| Según el jefe del bloque de diputados kirchneristas Agustín Rossi, los legisladores de los distintos partidos opositores "no tienen responsabilidad presupuestaria" y por lo tanto "van a plantear las cosas desde el punto de vista que le cae simpático a la sociedad", razón por la que el Poder Ejecutivo -con el que a pesar de ser diputado Rossi se identifica- tendrá que vetar las leyes que a su juicio sean poco realistas. La actitud desafiante así supuesta podría considerarse sumamente sensata si hubiera motivos para temer que la UCR, PRO, la Coalición Cívica-ARI, el peronismo disidente y otras agrupaciones opositoras estuvieran resueltos a aprovechar la nueva configuración parlamentaria para entregarse a un festín populista, para horror de un gobierno decidido a manejar la economía con rigor ejemplar, pero a juzgar por lo que ha sucedido en los años últimos tal riesgo sólo existe en la imaginación de algunos oficialistas despechados. Si bien es posible que legisladores de algunas facciones izquierdistas propongan medidas irresponsables, les costará superar a los Kirchner en dicho ámbito, ya que con el propósito de congraciarse con grupos aliados se las han arreglado para aumentar de manera espectacular el gasto público, liberar los goles del domingo "secuestrados", apropiarse de los fondos jubilatorios privados y, desde luego, incrementar enormemente la presión impositiva. Asimismo, no han vacilado en interferir en la gestión de muchas empresas todavía privadas sin preocuparse en absoluto por los principios sanos que de forma indirecta reivindicaba el jefe de su bloque en la cámara baja. Si el Poder Ejecutivo opta por vetar sistemáticamente las modificaciones impulsadas por el Legislativo a las leyes que proponga, lo hará no por entender que sea necesario defender las finanzas nacionales contra gente resuelta a dinamitarlas sino porque quiere reducir al mínimo el papel del Congreso y de tal modo desprestigiarlo. Aun antes de trasladarse a la Casa Rosada, los Kirchner se acostumbraron a actuar como autócratas convencidos de que todos los demás debían subordinarse a sus dictados. Puede que cuando por fin se den cuenta de que las circunstancias han cambiado y que en adelante les convendría negociar con los bloques opositores, como corresponde en una democracia y como ha recomendado el presidente de la cámara baja, el kirchnerista Eduardo Fellner, pero las reacciones iniciales de la pareja frente a la pérdida de la hegemonía parlamentaria hacen pensar que seguirá procurando tratar al Congreso como una institución prescindible. En tal caso, los legisladores tendrían que intentar hacer valer sus derechos constitucionales. Mucho dependerá de la conducta de los integrantes del bloque oficialista. Si se mantienen monolíticamente unidos, al gobierno no debería resultarle tan complicado capear las tormentas que le aguardan con la ayuda de aliados circunstanciales, pero no hay ninguna garantía de que todos los miembros del Frente para la Victoria sigan obedeciendo sin chistar las órdenes de Néstor Kirchner. De tener razón el ex presidente interino Eduardo Duhalde cuando dice que "se acabó la hora de la compra", la capacidad oficial de asegurarse adhesiones merced a su manejo de "la caja" ha mermado tanto que, además de no estar en condiciones de continuar transformando opositores en militantes oficialistas, les será cada vez más difícil impedir la deserción de quienes hasta ahora los han apoyado por motivos que podrían calificarse de oportunistas. El poder que han sabido construir los Kirchner se basa en intereses compartidos, no en factores ideológicos, ya que los santacruceños no representan ninguna corriente de opinión definible, ni en el atractivo irresistible de su carisma personal. Así las cosas, la caída vertiginosa de su popularidad -conforme a las encuestas más recientes apenas el 18% de la ciudadanía los quiere-, y en consecuencia de su influencia electoral, no podrá sino hacer recapitular a aquellos políticos profesionales que se sientan preocupados por su propio futuro. No sorprendería del todo, pues, que en el transcurso de los meses próximos comenzara a disgregarse el bloque oficialista en Diputados y en el Senado, tal y como le sucediera hacia fines de la década pasada al menemismo, antes invencible. | |