El agua, sin la cual no habría vida, se ha vuelto un problema en la Argentina este año, porque ha causado destrucción y muerte, bien porque falta o bien porque sobra.
Leo en un diario del jueves que el día anterior los temporales mataron a tres chicos: una niña en Goya, Corrientes, sepultada por una pared que empujada por el viento y la lluvia le cayó encima, y dos adolescentes de Lonesa, un pueblo del Chaco, que murieron ahogados.
El río Uruguay es uno de los que dieron su nombre a la provincia de Entre Ríos. Transformado en un enemigo, se ha desbordado e invadió la ciudad de Concordia. Echó a cinco mil familias de sus casas y en el lago formado por la represa de Salto Grande se metió en campos vecinos y está amenazando la producción de limones. O sea que, se trate de chicos o de frutos, la lluvia mata. Anteayer, en Misiones, un torrente le pasó por encima a un pueblo.
Hasta hace poco, en Córdoba, Chaco, Santiago del Estero, lo que mataba era la falta de agua, por una sequía feroz. Ahora llueve y llueve, pero el daño ya está hecho. Los gobernantes recorren la zona afectada y dan subsidios.
Es, uno sospecha, el cambio climático. No habría, se dirá, motivo para tanto escándalo por unos chicos muertos y una cosecha de limones en riesgo. Pero eso es sólo aquí y en estos días: en el planeta la destrucción, por el cambio climático o por la mano del hombre, es masiva. Y eso con más de medio siglo sin guerras mundiales. La gente reacciona contra la inseguridad que generan el crecimiento y la agresividad del delito pero no advierte que el asesino mayor es el dióxido de carbono.
Por lo general, cuando las amenazas se hacen sentir, los gobernantes de los países más importantes se reúnen en una cumbre ("cumbre" es una metáfora en uso para significar que quienes se juntan son los de arriba). La última fue en Kyoto, Japón, y produjo acuerdos que no sirvieron para nada porque el Congreso del país más importante y contaminante del mundo, Estados Unidos, no los ratificó. Es que la reducción de las emisiones de gases contaminantes alza los costos de la producción industrial y por lo tanto afecta la competitividad en el mercado mundial.
La cumbre será en Copenhague el mes que viene. Como le queda de paso, porque ese mismo mes recibirá el Premio Nobel de la Paz en Oslo, el presidente estadounidense Barack Obama dijo que irá y, para no llegar con las manos vacías, adelantó su compromiso de que su país reducirá en un 17% la contaminación. Pero eso será para el 2020, dentro de once años, cuando ya no sea presidente.
China está después de Estados Unidos en el ranking de la contaminación. Obama visitó ese país recientemente y, de acuerdo con el presidente Hu Jintao, hizo una declaración en la que ambos manifestaron su "preocupación" por el cambio climático. Sería alentador que se pre-ocuparan si no sucediera que a la hora en que deben ocuparse de lograr las soluciones todo se desvanece. Es lo que pasó con los acuerdos del año 1997 en Kyoto, que establecieron la reducción de los gases contaminantes en un modesto cinco por ciento desde los registros de 1990 hasta los del 2012. Ese acuerdo ratificaba objetivos aprobados en 1992 por la Convención Marco de las Naciones Unidas, firmada por otra cumbre, la "Cumbre de la Tierra", realizada en ese paraíso de la naturaleza y de los narcotraficantes como Fernandino Beira Mar (que dirige su organización desde la cárcel). Esos objetivos, qué novedad, también se desvanecieron.
El 11 de diciembre próximo se cumplirán 12 años desde que, en Kyoto, los países industrializados se comprometieron a adoptar medidas para reducir la emisión de los gases en cuestión. El acuerdo adquiriría vigencia cuando los países responsables de por lo menos el 55% de las emisiones de CO2 lo ratificaran. Con Estados Unidos, China y Rusia bastaba.
Rusia cumplió en noviembre del 2004, aunque a condición de que la Unión Europea se hiciera cargo de los costos de la reconversión industrial, pero Estados Unidos no. Pero no sólo eso: en el 2001 el gobierno de George W. Bush se retiró del acuerdo alegando que era injusto porque incluía sólo a los países industrializados y dejaba afuera a otros en vías de desarrollo pero grandes emisores de gases como China e India.
La Argentina, que produce el 0,6% del total de las emisiones, ratificó el acuerdo a pesar de que no estaba obligada a cumplirlo. Sólo participa del artículo 12, que la obliga a adoptar un llamado "Mecanismo de desarrollo limpio". A ese fin creó una Oficina para el Mecanismo de Desarrollo Limpio cuya actividad es totalmente desconocida. Se sabe, en cambio, que en todo el país hay un gran desarrollo de los basurales y que el Riachuelo está más mugriento y hediondo que cuando María Julia Alsogaray prometió en los noventa, cuando era secretaria de Medio Ambiente de Carlos Menem, dejarlo tan puro como la Virgen María en mil días.
Optimista, el secretario ejecutivo de la conferencia de Copenhague, Yvo de Boer, dijo que "la participación de Obama (en la conferencia) puede resultar decisiva (porque) el mundo está observando atentamente lo que Estados Unidos puede hacer en este asunto por sí mismo como con ayudas a los países en desarrollo".
Pero, dicen despachos de agencias de noticias, "los expertos y analistas internacionales consideran casi imposible que la cumbre de Copenhague pueda alcanzar su meta". Esa meta sería la aprobación de un acuerdo vinculante que reemplace al de Kyoto.
La siguiente conferencia del clima se hará el año que viene en la ciudad de México, una de las más contaminadas del mundo.
JORGE GADANO
jagadano@yahoo.com.ar