Poder exteriorizar los sentimientos o encontrar un momento de tranquilidad, no es fácil de conseguir estando preso. Gabriel, Daiana y Anahí, escribiendo, por momentos consiguen algo de eso. Desde el encierro, plasman en cuentos, poesías y relatos, sus pensamientos y sus duras realidades. Decidieron hacer un libro, "Leé y te cuento", que incluye 17 escritos propios y será publicado por una editorial de esta ciudad antes de fin de año.
Los rayos del sol de la mañana empiezan a abrirse camino a través de las rejas de las ventanas de la ex alcaidía de Roca. Gabriel edita e imprime sus cuentos. Ensimismado en la computadora de la biblioteca del establecimiento, no quita la vista del monitor. Su concentración es tal que a veces es necesario repetirle las preguntas. El lugar es agradable y contrasta con los oscuros pabellones.
Daiana y Anahí acaban de llegar. Sus rostros dan cuenta de que hace unos pocos minutos saltaron de sus camas para vivir un nuevo día en la cárcel.
Gabriel tiene 41 años, el pelo largo y gran capacidad para explicar sus ideas. No utiliza la "jerga tumbera" porque "empobrece el diálogo, es triste y acorta el vocabulario". Con el tiempo, en las celdas comenzó a incorporar a su vida el hábito de escribir, para "mantener la cabeza entretenida en algo". A través de esta actividad también consigue sentirse cerca de su familia, ya que "a los protagonistas de mis historias les pongo los nombres de mis seres queridos".
Con lapicera y papel les alcanza, en muchos momentos, para encontrar un desahogo y expresar lo que sienten y lo que les pasa. "Hay días en los que salgo al patio, me siento, miro para arriba y digo ´qué lindo sería estar en la calle´", cuenta Daiana y agrega: "cuando te pasa eso te ponés remal, entonces para no angustiarte, mirás una foto de un familiar o agarrás una hoja y escribís sobre ese momento feo. No es fácil estar acá adentro, te amargás mucho a veces". Gabriel, por su parte, expresa que "si escribo siento que sigo creciendo. Acá te privan de tu libertad y también quieren privarte de progresar en tu vida", señala mientras corrige un error de ortografía que hay en uno de sus cuentos.
Los tres llevan adelante hace cuatro meses un taller de lectura y escritura, por lo que todas las mañanas, de 9.30 a 11.30, se reúnen en la biblioteca. Allí, escriben, leen y se olvidan por un rato de sus problemas diarios.
Sus vidas fueron difíciles desde que eran chicos. Gabriel se crió en la calle, a los 14 se fue definitivamente de su casa, a los 16 ya era padre y a los 20 estuvo preso por primera vez. Luego, las "malas juntas" lo llevaron por el camino equivocado. Se empezó a relacionar "con gente que me convenció de que podía hacerme rico en poco tiempo". Quiso "acortar caminos" y empezó a delinquir. "Fui muy ambicioso, tuve una elección equivocada, de eso no tengo dudas y hoy me arrepiento", señala.
Daiana tiene 18 años y la risa alegre. A los 12 se fue de su hogar porque no se llevaba bien con su madre. "La primera noche que pasé fuera de mi casa dormí en la plaza frente al municipio y fue feo, tuve miedo, pero dormí igual", cuenta.
De los 4 a los 10, Anahí vivió en un hogar de menores de Regina, del cual no tiene buenos recuerdos. "Ahí te pegaban y si te portabas mal te sancionaban de dos maneras: te ponían en una piecita y te dejaban todo el día con la luz apagada sin comer y sin nada de tomar, o si no te hacían poner en un rincón del comedor que había y tenías que estar parada todo el día, porque si te sentabas te pegaban", recuerda con los ojos brillosos de lágrimas. "Yo era chiquita y obviamente tenía travesuras como todo chico y entonces tenía que soportar todo eso", finaliza.
Luego vivió con su madre un tiempo pero "discutíamos mucho, así que me fui a vivir a la casa de una familia conocida". A los 15 quedó embarazada, se peleó con su novio, se fue a vivir sola con su hija y "para poder comer y pagar el alquiler" empezó a robar.
Anahí sabe más que nadie que se equivocó en muchos momentos de su vida. "Yo tengo cabeza para pensar y saber lo que está bien y lo que no, pero las cosas malas que me han pasado me llevaron a hacer lo que hice", dice, y se acomoda su remera amarilla, a tono con los aros que adornan su cara.
Los tres coinciden en que encuentran en la escritura una aliada incondicional, que los ayuda a "bajar un cambio" y a tratar de conseguir algo de paz en ese lugar. "Me acuerdo mucho de que una vez vino a vernos la hija de ella (señala a Anahí) y no se quería ir, se puso a llorar y se colgaba de las rejas. Quedamos remal después de eso, pero nos pusimos a escribir y pudimos estar un poquito mejor", cuenta Daiana.
Durante el tiempo que llevan presos, lejos de sus seres queridos, se dieron cuenta de que están a tiempo de reivindicarse y estar mejor. "Cuando salga voy a empezar a hacer las cosas bien, yo sé que si me lo propongo lo voy a hacer, porque de acá podés salir peor o mejor de lo que estabas cuando entraste, todo depende de vos", explica Daiana. Anahí la interrumpe: "yo, la verdad que no tengo ningún plan hasta ahora, pero lo único que tengo claro es que no quiero hacer la misma vida de antes, porque ahora tengo que pensar en mi hija".
Gabriel sabe bien cuáles serán sus pasos cuando esté libre. "Me voy a integrar al Observatorio de Derechos Humanos y voy a trabajar en el taller que tiene mi viejo. También quiero comenzar a participar un poco en las vidas de mis hijos, sólo espero que me den un lugarcito en sus días. Ese es mi deseo, es lo que quiero, es mi sueño", dice.
El orgullo es muy grande cuando piensan que en poco tiempo sus historias van estar en la calle, dispuestas a ser leídas por cientos de personas. Sus relatos demuestran una inmensa necesidad de comunicar y de gritar a los cuatro vientos que están vivos y con ganas de cambiar sus vidas cuando llegue la preciada libertad.
