El cambio climático y los insostenibles hábitos de producción, conservación y distribución de los recursos naturales agravarán el signo más cruel y tangible de la pobreza, el hambre.

El director general de la FAO, el senegalés Jacques Diouf, calificó a los 1.200 millones de hambrientos (1 de cada 6 habitantes del planeta, junto a 3.000 millones de malnutridos) de la "trágica conquista" de la era moderna. El riesgo alimentario crece y, según Diouf, es imperioso destinar recursos para producir alimentos en el lugar de residencia e incrementar el empleo en esas regiones. La falta de acceso a los alimentos provoca la muerte de 100.000 personas por día, de las cuales la mitad son niños. Seis millones de chicos menores de 5 años morirán en el transcurso de un año.

El conflicto del hambre está atravesado por la desigualdad: el 10% de la población mundial accede al 75% de la riqueza del planeta; dicho de otra manera: las 500 personas más ricas acumulan tanto dinero como 416 millones de pobres. Se gasta más en armamento que en comida, aun en países huérfanos de hipótesis de conflicto: por cada peso destinado a alimentación se dedican 10 a las armas. En el 2008 se derrocharon 850.000 millones en el rubro, un 45% más que en la última década; en asistencia alimentaria, sólo 4.500 millones.

Hoy, el 20% de la población mundial sobrevive con 2 dólares diarios y en América Latina 60 millones de niños se van a dormir sin comer.

Frente a los graves riesgos adicionales que representa el cambio climático, la FAO sostiene que resulta una quimera planificar medidas que consagren la seguridad alimentaria desprovista de seguridad climática.

Si bien la bomba demográfica de los años 70 ha sido desactivada, el incremento de la población mundial empuja negativamente. En el 2050 habrá en el mundo 9.150 millones de personas, un apreciable aumento si se compara con los 6.800 millones del 2009 y los 7.000 millones que se amontonarán en las zonas periurbanas en el 2012, especialmente en los países menos favorecidos en materia de ingresos, donde se pasará de 5.600 millones en el 2009 a 7.900 millones en el 2050.

Este escenario obligará a un incremento de la productividad agrícola del 70%, con el consiguiente flujo de agua, fecundidad de los suelos, transparencia de los mercados internacionales y entornos urbanos y rurales libres de contaminación. Por lo tanto, deberá desarrollarse la línea de biocombustibles de segunda y tercera generación, en desmedro de aquellos que impactan en el precio de la cadena agroalimentaria, que no consumen alocadamente agua y que no derrumban árboles para conquistar áreas donde florecer. Las declamadas ayudas ambientales de las naftas verdes en nombre de la reducción de emisiones de gases que calientan el planeta desaparecen cuando se las coteja con los recursos que demanda su elaboración.

La cumbre sobre desertificación que deliberó este año en Buenos Aires sacudió a los productores con estas cifras: el 41% del planeta está desertificado y la degradación crecerá hasta el 70% en el 2025. La Corporación Financiera Internacional estima que la demanda de agua ascenderá un 40% hacia el 2030, superando la oferta de los acuíferos: así, 1 de cada 3 habitantes sólo accederá a la mitad del agua que necesita.

El sector pesquero extrae de los mares y océanos 130 millones de toneladas/año de proteínas (1 de cada 5 partes de proteínas consumidas en el planeta), con 150 millones de personas empleadas directamente. Es un frágil ecosistema con una grave degradación a causa de la contaminación de sus áreas costeras, que es donde está la mayor productividad neta: allí se multiplica el 95% de los peces del mundo. El 75% de sus ejemplares ha sido capturado hasta su límite biológico, sin respetar su ritmo de reproducción.

La desproporcionada urbanización costera emplea los ríos y mares aledaños como sumideros de aguas negras, escurrideros de efluentes industriales o improvisado repositorio de residuos sólidos urbanos, especialmente plásticos y derivados: el 60% de la población está concentrado en ciudades distantes a menos de 100 kilómetros de la costa y 60 de las 77 mayores ciudades del mundo son ribereñas.

Por último, el quite de los subsidios al petróleo anunciado por los "20" grandes en beneficio de las energías renovables le agregará otro capítulo de inestabilidad al tema.

JORGE AMAR (*)
DyN

(*) Periodista especializado en temas de ambiente y director del Centro Basura Cero del Suterh