Si los Kirchner se sintieran férreamente comprometidos con alguno que otro credo ideológico o religioso, podría entenderse su escaso interés en estimular la producción económica, ya que, como ha sido el caso en Corea del Norte, en Cuba antes de que Fidel Castro optara por dar un paso al costado y en el Afganistán de los talibanes, tendrían prioridades muy distintas, pero aunque la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido quieren hacer pensar que su gobierno es progresista, es decir, de centroizquierda, nunca han afirmado estar dispuestos a subordinar el crecimiento económico a sus objetivos sociales o filosóficos. Sin embargo, por motivos de política interna, la pareja ha librado una guerra despiadada contra sectores tan importantes como el agroganadero y el energético, mientras que en sus esfuerzos por complacer a grupos aliados ha perjudicado a muchísimos empresarios de otros rubros. Y, como si esto ya no fuera más que suficiente, su enfrentamiento con el FMI y su desprecio patente por todo lo vinculado con la seguridad jurídica ha impedido que la Argentina se beneficie plenamente del renovado interés de los inversores internacionales en las posibilidades brindadas por los llamados "mercados emergentes", categoría ésta de que según algunas consultoras nuestro país se ha visto excluido ya que a su juicio es a lo sumo "un mercado de frontera".
Las pérdidas causadas por la campaña de los Kirchner contra el campo han sido incalculables, pero no cabe duda de que alcanzan muchos miles de millones de dólares. De no haber sido por el conflicto absurdo con los "oligarcas" rurales, nuestra producción de granos, oleaginosas, lácteos y carne sería decididamente mayor de lo que efectivamente es, mientras que seguiremos teniendo acceso a mercados de exportación que en un alarde de proteccionismo al revés el gobierno sacrificó no para ayudar a los consumidores locales sino para perjudicar a los productores. Igualmente costosas habrán sido las supuestas por una política energética insensatamente cortoplacista: desde 1999 las reservas de petróleo se han reducido en un 25% y las de gas, a la mitad. Asimismo, el repliegue drástico de la actividad agropecuaria, la falta de inversión en energía, la ineficacia administrativa que es típica del gobierno kirchnerista y su costumbre de aprovechar el manejo discrecional de "la caja" para mantener dóciles a los gobernadores han incidido de manera desastrosa en las economías provinciales. A pesar de que en principio la evolución de la economía internacional debería sernos muy favorable, parecería que la mayoría de los empresarios y los dirigentes opositores se han resignado a que los más de dos años que quedan del cuatrienio previsto para la gestión de Cristina se vean caracterizados por dificultades imputables a la propensión de su marido a tomar decisiones económicas con el único propósito de premiar a sus amigos y vengarse de quienes se ven incluidos en su lista larga de presuntos enemigos.
Lo entiendan o no quienes se rasgan las vestiduras por la pobreza extrema de aproximadamente el 40% de la población, el problema así planteado tiene menos que ver con la distribución que con la incapacidad de la clase política nacional de estimular inversiones para permitir que surja una multitud de empresas de dimensiones modestas a lo ancho y a lo largo del territorio del país. Concentrarse en "redistribuir", como si la economía moderna fuera un juego de suma cero en que la prosperidad de algunos significa automáticamente la pobreza de otros, sólo serviría para depauperar a más personas. En cambio, una política económica racional brindaría a millones más la posibilidad de hacer valer sus talentos, de este modo aprovechando mejor el capital humano que poseemos en abundancia pero que el gobierno actual, lo mismo que algunos anteriores, parece resuelto a reprimir. Es factible que después del 10 de diciembre el Congreso renovado resulte capaz de obligar al Poder Ejecutivo a manejar la economía en beneficio de la mayoría de los habitantes del país, no sólo de un puñado de miembros de la elite gobernante y sus amigos. A menos que lo sea, la Argentina dejará pasar otra oportunidad histórica para poner fin a un período de decadencia que ya ha durado más de sesenta años.