| Como ocurre todos los 25 de noviembre, nuestra familia pide una misa en memoria de Margarita Segovia -mi madre- y como en vida siempre estuvieron juntos, pedimos por Julio Dante Salto -mi padre-. No esperaba ni más ni menos que otras misas: sólo una ceremonia que congrega a familiares y honra a nuestros padres, pero como rito, debo admitir que no revestía otro significado. Así que iba con las defensas bajas. Cuando llegamos las tres hermanas, lo primero que veo es a un par de damas que fueron parte de mi adolescencia desde la Acción Católica. Estaban iguales; ese tipo de personas que siempre fueron adultas mayores, ¿me comprende? Y dije a mis hermanas "ahí está mi pasado" y la Esfinge que hay en una de ellas me dijo riendo "ahí está nuestro futuro". Así empezó la tarde, con una clarísima vivencia de mezcla de tiempos que fue un shock. Eso pasa, sabe, cuando una ya no es una señora de las cuatro décadas. Después, la misa. Casualidad o no, era el aniversario, también, de la muerte de la madre de San Juan Bosco, popularmente llamada Mamá Margarita. Así que había todo un show religioso-musical-cinematográfico, y entre margaritas y margaritas, para mí, ésa era una sola Margarita, y era mi mamá, puesto que el cura hablaba de entereza, valentía, templanza, serenidad, situaciones dramáticas? terreno conocido, madre. Terreno transitado. A medida que transcurría la ceremonia, nos fuimos saludando con otros familiares directos, y observé varias personas que fueron parte de mi más tierna infancia; alguna muy, muy anciana, y como siempre, no pude evitar este blasfemo pensamiento: ¿por qué se tuvo que morir mi vieja maravillosa y ésta sigue viva? Y después me arrepiento, porque, ¿quién soy yo para administrar la vida y la muerte? Lo concreto es que algún camino cuántico-místico se había abierto ante mí porque toda la ceremonia era un ida y vuelta simultánea por el pasado-presente y un difuso futuro, difuso para decirlo en palabras, pero clarísimo como presagio. Entonces, la canción. Los tres jóvenes -dos guitarras y un violín- que dirigían los cantos, empezaron "quiero llegar hasta tus pies benditos / para implorar sobre mi vida entera/ la bendición que ampare mi alegría/ Auxiliadora madre míiiiiiiaaaa." Varias cosas pasaron aquí. Primero, me puse a cantarla como si nada, y le juro, desde los diez años jamás volví a escucharla ni a pensar siquiera en ella. Me salió, así que es cierto lo que dicen los jesuitas -aunque éstos son salesianos-: "Dadme un niño a los cinco años y os devolveré un hombre". ¡Santo cielo! ¿Esta Iglesia Católica nunca me va a dejar en paz? El asunto es esa maravillosa frase, esa poética expresión para una bendición "que ampare mi alegría". ¿Me comprende? No. Lo diré de otra manera: las bendiciones que han llenado una etapa de mi vida, las que oigo continuamente de cualquier iglesia, se refieren a la paz, la moral, la recuperación de "los valores" etc. Pero ¡la alegría! ¿No es hermoso? Así que, como me pasa a veces con una canción, se me pega, y la repito, y ahora ando con la bendición que ampare mi alegría por todos lados. Como sigo en la veta místico-cuántica, estoy convencida de que mi santa madre nos ha mandado un mensaje, y no es casual para mi familia, en momentos en que la alegría peligra. Y quiero compartir esto con usted, mi querida amiga, mi estimado amigo: le deseo la bendición de María, del Universo, del Todo, de Dios, de la Diosa, no importa, que ampare su alegría. 25 de noviembre fue la misa. 25 de diciembre es Navidad. ¿Será posible trascender los precios del pan dulce y construir un mes que recupere con algún "otro" significativo la alegría, que la alegría se ría de gozo, que derrote al dolor y al rencor con alguien, con alguien con nombre, apellido e historia compartida? MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com | |