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Se ha transformado en un lugar común de algunos referentes de la política nacional referirse paradójicamente a la gestión de gobierno como un ejercicio de gestión sin política. A diferencia de lo que planteaba el ex presidente de la Nación Juan Domingo Perón, en el sentido de que era más importante el hacer que el decir (o sea transformar más que explicar), ahora estamos en presencia de un hacer sin pensar ni decir. Para estas personalidades y estos dirigentes, ubicados por cierto en un amplio arco del espectro partidario, los pensamientos y decires caen dentro de aquello que peyorativamente designan con el término "ideología", a su juicio una mala y vetusta palabra. El gobernador Scioli es un abanderado de esta causa, en la que también abreva la legisladora porteña de izquierda Patricia Walsh con su insistencia en priorizar las neutras tareas de alumbrado, barrido y limpieza. Pero quien más insiste en esta profesión de fe de una gestión desideologizada es el actual jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el ingeniero Mauricio Macri. Como lo expresara irónicamente su ministro de Cultura Hernán Lombardi, "Macri y yo somos del PC, el partido de lo concreto". ¿A qué se debe este tipo de planteamientos? Por un lado, a las sugerencias hechas por ciertos asesores que creen visualizar lo que la "gente" entiende y exige en un momento determinado, ejemplificado en sentencias como "obras y no palabras". Por otro, a que hay una confusión respecto del estatus que tienen las obras de infraestructura y otros artefactos que cotidianamente se construyen a partir de las decisiones políticas que toma una administración. Un puente, una autopista, un sistema de tendido eléctrico, las obras de alcantarillado, etcétera, son artefactos tecnológicos y, por tanto, considerados como entes neutrales y objetivos, libres de cualquier contaminación subjetiva y, por supuesto, ideológica. Las teorías científicas, como una consecuencia lógica de su propia estructura interna, transmitirían sus características esenciales, neutralidad epistémica y valorativa, a las tecnologías. Sin embargo, la tesis que sostiene estas aserciones -que la tecnología es una simple aplicación de las teorías científicas- es difícil de sostener. Una digresión: no es éste el espacio para analizar los fundamentos y atributos de la ciencia. Realistas, instrumentalistas, constructivistas y otros "istas" siguen debatiendo con argumentos más o menos sólidos el estatus de la ciencia. Sobre esto no vertemos opinión justificada por ahora, sino que lo que nos interesa aquí es analizar la consistencia de una idea que traza un camino unidireccional que va de la ciencia a la tecnología. Sigamos. Trabajos liminares de E. T. Layton hasta más recientes de Marc de Vries, B. V. Koen y Gunther Ropohl han asentado una concepción multifacética de entender la tecnología, en particular como un campo de conocimientos por derecho propio, distinto del científico pero tan complejo y rico como éste. Por lo tanto, sería injusto y falso sostener alegremente que la tecnología es solamente ciencia aplicada y, como tal, libre de intereses y valores políticos, ideológicos, económicos, sociales, morales, etcétera. Sin embargo, alguien con astucia podría argumentar que posicionarse desde una teoría que sostiene que la tecnología no depende causalmente de la ciencia es sólo eso, una teoría. Vayamos por otro camino entonces. Volvamos a nuestros políticos. Su planteo es que una buena gestión realiza cosas -artefactos tecnológicos- sin ideología. Langdon Winner es un reconocido cientista político norteamericano. Tiempo atrás publicó un texto clásico de los estudios sociales de la tecnología llamado "La ballena y el reactor: una búsqueda de los límites en la era de la alta tecnología". En el capítulo 2 de la obra, cuyo título provocador es "¿Tienen política los artefactos?", analizaba las características notables de los sobrepasos de las autopistas que vinculan el centro de Nueva York con Long Island. Se repite en estas construcciones un llamativo patrón: son de muy baja altura, con tres metros como máximo (ver foto 1). Las autopistas fueron construidas a partir de la década de 1920 y su impulsor fue el arquitecto Robert Moses (foto 2). Moses es considerado como el gran planificador neoyorquino, siendo uno de los principales responsables de la fisonomía y el paisaje urbano de la ciudad norteamericana. Winner nos cuenta que la publicación de la biografía de Moses escrita por Robert A. Caro ("The Power Broker: Robert Moses and the Fall of New York") arrojaba la luz necesaria para poder iluminar el tema de los mencionados sobrepasos. Resultó ser que Moses tenía una particular animadversión por pobres y negros. Su corazón latía al ritmo de las clases pudientes y de la clase media blanca (Moses se refería a esta última con afecto como la "comfortable middle class", la confortable clase media neoyorquina), que eran los principales usuarios de las playas balnearias de Long Island. Y claro, además, viajaban en automóviles particulares. En cambio, el medio de transporte preferido de los sectores de menores recursos eran los autobuses, cuya altura promedio era de 4,50 metros, por lo que estaban imposibilitados de circular por las autopistas. La ideología, reaccionaria en el caso de Moses, había travestido en la forma de sobrepasos, se había corporizado en un artefacto. Un artefacto tecnológico material entendido en sí mismo como política de control y segregación social y racial. Desde esta publicación de Winner se ha ampliado con nuevas evidencias la convicción de que no es posible seguir manteniendo una visión tan ¿ingenua? respecto del papel de la tecnología en su vinculación con el entramado de intereses políticos e ideológicos de los gobiernos. Por ello, cada vez que veamos a un funcionario nacional, provincial o municipal cortando la cinta al inaugurar una obra pública bien haríamos en recordar la historia de Moses. A veces, aun en las cosas que se presentan de la manera más material y neutra, podemos rastrear, si nos tomamos un tiempo para reflexionar, los fantasmas vivos y presentes de la ideología y la política. VLADIMIR L. CARES (*) Especial para "Río Negro" (*) Ingeniero. Coordinador del Profesorado de Educación en Tecnología, UNC
VLADIMIR L. CARES |
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