ROCA.- Una vez más el ritual pagano de la música encontró su lugar y sus protagonistas. La presentación del primer disco de Andrés Fuhr, "A pesar del viento", en sociedad con el pianista Ernesto Amstein, quedará en la memoria de los presentes como uno de los más íntimos y entrañables recitales de los últimos años.
Sin estridencias, sin complicaciones, lejos de cualquier postura superficial, Fuhr y Amstein sondearon en los profundo del género con una admirable honestidad y con un ya probado virtuosismo.
Acompañados por Mauricio Costanzo en batería, un experimentado compañero de ruta de Fuhr, el disco fluyó dulcemente por lo ancho y extenso de la sala.
Todos los amantes de esta región conocemos de sobra las posibilidades expresivas de un músico como Fuhr. Sin embargo, al menos en esta ocasión, fue el joven "profesor", "maestro" y "amigo" Amstein (tal como merecidamente llamó Fuhr a su colega en el transcurso de la noche) quién cargó sobre sus espadas el pecho de la noche.
Bajo la sombra inspiradora de Bill Evans y Emilio de la Peña, cada una de sus intervenciones dejó en el aire unos invisibles puntos suspensivos. Una especie de silencio posterior al fuego. Una serie de cuerpos conteniendo el aire. Amstein lleva en la sangre el don de la improvisación y con él, los suaves trazos donde se dirime el buen gusto, la intensidad y la calma.
Fuhr, desde un lugar cercano y expectante, recostado en la indiscutible presencia rítmica de Constanzo, acompañó la creatividad y las búsquedas de Amstien. Pasaron temas propios y ajenos, con la misma solvencia. "Pino Achado", resultó uno de los momentos más altos de la jornada.
De modo humilde y acaso no buscado Amstein, Fuhr y Costanzo (con Laura Fuhr y Laura Covicchi como músicas invitadas) hablaron en nuevas lenguas aunque de antiguas raíces sonoras. Después de todo así es el jazz, una reinterpretación constante de la realidad, un diálogo divertido y abismal sobre una partitura casi inexistente.