NEUQUÉN (AN).- Encantamiento. Emoción intensa. La insuperable alegría que Manu Chao construye en un maratónico recital de tres horas hace evidente la contundencia de un verdadero rockstar. ¿Por qué no admitir que hay pocos grupos de acá que pueden pelar tamaña generosidad en una seguidilla de más de treinta temas uno detrás de otro? Ahí es cuando hay que pensar que Manu tiene mucho de hechicero.
Pero más allá de su carisma y energía natural, es un profesional que siempre ha preferido moverse, coherente, por la senda de las causas sociales y de las minorías, en la vereda de enfrente de la industria y lo superficial.
"Este concierto va dedicado a todos los compañeros de la fábrica Zanon". Así fue como Chao, con su irresistible encanto, arrancó la fiesta en un Ruca Che desbordado y asfixiante. Por primera vez en esta ciudad, después de mucha espera, Manu demostró que tiene un gran estado físico y, definitivamente, un motor que nunca, nunca, deja de rolar.
Su querida presencia quedará en la historia de nuestro espectáculo. No sólo por su potencia y la contundencia de su música, sino por la solidaridad con los obreros ceramistas de Zanon, la comunidad mapuche, los activistas que se oponen a la mina de Campana Mahuida, los enfermos de salud mental del hospital Castro Rendón.
A medida que pasan las horas Manu y su grupo, Radio Bemba, arremeten con las canciones del último disco, "Baïonarena", en un marco roquero y de "reggae core" que provoca adrenalina pura entre más de 6.000 almas que bailan, se chocan, cantan. "Peligroso está el barrio" advierte Chao, al principio, y lo que sigue de la fiesta está dado por una lista abultada de hits entrañables ("Casa Babylon", "La primavera", "Bienvenido a Tijuana", "Clandestino", "Desaparecido", "Radio Bemba", "El viento", "Tristeza maleza", "Vakaloka", "La vida es una tómbola", etcétera, etcétera), manteniendo una sucesión de momentos bien arriba, sacudidos por la intensidad de la rumba, el flamenco, el power-dub o el reggae.
Las instantáneas se suceden: ráfagas de un show visceral y físico, donde Manu sostiene el peso de su propia leyenda rodeado de músicos talentosos que destilan histrionismo. "Pase lo que pase, sea lo que sea, próxima estación: ¡Esperanza!"? repite en "Día luna día pena" y nos invita a hacer como él, en su carrera y en su vida, a ser más optimistas.
Y lo que queda para el final es un agotamiento saludable y la esperanza de que Manu regrese algún día para tocar en Zanon -como deslizó- y seguir alimentando la magia.