Entre el ruido que meten las marchas de vecinos, piqueteros y sindicalistas en la superficie y la sensación de agobio y de muchas prevenciones en el subsuelo, que genera cierta parálisis de buena parte de la sociedad, el gobierno dice que hace, mientras la claque aplaude. Néstor Kirchner expresa que él "tiene al pueblo en las calles" y se arroga el uso de "todos" los micrófonos y Cristina Fernández que "viene un ciclo de crecimiento económico importante". En tanto, los empresarios, que contrapesan esos datos con los costos-beneficios, por ahora decidieron dejar huérfano el proceso económico de su bien más preciado: la inversión.
El gobierno vegeta, sumido en sus propios problemas: cómo asegurarse hasta el 2011 lo que entiende por gobernabilidad, que en el lenguaje kirchnerista significa conseguir aliados, mientras aplica sus energías y mucho dinero en ello, y ver cómo puede perdurar a partir de esa fecha. La sensación que emerge y que aumenta el mal estado de ánimo social es que los Kirchner se han ganado la fama de que únicamente trabajan para sí mismos y que sólo hacen las cosas que les convienen, olvidándose del bienestar general.
La situación se hace más patética porque, si bien siempre tuvo esa misma manera de gobernar, sustentado en un programa económico endeble y con baches profundos en la gestión de casi todas las áreas, ahora se interpretan todos esos signos como manotones de ahogado propios de un fin de ciclo.
La manifestación más evidente de los problemas que hoy tiene el gobierno surgen de su preocupación extrema por el costado fiscal y amenazan con explotar el año próximo. Se dice que Néstor Kirchner en sus primeros tiempos como presidente marcó un rumbo envidiable para las políticas económicas del último siglo. Como Raúl Alfonsín restauró en la Argentina la noción de democracia y Carlos Menem consolidó el concepto de estabilidad, se suele afirmar con razón que Kirchner reflotó para la conciencia el olvidado concepto de la importancia del superávit del Tesoro: nunca gastar más de lo que se tiene. Sin embargo, en línea con la sensación de que antes de arreglar los problemas de la sociedad primero está la construcción política que apura la tarea de disciplinar a gobernadores e intendentes, de darles prebendas a los sindicalistas o subsidios a los amigos, parece que los Kirchner se han decidido a tirar definitivamente la chancleta en materia fiscal y así se vio durante la última semana. "Los que vengan detrás, que arreen", parece ser la fórmula, que algunos opositores describen como la teoría del "campo minado".
En primer término, el gobierno emitió un Decreto de Necesidad y Urgencia que amplía la autorización del gasto en 24.278 millones de pesos, pero que a la vez deja para el año próximo, para no tener que pedirle ninguna autorización extra a un Congreso que se presume más hostil, una suma para gastar que la consultora del ex ministro de Economía Martín Lousteau calculó en 16.000 millones de pesos por encima de lo ya presupuestado.
Además, se volvieron a tomar recursos de organismos del Estado para financiar el déficit, en esta oportunidad a través de una Letra del Tesoro de casi 150 millones de pesos suscripta por el Instituto Nacional de Reaseguros en liquidación, con lo cual la deuda intraestatal acumulada en lo que va del 2009 alcanza la friolera de 54.000 millones de pesos. Aproximadamente el 40% de la misma proviene del sector de la Seguridad Social, a través de distintas suscripciones de Letras que hicieron el PAMI, la Anses y el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) que, por definición, debería tener cierta liquidez para servir de ayuda eventual para los jubilados.
También hubo otra movida bien grave, pero no por la importante suma en juego, unos 9.000 millones de pesos, sino porque se trata de recursos que les pertenecen a las provincias, bajo la forma de Aportes del Tesoro Nacional (ATN) nunca desembolsados, con la excusa de que el año próximo los Estados provinciales tendrán que pagarle a la Nación una cifra más alta y que entonces esa cifra debería servir para netear las cuentas.
Según los expertos de la Asociación Argentina de Presupuesto (Asap), con esa cifra en su poder los gobernadores podrían muy bien haber enjugado casi todo su déficit. En el consolidado, el rojo del año quedaría igual, pero con la movida la Nación mostrará números más sólidos que las provincias y logrará dibujar mejor su magra performance. No hubo ni un solo mandatario provincial, de ningún signo, que hiciera oír su queja al respecto, pese a que la decisión ha sido de un unitarismo irritante.
Parece que los gobernadores están más que cómodos en su posición de mendigos del poder central, ya que localmente siempre les da rédito echarle la culpa a "Buenos Aires".