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LA SEMANA EN BARILOCHE: Darwinismo vial | ||
Cuando las demandas abruman y la tarea a realizar acumula cuentas pendientes de toda especie y color, un gobierno municipal asumido en sus limitaciones pero dispuesto a presentar batalla haría bien en concentrarse al menos en las cuestiones de alta sensibilidad. Si así piensan el intendente Marcelo Cascón y sus colaboradores, es llamativa la dejadez con la que enfrentan el desmadre del tránsito en el área urbana, que en los últimos días (y en los anteriores también, y seguramente en los inmediatos por venir) volvió a ser noticia por las recurrentes discusiones callejeras y las penurias que padecen por igual residentes y turistas cuando se aventuran en el microcentro. El crecimiento notorio de la población local y del número de vehículos que emplean provoca sobrecargas inevitables en la estrecha cuadrícula que concentra la actividad bancaria y comercial, y también las áreas periféricas de las escuelas y sanatorios. En temporada turística se suman cientos de autos y camionetas de extra jurisdicción y todo es mucho peor. Por la propia geografía en que está asentada, Bariloche tiene problemas serios para extender su trama urbana más allá de las calles 12 de Octubre, Mitre, Moreno y sus transversales, a las que puede sumarse la San Martín. Este condicionante obliga a atender el problema del tránsito con planificación exhaustiva y urgente, algo que parece desbordar por completo la capacidad del actual gobierno. Si no hay plan visible, al menos podría existir un flujo de inversión acorde con la gravedad del tema. Pero allí tampoco la gestión muestra avance alguno. Los cordones y las sendas peatonales exhiben restos de pintura imposibles de datar. La señalización vertical en muchos casos es precaria y confusa. Muchos particulares pintan sus propios cordones de amarillo para autoadjudicarse reservas "truchas". La ciudad funciona desde hace un semestre sin estacionamiento medido y sin grúa, con lo cual la autoridad de los inspectores de tránsito es poco menos que simbólica. Para agravar las cosas, los inspectores trabajan sólo en horario administrativo y no da abasto para atender los atolladeros del radio céntrico. Los barrios están librados a su suerte. El transeúnte es maltratado con información contradictoria o ausente. Un caso notorio es el entorno del Centro Cívico, donde varios carteles advierten sobre la prohibición de estacionar pero los usos y costumbres determinan que cualquiera puede dejar el auto allí sin sanción alguna. Otro ejemplo es el de pasaje Reconquista 96, donde hay una reserva de estacionamiento frente a una casa particular cuyos carteles nada explican acerca de esa restricción. En realidad se trata de un permiso concedido hace un par de meses a Gendarmería, que tiene allí su "Unidad de Investigaciones y Procedimientos Judiciales". Para esa fuerza será necesario el sigilo, pero el transeúnte necesita saber por qué existe allí un espacio vedado al estacionamiento libre. Las normas obligan al municipio a informar, pero los carteles nada dicen. Los administradores de turno deberían entender al tránsito como una dinámica que no puede funcionar sin presencia efectiva del Estado. Lo contrario es abandonar todo a la ley del más fuerte. Los boxes de estacionamiento y el espacio mismo de circulación no alcanza para todos. Son bienes escasos que exigen regulación, tanto como las prioridades de paso en cada intersección. También es indispensable un sistema de sanciones justo y eficiente para encuadrar a quien se sale de la regla. Esa clase de demandas no surgen de un puro gusto por el orden sino del sentido común. La deserción del Estado en esta materia es lisa y llanamente desproteger a los más débiles. El estacionamiento en sitios prohibidos, en prolongados "doble fila", la carga y descarga a cualquier hora, la circulación de grandes ómnibus por calles no habilitadas, pasan a ser un derecho de los poderosos, sin importar a quien perjudiquen. Y los que andan a pie, los menos audaces (o los conductores sin capacidad de intimidación) pierden sin remedio. Tener un tránsito desquiciado es un perjuicio serio para cualquier ciudad, pero mucho más para una que se postula como un centro turístico de alto nivel. Más allá del valor indestructible del paisaje, la imagen que se forman los visitantes que llegan a Bariloche no atraviesa indemne los destratos de un núcleo urbano hostil y tortuoso, imposible de recorrer. Una política que desestimule el uso de vehículos particulares en el microcentro y los estacionamientos "eternos", que agilice los mecanismos de remoción y sanción a los infractores, completada con una comunicación más amigable, parece el único camino a mediano plazo. Un cometido que el municipio debería abordar sin demora. DANIEL MARZAL | ||
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