El gran novelista norteamericano Henry James (1843-1916) recibió una carta de un sobrino que le pedía consejo para tener éxito en su futuro. James le ofreció una respuesta simple y sabia: "Tres cosas importantes hay en la vida humana. La primera es ser amable. La segunda es ser amable. La tercera es ser amable".
La cita viene a cuento por el hecho de que el nuestro se ha convertido en un mundo que parece haber perdido valores, normales en otros tiempos, de cortesía y buena voluntad entre la gente. Éste es un tiempo de la historia signado en cuanto al trato urbano por la descortesía, el abuso, la prepotencia, el "sorpasso". Ocurre en todos los países, en todos lados. Tan notoria es esa pérdida u oscurecimiento de principios como para haberse publicitado recientemente una jornada mundial a la que se invitaba por internet a gente de buena voluntad para que concurriera en un sitio de la web con la descripción de un acto personal de gentileza que se haya realizado, al estilo de la buena obra diaria tradicionalmente recomendada a los boy scouts. La amabilidad efectiva, justificaba la invitación, puede cambiarnos la vida, ayudarnos a estar mejor y hacer que los otros también lo estén. Saludar con un "¡Buen día!" optimista, ceder el asiento a una mujer o persona mayor, circular respetando el paso del otro, acoger cordialmente al nuevo vecino, una sonrisa ante la contrariedad que nos toca, darle contenido afectuoso a fórmulas automáticas como "¡Buen fin de semana!".
O -ya en un nivel de mayor exigencia intelectual- partir, como hacía Spinoza -"el más noble y loable entre todos los filósofos", a juicio de Bertrand Russell-, de una visión del hombre según una perspectiva de armonía y tolerancia. O tener presente el "Imperativo categórico" o "Regla de oro" de Kant, que dice: "Actúa de tal manera que siempre trates a tu propia persona como a cualquier otra, no simplemente como un medio sino siempre al mismo tiempo como un fin". Esforzarse por ponerse en el propio lugar del semejante -ese privilegio natural de los realmente buenos- como un propósito de mejorar nuestro egoísmo, superar la omnipresencia del "Yo" en las expresiones habituales, a toda hora y todos los días. "Le moi est haisable" (el "yo" es odioso), enseñaba Pascal.
Nuevos rumbos
Pero no faltan iniciativas y remedios que se relacionan, no ya con la filosofía y la ética, sino con la tecnología y la ciencia, dos potencias contemporáneas que, no porque sí, cargan para muchos con parte de la responsabilidad en cuanto al deterioro de los buenos hábitos sociales. Veamos dos muestras de ellas.
En el Japón actual, ya con rasgos de supercivilización, acordaron hace pocos años dedicar un día del año a celebrar actitudes públicas o privadas de cortesía. Esta nueva fiesta condujo a la creatividad técnica de los nipones a inventar el "sonrisómetro", un aparato que indica o mide la capacidad de empatía social de agentes públicos o simples trabajadores. La empresa que hizo punta en el procedimiento es Keinen Express Railways Co. incorporando un escáner que mide la sonrisa de sus empleados de Tokio antes de la jornada de atención a clientes. Un software que estudia puntos clave de la cara les permite acomodar una disposición amable de sus rostros hacia pasajeros a veces estresados que, así atendidos, emprenden con mejor ánimo su rutina de viaje.
En Estados Unidos se publicitaron en este mes datos sobre beneficios biológicos de una droga, un péptido hormonal con influencia en el cerebro llamado "oxytocin" -que algunos califican de "la hormona de la generosidad" (o "del afecto" o "de la ternura")- que ayuda a lubricar la mente facilitando cada intercambio humano, los miles de actos de gentileza que benefician la vida social. La hormona -señaló un científico en "Nature"- es reconocida por su papel fisiológico esencial durante el nacimiento y la lactancia y nuevos estudios han confirmado que puede influir en la conducta de los adultos por cuanto va a la base de los dos pilares emocionales de la vida civilizada, nuestra capacidad de sentir empatía y confianza. Se informó en un boletín de la Academia Nacional de Ciencias que algunos investigadores han concluido que diferencias genéticas en la capacidad de respuesta de las personas a los efectos de la oxitocina están relacionadas con su habilidad para leer rostros, inferir las emociones del prójimo, sentir la pena de otros en desgracia. En la revista científica se dio cuenta hace unos días de las conclusiones de un experimento realizado en el Instituto de Economía de la Universidad de Zurich que demostró que la hormona puede ser hasta una herramienta capitalista. Ello, porque tiene un efecto notable en la disposición de la gente para confiar en los demás. Entre medio centenar de estudiantes, a algunos de los cuales se les suministró en aerosol nasal una dosis de oxitocina mientras los de otro grupo recibían un placebo, los del primero reaccionaron positiva y distintamente en menos de una hora a través de una prueba monetaria experimental ("Trust Game") de confianza para la inversión de su dinero en activos de finanzas extranjeros.
Son rarezas propias de este mundo que nos toca. Quizá sería más saludable empeñarse en la pregunta pedagógica que consignó Langdon Winner en comentario del consejo simple y sabio de Henry James con que iniciamos esta nota. Dijo este eminente profesor del Rensselaer Polytechnic Institute: "En un tiempo de la historia tan temerario en otras búsquedas, ¿cómo podrían ser enseñadas las virtudes de gentileza y respeto hacia los seres humanos y los otros?".
(*) Doctor en Filosofía