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Al parecer, la inseguridad, el temor a ser asaltado y, tal vez, muerto por unos pocos pesos o por un auto que irá a un desarmadero clandestino, es la mayor preocupación de los argentinos -o, por lo menos, de los habitantes del Gran Buenos Aires-. En el "interior" también tenemos miedo. Es una cuestión delicada pero, si bien hay quien lo considera un tema para especialistas, éstos tampoco saben qué hacer y todo el mundo opina -especialmente los famosos del negocio del espectáculo y lo que aquí se entiende por informativo y que no toca otros temas que éste-. De modo que esa generalización de las opiniones de los que no conocen nada del tema, y que también me toca, me lleva a opinar también. Empecemos por una constatación: mal de muchos, consuelo de tontos. Cada víctima de un asesinato o de una violación en el conurbano bonaerense me duele. Pero nuestro país ni figura en la lista de los más violentos -dejando de lado aquellos que están en guerra o casos como Colombia, donde se combaten a la vez tres o cuatro guerras civiles-. Entre las ciudades con mayor cifra de asesinatos por 100.000 habitantes, Ciudad Juárez es la número uno del mundo, con 130. Caracas es la segunda, con 96; la tercera, Nueva Orleans, con 95; Tijuana (México) es la cuarta, con 73, y Ciudad del Cabo la quinta, con 62. En San Pablo, hace poco, el crimen organizado dirigió desde una cárcel la toma de la ciudad de 18 millones de habitantes. Brasil tiene sólo el 2,8% de la población mundial, pero "aporta" anualmente el 11% de los homicidios mundiales -cada 12 minutos una persona muere asesinada-. El promedio anual de muertes por armas de fuego asciende allí a 40.000. Nueva York, Los Ángeles, Boston, Dallas, Filadelfia o Nueva Orleans -la ciudad donde más ha crecido el crimen- son sólo algunas metrópolis estadounidenses donde los asesinatos han aumentado considerablemente en lo que va del año, tornando nuevamente peligrosas las calles norteamericanas donde -en muchos estados- existe la pena de muerte, reclamada a gritos por algunos "ricos y famosos" en nuestras playas, a pesar de que todos los estudios indican que eso no disminuye la delincuencia, porque muchos criminales "están jugados". Estados Unidos tiene otras peculiaridades: una es el derecho constitucional de cualquiera a poseer armas de cualquier tipo; otra es que tira a los pobres a la basura -como lo demuestra la dificultad de Obama de lograr darles una cobertura médica elemental-. Argentina no figura en ninguna de estas listas. En la Argentina, en el 2007 se perpetraron 711.987 robos, hurtos y otros delitos contra la propiedad (datos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, Sistema Nacional de Información Criminal). A su vez, en Francia, desde febrero del 2007 hasta enero del 2008 se comprobaron 2.352.951 delitos contra los bienes, es decir 6.446 delitos por día. De ellos, los robos fueron 1.778.888 y los actos de vandalismo, 461.977 (datos del Ministerio del Interior, Policía Nacional, Observatorio Nacional de la Delincuencia, Bulletin Mensuel, febrero del 2009, reproducidos por Eric Calcagno, ex embajador argentino en Francia). De acuerdo con estas cifras, la tasa de delitos contra la propiedad por cada 1.000 habitantes-año fue en Argentina de 17,8 y en Francia de 37,3; es decir, sufrimos menos de la mitad de robos y destrucciones que en Francia. La violencia no es, pues, un fenómeno local ni es culpa del gobierno de turno. Tampoco parece tratarse de un problema que tenga solución dentro de los parámetros en los que se lo está planteando: represión, clamor por mayores penas y por bajar la edad de imputabilidad, pena de muerte, más policía. ¿Qué se espera de un sistema en el que los dos mayores negocios son las armas y la droga y donde la desocupación no hace más que aumentar por doquier? Estamos ante un problema global que debe atacarse localmente: es una tarea imposible. La pequeña burguesía está asustada, diría un marxista. Y la pequeña burguesía asustada termina clamando por el fascismo. Mientras tanto, tenemos a la mitad de la población por debajo de aquello que definimos arbitraria y falsamente como "línea de pobreza". Y ciudades dentro de las ciudades en las que la policía no se atreve a entrar pero sobran armas y donde todos los vecinos saben quién impunemente vende droga a los menores. Ciudades secretas donde la violencia es aún mucho mayor que afuera pero transcurre en un silencio metafórico porque los disparos de las armas al alcance de cualquiera se oyen. Guerras de pobres contra pobres. Los crímenes que más espantan son los asesinatos y las violaciones, y la gente sale a las calles reclamando más seguridad al gobierno. Pero el gobierno está sobrepasado, tanto la policía como la Justicia, y mucha gente pobre les teme más a los policías que a los criminales; a veces, con razón, porque son socios. En cuanto a la Justicia, sólo el seis por mil de los delitos recibe una sentencia de prisión efectiva, a lo que se agrega que uno de cada tres detenidos por año es reincidente. Los ricos recurren a la policía privada: el mercado de la vigilancia privada aumentó casi un 30% en cuatro años. Esta cifra contempla solamente la vigilancia humana, a la que se agrega la electrónica -que sólo puede constatar un crimen después de cometido pero que aumentó un 60% en dos años (según datos de la Cámara de Empresas de Monitoreo de Alarmas)-. Otro pingüe negocio que vive de la inseguridad. Sin embargo, nada de eso nos pone al abrigo de los criminales, que no solamente saben operar en los barrios cerrados sino que gozan de una publicidad fantástica. En los llamados "informativos" de la tevé, los crímenes y sus consecuencias -los charcos de sangre, los deudos llorosos, los testigos que no vieron nada (o que sí vieron pero no se atreven a hablar), las niñas llorosas- ocupan la mitad del tiempo que la publicidad deja libre -la otra mitad se dedica al fútbol-. La publicidad, además, muestra un estilo de vida totalmente inalcanzable para mucho más que la mitad de la población. Toda una escuela -mucho más eficaz que la degradada escuela pública- para jóvenes desocupados y sin esperanzas que enfrentan una vida corta y vacía de todo contenido. Además de la televisión están los videojuegos: juguemos a matar peatones con un automóvil virtual -quien mata más gente, gana-. O a violar chicas virtuales, la propuesta de un nuevo juego japonés que todavía no ha llegado aquí pero que por suerte ha desatado un menudo escándalo aun en la supermachista sociedad japonesa. No estoy diciendo nada nuevo: sólo estoy repitiendo lo que ya se dijo en todos los tonos. No se trata de perdonar a los delincuentes, cualquiera sea su edad, pero tampoco se los puede dejar abandonados a su suerte, que es lo que hace esta sociedad despiadada. Es lo que se llama piadosamente "entregar a sus familias", que en la mayoría de los casos no existen o no contienen. En vez de eso debería haber escuelas-hogar que no sean cárceles manejadas por carceleros sádicos y corruptos y más y mejores escuelas; combatiendo la pobreza, ciertamente, no aumentando las ineficaces penas. En cuanto a bajar la edad de imputabilidad, entre nosotros aún existe la institución del patronato, que permite a un juez mantener indefinidamente preso en un lugar de "reeducación" (para que aprendan el crimen en serio) a cualquier menor sin someterlo a debido juicio ni darle la oportunidad de una defensa legal. Claro que hay muchísimo más: los adultos que hacen delinquir a los niños inimputables -eso ya lo había inventado Dickens a mediados del siglo XIX-. Y los grandes criminales de guante blanco, que siempre "zafan" por triquiñuelas legales, cuando los pobres pasan años procesados y sin condena porque no pueden pagar la fianza. Toda la sociedad es una gran escuela del crimen y del cinismo -y después nos indignamos contra los estudiantes aventajados de esa escuela-. Cuando yo tenía 10 años jugábamos a las figuritas. Ahora, los chicos de esa edad profanan tumbas. TOMÁS BUCH (*) Especial para "Río Negro" (*) Físicoquímico
TOMÁS BUCH |
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