción de que el consumo desmedido, guiado únicamente por la obtención de ganancias, podía llevar a un colapso planetario: el movimiento hippie, las organizaciones ecologistas y las ONG humanitarias que esbozaron por primera vez la idea del comercio justo. El desapego por lo material, la defensa de los recursos naturales y la revalorización del origen en la cadena comercial fueron -y aún lo son- sus banderas. Y aunque sus acciones son bien diferentes, los tres comparten un mismo trasfondo: el desafío de la noción ingenua de que el consumo consiste solamente en la satisfacción de una necesidad.
El consumo responsable revierte la idea que tenemos de nosotros mismos como último eslabón de la cadena comercial y nos pone en el centro de la escena, como protagonistas y co-responsables de la realidad que vivimos, con especial énfasis en la desigualdad social y la degradación del ambiente. No es casual que conceptos tales como la huella ecológica, el comercio justo, la economía social, la soberanía alimentaria y la responsabilidad social empresaria hayan surgido casi al mismo tiempo para reparar los excesos que el consumo desmedido y global ha causado en el lapso de los últimos cincuenta años. La fecha tampoco es antojadiza: tal como lo explica Annie Leonard en el video "La historia de las cosas", el consumo adquirió su papel central a partir de la posguerra, cuando Estados Unidos gestó conceptos como la obsolescencia programada y la percibida de la vida útil de los productos. La primera nos obliga a volver a comprar un producto que ha sido planificado y fabricado para no durar, mientras que la segunda se relaciona con la moda, que nos propone reponer una y otra vez aunque el producto siga cumpliendo su función.
Entonces, ¿cuál es la propuesta? No es dejar de comprar, sino seguir haciéndolo pero intentando actuar con conciencia en los diferentes momentos del circuito: la extracción, la producción, la distribución, el consumo y la disposición final de las cosas. Minimizar la extracción de recursos no renovables; producir en condiciones dignas y saludables para los trabajadores y el medio ambiente; ampliar y mejorar la distribución de los productos naturales, orgánicos y de comercio justo; comprar a las organizaciones o empresas que fabrican con ética; preferir los productos de origen local, sin trabajo infantil ni esclavo y con embalajes de bajo impacto ambiental; cuidar el uso del agua y la energía y reciclar o reutilizar son algunas de las soluciones que están a nuestro alcance.
Algunos ejemplos de organizaciones que trabajan en este sentido en Argentina son Arte de pueblos, Amartya, Arte y Esperanza, Mercado de Bonpland, Mutual Sentimiento, Reciduca, Adobe, El Ceibal, Mesa Nacional de Productores Familiares, Plataforma Patagónica de Organizaciones Sociales, Jepea, Icecoop, Centro de Comercio Solidario, Ecovolta, Satori Lab, Sabe la tierra, además de redes de comercio justo y grupos de consumidores responsables en todo el país.
DOLORES BULIT (*)
Periodismo Social
(*) Editora del blog: www.comerciojustoenargentina.blogspot.com y voluntaria de Fundación Silataj