Viernes 11 de Diciembre de 2009 Edicion impresa pag. 24 > Debates
El liderazgo social de Chile

Por JULIO BURDMAN

En nuestra región, Chile es un líder social. No es potencia militar ni económica y no pertenece a ninguno de los dos bloques de imperfecta integración: Mercosur y Comunidad Andina de Naciones. Pero cuenta con un poder blando: es visto, fronteras afuera, como un modelo a seguir.

Creció económicamente, redujo su pobreza y es políticamente estable. Además, los chilenos se han ganado fama de respetuosos y organizados. Hasta cuando les va bien en el fútbol, desde afuera se lo atribuimos a su capacidad de organización, antes que al brillo individual de sus jugadores. Ese liderazgo es uno de sus principales activos.

Obviamente, en esta imagen hay exageración y simplificación. Los chilenos son de carne y hueso y tienen varios problemas irresueltos. Pero en términos relativos, es el país latinoamericano al que mejor le ha ido en las últimas décadas. En un subcontinente que busca su identidad desde hace siglos en la dicotomía civilización y barbarie, siempre hay espacio para que un país cumpla la función del liderazgo social civilizador. En palabras del político uruguayo Ruperto Long, los chilenos de hoy son los argentinos de antes.

¿El modelo chileno va a las elecciones?

No. Si algo viene caracterizando al Chile contemporáneo son sus grandes consensos políticos alrededor de aspectos centrales de la organización económica y política. Pero hay una novedad, tal vez de segundo orden en términos de posibilidades electorales, pero significativa para el tema de esta columna: el tercer candidato, Marco Enríquez-Ominami, quien tiene un 20% de intención de voto.

Su candidatura, que tercia entre los dos grandes, los conservadores y la Concertación, tiene la épica de aquel que se construye desde abajo, al margen de las estructuras predecibles, sin apoyo de su partido, recolectando firmas, ganándose enemigos. A Frei, contrariamente, se lo ve como al candidato que la Concertación tuvo que salir a buscar a falta de uno mejor. Y al mismo tiempo a Ominami se lo ve como el que maneja los códigos comunicacionales de la política contemporánea frente a un candidato -hasta ahora, siempre Frei- que probablemente no maneje ninguno de ellos. La comparación con Obama y su cuenta en Facebook está a la orden del día.

Por eso último, a Ominami se lo interpreta como a un candidato "posmaterialista", que habla de medio ambiente, de la calidad de vida, del género y de todas esas cosas que interesan a los países ricos una vez que tienen resueltas las necesidades económicas de su población. Pero esa lectura del tercer candidato es un poco condescendiente. Entre otros significados, Ominami representa una visión más crítica de la sociedad chilena, muy segura de su liderazgo social, que la de todos sus predecesores.

Desde hace dos décadas, en Chile gobierna la Concertación, una de las coaliciones políticas más estables del mundo. Veinte años consecutivos en el poder, con un método de alternancia interna. La Concertación es la portadora del "milagro chileno" del que por años viene hablando buena parte del mundo. Comandó una transición inteligente y sorprendentemente mesurada desde el régimen de Pinochet, el Francisco Franco de Chile.

La política de la Concertación, por lo tanto, ha sido la defensa de todo lo ocurrido en Chile durante estos veinte años. Enfrente ha tenido como contrincante una coalición conservadora, que con el tiempo se ha ido "despinochetizando" hasta convertirse, en nuestros días, en una derecha moderna y potable para muchos votantes de la centroizquierda. Para la coalición conservadora de los noventa, el "milagro chileno" era anterior a la Concertación; esta última había tenido la virtud de no haberlo alterado. Pero lo hacía con poca eficacia. Los candidatos de la oposición siempre se ofrecieron como mejores gestores.

De esa forma, se consolidaron dos culturas políticas en el Chile bipolar: la que reivindica lo que es y la que acusa al oficialismo de ineficaz. Se perdió en ese camino la cultura de la crítica. Tal vez por eso entre los chilenos se respira tanto orgullo nacional. En la Argentina, en cambio, la cultura de la crítica desde hace tiempo sobreabunda.

El discurso de Ominami, con todos los matices personales que aporta el candidato atípico, constituye una visión más crítica de Chile. Les recuerda a los chilenos que el suyo no es un país desarrollado, porque todavía hay muchos pobres y una distribución del ingreso muy desigual. También dice que el sistema político es muy rígido y refractario a la renovación y que la sociedad, aunque más abierta y libre, sigue siendo parroquial. No parece casual que la candidatura de Ominami haya prendido en un año de crisis económica.

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