Acaso lo más notable del acto público que el jueves pasado celebraron los dirigentes rurales de la Mesa de Enlace en Palermo para dar la bienvenida al nuevo Congreso fue la participación de representantes de muchos sectores distintos. Antes de cobrar fuerza el conflicto entre el gobierno kirchnerista y los productores, era habitual tratar al campo como un sector aparte, uno cuyos intereses chocaban contra los de la industria y de la mayoritaria población urbana. Confiados en que el estereotipo así supuesto no se había modificado, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido atacaron ferozmente al campo, tratándolo como una "oligarquía" de ideas anticuadas que se especializaba en extorsionar al resto del país. Por fortuna, su retórica incendiaria no tuvo el resultado que esperaban. Lejos de ensanchar el abismo que supuestamente separaba al campo de los demás, sirvió para eliminarlo, ya que muchísimos habitantes de los centros urbanos pronto llegaron a la conclusión de que tenían más en común con "los oligarcas" que con el gobierno que quería ponerlos de rodillas. Aun cuando los motivos de quienes respaldaban al campo en el conflicto hayan tenido más que ver con el hartazgo que les producía la virulencia setentista de los Kirchner que con la conciencia de que era absurdo suponer que el campo constituyera un sector hostil al pueblo, pronto comenzaron a cambiar actitudes arraigadas que durante mucho tiempo habían contribuido a frenar el desarrollo económico y social del país.
En el Rosedal de Palermo, los dirigentes rurales se vieron acompañados por políticos de PRO, del peronismo disidente, de la UCR y de la Coalición Cívica-ARI, por clérigos de la Iglesia Católica, un pastor protestante y un rabino y por representantes de la Unión Industrial Argentina y otras organizaciones empresarias. Mientras que la base de sustentación del gobierno kirchnerista se ha achicado hasta tal punto que a veces parece limitarse a los piqueteros de Luis D´Elía y los camioneros de Hugo Moyano, además de aquellos políticos que están irremediablemente comprometidos con la pareja santacruceña, la de la corriente supuesta por la Mesa de Enlace rural se ha ampliado hasta abarcar a buena parte del país. No es lo que anticipaban los Kirchner cuando optaron por agregar el campo a su lista ya extensa de enemigos mortales pero, mal que le pese al matrimonio, reconciliar a los agricultores y ganaderos con quienes según la ideología predominante hasta hace apenas dos años deberían oponérseles merecerá contarse entre los logros más positivos de su gestión.
Aunque la noción de que el campo equivale al subdesarrollo pero otras actividades, en especial las industriales, simbolizan la modernidad, razón por la que es progresista apropiarse de los ingresos de los productores rurales para subsidiar a los dueños de fábricas y las reparticiones burocráticas del Estado, sigue influyendo mucho en el manejo de la economía nacional, ya parece inevitable que los próximos gobiernos asuman actitudes menos sectarias. A pesar de todos los obstáculos que se han erigido, el campo argentino se ha tecnificado tanto que es mucho más sensato calificarlo de un sector "agroindustrial", uno que, para más señas, ya está entre los más competitivos del planeta y que, siempre y cuando el gobierno no se las arregle para asfixiarlo, está en condiciones de crecer exponencialmente en los años próximos. Nunca tuvieron mucho sentido los esfuerzos de aquellos ideólogos que, obsesionados con las deficiencias de la Argentina relativamente próspera de un siglo atrás, se propusieron minimizar la participación del agro en la economía a fin de aumentar la importancia de otros sectores a su juicio más dignos. Gracias a la prédica de los Kirchner y sus cada vez más escasos simpatizantes, hay motivos para creer que el país está en vías de superar tales prejuicios, de modo que es de prever que en adelante los responsables de manejar la economía nacional entiendan muy bien que los intereses del campo coinciden con los del país en su conjunto y que por lo tanto es necesario concebir una estrategia de desarrollo integral en lugar de una inspirada en la idea peregrina de que, por ser cuestión de un juego de suma cero, lo que podría beneficiar al agro perjudicaría a los demás.