| Hace más de un año, el oficialismo mismo se las arregló para diseminar la idea de que en el país existía "un clima destituyente" que planteaba un peligro a la democracia. En aquel entonces exageraba, pero en los últimos meses se han multiplicado las alusiones al eventual adelantamiento de las próximas elecciones presidenciales e incluso a la posibilidad de someter a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a un juicio político por enriquecimiento ilícito. Así las cosas, resultó un tanto contradictoria la actitud manifestada por el ex presidente interino Eduardo Duhalde en el discurso furibundo que pronunció el martes ante integrantes del Movimiento Productivo Argentino. Por un lado, subrayó que a los Kirchner "les quedan dos años" en el poder y que por lo tanto habría que prepararse para las elecciones del 2011 pero, por el otro, insistió en que "se está desplomando el liderazgo extorsivo que vive la República", que "no se tolera más esta situación" y que "tenemos que ir hacia un gobierno patriótico de unidad nacional". Que Duhalde, un hombre que todavía cuenta con mucha influencia en el peronismo bonaerense, se sienta harto de los Kirchner puede entenderse. A pesar de haberles abierto las puertas de la Casa Rosada, ha sido uno de los blancos predilectos de sus ataques y tuvo que resignarse a la "traición" de muchos que habían ocupado puestos importantes en el aparato político que construyó cuando era gobernador provincial. Pero, si bien se ha habituado a expresarse con mayor vehemencia que los demás políticos -con la excepción, claro está, de los Kirchner mismos-, no cabe duda de que muchos comparten su opinión sobre la gestión de la pareja santacruceña. Como consecuencia, tanto Duhalde como otros opositores se ven frente a un dilema. Si realmente creen que "no se tolera más esta situación", no podrán darse el lujo de esperar dos años más para intentar remediarla, pero si creen que es mala pero no tanto como para justificar medidas destinadas a modificar el calendario electoral, sería mejor que moderaran su propia retórica. Mucho dependerá de lo que suceda después del 10 de diciembre cuando, por fin, comenzará a sesionar el Congreso que fue renovado el 28 de junio pasado. A menos que la presidenta y su marido abandonen la actitud beligerante que les ha permitido recuperar, acaso pasajeramente, el terreno que perdieron en las urnas, nos aguardará un futuro plagado de enfrentamientos furiosos que obligarán al Poder Legislativo a ceder o, en caso contrario, a adoptar una postura que el gobierno denunciará por "destituyente". Dadas las circunstancias, la alternativa más lógica sería que la presidenta aceptara que ha cambiado el equilibrio de poder entre el Ejecutivo y el Legislativo y que por lo tanto tendrá que acostumbrase a cogobernar, pero a juzgar por su conducta reciente no tiene la menor intención de hacerlo. Es casi inevitable, pues, que surja un conflicto de poderes que, en vista de la voluntad del gobierno kirchnerista de dominar la calle con la ayuda de sus aliados piqueteros y sindicales, podría resultar sumamente peligroso. En la raíz del embrollo que se ha creado está el ex presidente Néstor Kirchner. Aunque no desempeña ninguna función oficial, nadie ignora que es el "hombre fuerte" del gobierno de su esposa y el responsable de buena parte de los errores, algunos garrafales, que ha cometido la presidenta desde inicios de una gestión en que la popularidad que constituía el grueso de su capital político se derrumbó por completo. Aunque cuesta creer que Cristina no entienda que la ha perjudicado enormemente la proximidad asfixiante de su marido que, entre otras cosas, se imagina facultado para manejar la economía a su antojo en medio de una crisis internacional que podría agravarse en cualquier momento, no hay señales de que esté dispuesta a resignarse a un arreglo menos anómalo. Sin embargo, de mantenerse en sus trece la presidenta, sería poco probable que se prolongara hasta los meses finales del 2011 el presunto desplome del "liderazgo extorsivo de la República" al que se refirió Duhalde, de suerte que tanto los dirigentes políticos como el resto de la población tendrán que prepararse para enfrentar una etapa que podría resultar muy pero muy agitada. | |