Como les gusta a los radicales: lento. Trabajoso. Gestionado, más con gestos que con palabras. Tedioso. Jugando con los tiempos en términos rayamos al placer por la indefinición. Todo un proceso que por momentos alentó el recuerdo de aquella sentencia despiadada, agria, del francés Alain Rouquie, para quien el radicalismo más que una fuerza política es "una burocracia incompetente y rutinaria"
Sí, radicalismo en estado puro. Mañoso. Este es el dato grave que signaba anoche a la UCR en su trámite de elegir su nuevo Comité Nacional.
Sorprende el empantanamiento de ese trámite. Porque al menos a escala de su máxima dirigencia, el partido aparecía restañando heridas. Y avanzando hacia su cohesión. Las dos líneas dominantes en el frente interno - Orgánicos, o sea la franja que nos peronizó, y el cobismo, que se peronizó, se arrepintió y volvió a su hogar -, llegaron a la elección del nuevo Comité Nacional blandiendo una convicción compartida: la lucha por el reparto de cargos no debía lastimar la precaria convivencia que ha logrado el partido tras el intenso desencuentro entre unos y otros.
"Si a la hora de contarse las costillas en el rango de delegados, alguien suma más, había que usar ese poder con humildad", se machacaba a modo de consigna.
Pero la historia está. Y pesa.
Más allá de la voluntad de sus miembros, el cuerpo radical está muy lacerado por aquel tiempo de épica de unos y nuevos amores de otros.
A los Orgánicos no les gusta que al amparo de la buena imagen con que se proyecta Julio Cobos, un lote inmenso de delegados peronizados, regresen al partido como si nada hubiera sucedido. Y menos les agrada que a la hora de las aspiraciones, reclamen los mismos derechos que los que se atrincheraron en defensa del radicalismo ante la ola peronizadora.
A los Orgánicos - por caso - no les agrada que el rionegrino Pablo Verani haya logrado una de las vicepresidencias del Comité Nacional. Entienden, no justifican, la peronización del gobernador Miguel Saiz, que hoy no es nadie en radicalismo de escala nacional. Pero no la de Verani. Se lo dijeron con verbo destemplado en la Convención de Mar del Plata, en abril. Jamás desde el interior del partido alguien lo trató tan mal como aquel ese sábado junto al mar.
CARLOS TORRENGO
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