No es difícil retroceder en el imaginario adolescente hasta los tiempos en que Roberto Sánchez -más conocido como Sandro o Sandro de América- comenzó su vertiginosa carrera. Los innumerables éxitos que coronaron su cancionero, en perdurable fama aun en las postrimerías de su vida artística, probablemente le animaron a dar "la madre de las batallas" ante el inminente trasplante. En coincidencia con otros famosos, pareciera que el destino final del ídolo tendría que trascender tanto como su propia vida.
Sin embargo, para la ciencia no será ni la primera ni la última batalla. Por muchos siglos, el reemplazo de tejidos fue una utopía aunque toda cultura o arte pudo haberlo expresado como previsto. La pintura expuesta en el Museo del Prado, Madrid, cuya autoría se atribuye a Fernando del Rincón (Guadalajara, en 1491), nos refiere a la era precristiana en el "Milagro de los Santos Cosme y Damián" y representa el reemplazo del miembro inferior izquierdo de un negro muerto a un blanco afectado por gangrena. Recién en el siglo XX el estado del arte del procedimiento se afianzó con los avances en la compatibilidad histológica, el diagnóstico de muerte bajo criterios neurológicos y mejores resultados en la lucha contra el rechazo de los órganos.
Parecieran aún recientes el debate de la ley 26066 sobre el donante presunto en el Senado de la Nación y la presencia lobbista del entonces ministro de Salud de la Nación. "A más de un año de vigencia de la norma legal en cuestión, las estadísticas no mostraron un aumento en la donación de órganos", expresaba Edgar Lacombe en la Revista HUcba 2007; I (4): 27-28 (www.hucba.com.ar), y la situación parece no haberse modificado hasta el presente a pesar del lamentable incremento de las muertes por accidentes. Es que se veía venir la contradicción. Aunque el Estado presuma que sus habitantes donan sus órganos si no han manifestado lo contrario, si el potencial donante no ha expresado su negativa a donar los órganos se debe recabar a los familiares acerca de si conocen la expresión de voluntad última del fallecido (artículos 21 y 22), o sea que, en la práctica, son los familiares los que toman la decisión final.
En realidad la verdadera batalla no es la de Sandro o la del último trasplante realizado sino la que se da en el escenario colectivo inherente a la comunidad. La relativa escasez de órganos donados es algo que está lejano a cubrir las necesidades y debemos asumirlo. Por el momento no hay otro camino aunque sea el más mezquino de todos, no superado todavía por el de una eufemística solidaridad en una sociedad que no puede dejar atrás males como la exclusión social, los conflictos sectoriales y la política agonal, el enredo legal y la injusticia, entre otros.
Podrían aliviar en un futuro próximo esta dependencia humana los logros sobre el genoma, las células madre y la clonación. Quedará para la sociología y la cultura popular el análisis de si el trasplante a Sandro incrementará -como se dice- el número de donaciones, si seguirá cantando o cuánto sobrevivirá y sobre los artificios que dan lugar a la creación de un ídolo. Como se pretende, tampoco parece correcto indagar sobre las causas que contribuyeron al deterioro de su salud. Nadie podría cuestionar que la medicina de hoy debería estar más cerca de la prevención de todo aquello capaz de intoxicar que de la curación.
Sandro padece la historia indestructible de su vida entre tanto delirio que provocan los ídolos populares y eligió el camino del trasplante porque no tenía otro en su lenta agonía. Somos biológicamente casi perfectos hasta que se precipita la muerte y sobreviene ese llamado instinto de conservación, detractado por quienes cuestionan no asumir la muerte natural. En el Hospital de Urgencias de Córdoba el requerimiento de la donación a los familiares seguirá siendo la llave en el sostén del Programa de Trasplante.
ROLANDO B. MONTENEGRO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor de Emergentología. Hospital Municipal de Urgencias. Facultad de Ciencias Médicas. Universidad Nacional de Córdoba