Mis hijos no están conmigo desde el 2007, me los arrebataron de mis brazos dejándome la vida sin sentido, en un estado de desesperación y, además, a punto de ser desalojada de mi casa y quedarme en la calle. Con el dolor que sentía siempre saqué fuerzas de donde no tenía para seguir denunciando lo que me habían hecho. Siempre me pregunté por qué me habían sacado a mis hijos. ¿De qué se me acusa? ¿Por qué nunca tuve un juicio donde me dijeran "A usted le sacamos a sus hijos por tal cosa..."? ¿Cuál es mi delito?
Ahora tengo más fuerzas que en cualquier otro momento de mi vida porque entiendo que somos muchas las mujeres que sufrimos violencia explícita, encubierta, a la vista, oculta, ignorada, callada y, también, denunciada. Lamentablemente los casos denunciados son los menos, pero considero que en la medida en que nos callemos la boca estaremos favoreciendo la injusticia y la impunidad de nuestros agresores.
"Las repercusiones de violencia contra las mujeres se extienden a sus familias y comunidades. Hay estudios que muestran que los niños que sufren violencia tienen más probabilidades de convertirse a su vez en víctimas y autores de actos violentos". ("Está en nuestras manos", Amnistía Internacional, Madrid, 2004, pág. 26)
¿Con qué cara miraría a mis hijos en el futuro si me preguntasen "¿Qué hiciste vos por mí para que esto no sucediera?"? ¿Cómo se hace para dormir con la conciencia tranquila cuando hay injusticias, abusos y violencia hacia quienes más queremos, como nuestros hijos? ¿Cómo se hace para explicarles a los niños que hasta los animales tienen a sus crías al lado de su madre y que yo no los tengo a ellos porque en nombre de la ley me los sacaron?
No quiero que el día de mañana mis hijos se confundan y crean que el camino correcto es el de la corrupción, que con dinero todo se consigue, que el prestigio y la fama ante los demás es lo más importante. No quiero que ignoren el camino de la justicia ni que la felicidad está en las pequeñas cosas, en lo cotidiano y en el seno de una familia.
Estuve a punto de caer en la desesperanza, de bajar los brazos y no luchar más pero, gracias a Dios, en este mundo todavía hay gente buena, desinteresada y capaz de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio.
"Resulta sumamente difícil para las mujeres que viven en la pobreza escapar de situaciones de abuso, conseguir protección y acceder al sistema de Justicia penal para buscar resarcimiento". (Op. cit., pág. 23)
He encontrado en compañeros de estudio, en la Red de Violencia de la ciudad, en la ONG Peuma, en la Pastoral Social y en el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) personas que han colaborado desinteresadamente y que me acompañan en la recuperación de mis hijos. También en profesionales que acompañan mi causa desde la acción legal, disponiendo de su tiempo y de sus saberes para que podamos encontrar la justicia que tanto anhelamos.
Yo sé que es un camino difícil pero también que no estoy sola, y quiero animar a todas las mujeres que sufrimos el abuso, la violencia y la marginación a que nos animemos a denunciarla, a encontrarnos y acompañarnos mutuamente. Tenemos derechos que no conocemos; ejemplo de ello es la ley nacional 26485, sobre la protección integral de las mujeres, que pretende poner un punto final a todo tipo de violencia contra ellas -siempre y cuando no sea letra muerta y caída en el olvido-.
Es nuestra tarea hacer valer nuestros derechos y sobre todo el derecho a que no nos saquen a nuestros hijos.
"Mientras perpetradores de actos de violencia contra las mujeres puedan cometer sus delitos sin temor a ser procesados o castigados, nunca se romperá el círculo vicioso de la violencia". (Op. cit., pág. 27)
Somos muchas, tenemos fuerza y fe y luchamos para que la Justicia sea justa, no se deje influenciar y su brazo llegue a todos, especialmente a aquellos que impunemente se consideran dueños de la vida y de los sueños.
María Elena Orellana, DNI 17.442.706 - Zapala