Lunes 30 de Noviembre de 2009 Edicion impresa pag. 24 > Sociedad
Construyendo una vida mejor
Dormir sin temor a las ratas o en una cama seca. Poder ducharse en forma privada. No tropezar con colchones al cocinar. O sólo disfrutar de un ambiente iluminado y del paisaje. La diferencia entre una vivienda precaria y una digna implica un enorme salto de calidad de vida. Así lo reflejan las vivencias de pobladores del barrio "El sauce" de Regina, que pudieron ampliar ellos mismos sus viviendas con el proyecto de construcción solidaria conducido por la ONG "Un techo para mi hermano".

Para Eduardo, la diferencia más palpable entre su precaria vivienda anterior y la que está terminando de refaccionar ha sido poder dormir tranquilo en la noche. "Lo que más me molestaba era escuchar a las ratas corriendo por el entretecho. No teníamos cielo raso y yo había puesto un nailon negro provisorio, además de que el techo estaba puesto así nomás. Así que se metían y a la noche las podías escuchar por ahí: me daba cosa, sobre todo por los chicos. En realidad, este saloncito de 7 por 3 lo habíamos construido como podíamos con mi señora, no sabíamos nada de albañilería y yo tenía poco tiempo por el trabajo", relata este panadero de 26 años, casado y con dos hijos.

Antes, esta familia de cuatro integrantes vivió siete años en una casilla de madera más precaria aún, en los fondos del terreno. Allí, el principal problema eran el frío que se colaba por todos lados y las goteras. Ahora, en su nueva vivienda de tres ambientes, con todos los servicios, se siente "espectacular, te cambia la vida. Antes cuando mi señora y mi hija se bañaban adentro en el fuentón, el nene y yo teníamos que salir de la casa", por pudor. "Los pibes no pueden esperar para estrenar la ducha", señala con una sonrisa.

 

A la sombra de las bardas

Historias como ésta se repiten, con variantes, entre las 20 familias del barrio El Sauce, de Villa Regina, que pudieron remodelar por completo sus precarias viviendas mediante un proyecto de construcción solidaria que promueve la ONG "Un techo para mi hermano". La idea es incorporar a más familias en otra etapa del proyecto, financiado con un subsidio Nación y la asistencia técnica de "Un techo?".

En el barrio El Sauce, situado a la vera de la Ruta 22, todo parece fuera de proporción. Unas 250 familias construyeron sus viviendas, la mayoría de ellas muy precarias, en un trazado irregular que parece seguir más el sendero de los antiguos cañadones que una planificación urbana. Distintos planes municipales y provinciales han llevado mejoras.

Durante gran parte del día, el barrio está bajo la sombra de las bardas a cuyos pies están levantadas las casas, que parecieran achicarse aún más ante las enormes moles de piedra. Al frente, cruzando la ruta, se ven las chacras donde trabaja la mayoría de sus pobladores. En primavera, cuando se produce la floración de los frutales, "la vista es espectacular", señala Daniela Salas, la asistente social que trabajó en el proyecto con los pobladores.

"Se ven relindas las chacras en flor, pero antes no las disfrutaba. Ahora que remodelé la ventana me encantó. Incluso saqué fotos", coincide Viviana.

También su vecina Roxana, que confiesa 30 años. "En realidad son lindas todo el año", dice junto a la ventana. Claro que antes no podía verlas: usaba unas maderas para tapar las ventanas, que estaban sin terminar y mantenían todo el ambiente oscuro y húmedo todo el día. En el monoambiente original, se apiñaban los cinco integrantes de la familia: la pareja y sus tres hijos. El baño estaba afuera. Hace seis años que vive en el terreno, que compró de a poco "porque nunca quisimos usurpar". "Para dividir usábamos una cortina, faltaba el techo, en la noche estábamos todos amontonados, con los colchones en el piso, no tenía la mesada para trabajar en la cocina. Cuando había viento y lluvia se mojaba todo, porque el techo era malo, provisorio", recuerda Roxana. Ahora, mientras muestra su casa remodelada, se entusiasma: "Tengo otra vida. A lo mejor yo todo esto lo hubiera hecho igual, pero muy a futuro no en pocos meses como ahora. Además, ahora sé cómo hacerlo. En este tiempo aprendí mucho de construcción: a cuadrar, hacer mezcla, pegar ladrillos, poner pisos, pintar. Antes ni idea", sonríe.

 

El inicio

Es que aprender a construir de manera comunitaria es parte fundamental del proyecto, que comenzó varios meses atrás por iniciativa de "Un techo para mi hermano", integrada a la Red Nacional de Entidades No Gubernamentales para el Desarrollo.

Tras realizar un relevamiento de las necesidades habitacionales más urgentes de El Sauce junto al municipio de Villa Regina, se seleccionaron 20 familias para participar de la iniciativa, en dos etapas de diez familias cada una. El equipo técnico de "Un techo?" relevó las construcciones existentes y los arquitectos y técnicos evaluaron las soluciones habitacionales posibles para cada caso. Mientras, trabajadores sociales realizaban un "plano social" de las familias. La ONG logró para el proyecto un financiamiento de 322.000 pesos del Ministerio de Planificación a través de un programa denominado "Mejor Vivir", lo que posibilitó la compra de materiales necesarios y trabajos especializados como las instalaciones de gas o electricidad.

La mano de obra fue aportada por las propias familias, en su mayoría de las integrantes mujeres, ya que el grueso de los varones tenía limitaciones de tiempo por razones laborales.

Luego vino una etapa de reuniones, donde la ONG trabajó con los pobladores el fundamento de la construcción solidaria: todos trabajaron simultáneamente en las casas de todos, con tareas divididas por etapas (construcción y remodelación de plateas, construcción de paredes, baños, instalaciones, revestimientos, pisos, etc.) en las que fueron avanzando conjuntamente. Para esto se necesitaron tres semanas de reuniones, donde se consensuó un "reglamento de trabajo" para establecer derechos y obligaciones y se conocieron entre ellos. También talleres sobre fundamentos de la construcción, que se actualizaban en cada etapa, a cargo de los técnicos de "Un techo?".

Alcides Pérez, uno de los técnicos en construcción que dictó los talleres y supervisó la mayoría de los trabajos, junto a Mónica Sepúlveda, destacó la predisposición para la tarea. "Aprendieron rápido y bien. Siempre hay uno que va más rápido y otro al que le cuesta más, pero todos aprendieron. Muchas veces es más fácil enseñar las técnicas a personas que no saben nada previamente, como las chicas. Los problemas los tenemos a veces con los varones, porque ellos ya tienen alguna idea de cómo se hacen las cosas, que a veces no es la más adecuada, y les cuesta cambiar", señala.

En el caso de Viviana, trabajar en equipo fue un desafío. "Cuando arrancamos en julio, yo acá sólo tenía una pieza con cortinas, donde vivíamos los cuatro: mi marido y dos chicos. Mejoramos una habitación, hicimos otra y el baño, que estaba afuera. Trabajamos las diez familias acá, divididos en cinco grupos. Ellos trabajaron acá y yo en la de otros. Conocí a muchos vecinos que antes sólo conocía de saludo, cada uno en lo suyo fue una linda experiencia", señala. Sobre los resultados del mejoramiento, no duda. "Me cambió todo. Antes la casa se me llovía, se me mojaba la ropa, los chicos enfermaban por la humedad", recuerda. Y admite que el proyecto le permitió hacer algo que difícilmente hubiera podido sola. "Mi esposo trabaja en la temporada en el galpón y hace changas. Hace ocho años que estamos en el barrio y nunca pudimos construir, comprábamos materiales de a poco, pero nunca llegábamos", explica.

Para David, uno de sus mayores orgullos es el jardín de la casa. "El más lindo del barrio" coinciden todos, pero ahora "medio abandonado por el tema de tanta obra", asegura él mismo. Sin embargo, pese a todo el empeño, en ocho años poco había podido avanzar en otro tema que le preocupaba: una vivienda digna para su mujer y sus seis hijos, de entre 6 y 18 años. "Yo vivía en una casilla de madera atrás del terreno, estábamos todos en dos ambientes, cocina y dormitorio todo en una habitación, muy amontonados". Su sueldo de trabajador rural poco le permitía ahorrar. "Y... siempre tenía la esperanza de juntar lo suficiente en la temporada para avanzar; había comprado algunas chapas y empezado algo, de a poco. Pero gracias al proyecto pudimos hacerlo todo junto. Está linda mi casita ahora, tenemos espacios para dormitorios, una cocina con mesada y el baño adentro. La vida me cambió un montón", señala.

Aunque algo sabía de construcción "los talleres de albañilería me ayudaron mucho; yo me daba idea solo, pero a veces estaba medio perdido. Ahora sé cómo hacer más adelante, tengo pensado levantar dos habitaciones más", agrega. Sobre el trabajo en conjunto, reconoce que no le resultó fácil. "Cuesta un poco adaptarse. Yo soy de pocas amistades, a la mayoría de mis vecinos los conocía sólo de saludo, de pasada. Ahora hemos entrado en confianza, aprendido a hacer cosas juntos ", concluye.

 

Menos chicos enfermos

Marcela (31) se prepara al mediodía para llevar a dos de sus chicas al colegio. Para ella, la diferencia entre su monoambiente a medio terminar y la casa nueva es la salud de sus cinco hijos. "Yo tengo dos nenes con problemas respiratorios y ellos se pasaban el invierno enfermos, tuvieron varias veces gripe y neumonía, internados varios días. Es que la casa era muy húmeda, era parte de madera y la de material tenía sólo parte del encadenado terminado... el techo se me llovía. Ahora pude techar y poner todo en condiciones; tengo el baño adentro", comenta. Junto a su pareja, hace cinco años que esperaban por una solución habitacional. "Yo siempre pedía en la ´muni´, no para mí, para los chicos. Pero la verdad tiene como otro gustito hacerlo uno". Está contenta con el grupo que se formó. "Somos diez familias. Algunos problemas siempre hay, pero en general siempre nos llevamos bien", dice.

Jovita, de 27 años, está terminando de pegar azulejos en el baño, junto a su marido. Parte de sus siete hijos se entretiene lavando los cerámicos antes de que los usen. "Hay que tenerlos ocupados, si no, no puedo trabajar", se ríe. Viven en el barrio hace diez años y nunca habían podido construir. "Él trabaja de mecánico y hace changas, yo cuido a los chicos; tengo otro en camino. Es muy difícil ahorrar. Si comprás materiales dejás de comer. Es así de corta; nunca daba", señala. Ahora, con su esfuerzo, el de sus vecinos y la ayuda del proyecto, construyeron un dormitorio, el baño con todos los artefactos y separaron la cocina del living. "Vivir en este espacio de tres por cuatro era muy incómodo, se mezclaba todo: la cocina sin mesada, dormitorio, nos chocábamos para hacer las cosas, a veces se pelea por eso", comenta sobre su vivienda anterior. "Ahora tengo la mesada para ordenarme en la cocina. Hay más limpieza, comodidad, higiene. Hay una habitación, más cambia todo", compara.

En el barrio El Sauce queda mucho por hacer: faltan infraestructuras y se mantienen situaciones sociales angustiantes. Sin embargo, sus pobladores saben que a partir de la organización y la solidaridad del trabajo algunas cosas pueden mejorar el día a día.

 

LEONARDO HERREROS
lherreros@rionegro.com.ar

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