La gira que inició ayer el presidente iraní por sudamérica genera rechazo y preocupación en la región, y no solo entre las comunidades judías.

"Indeseable", "personaje ominoso", "representante del oscurantismo" y "negador del Holocausto" son algunas de las palabras usadas en estas horas por los críticos de Ahmadineyad en América Latina.

Surge entonces la pregunta inevitable. ¿Por qué Lula Da Silva le abre las puertas de Brasil al polémico líder y se expone a sufrir un costo en su alta popularidad?

El analista político brasileño, Rodrigo Mallea, dio ayer algunas pistas en lanación.com. Mencionó que una respuesta puede encontrarse en la búsqueda brasileña de diversificar sus relaciones exteriores y ampliar su base de apoyo para expandir su protagonismo mundial, "aún a costa de las polémicas y críticas en la opinión pública brasileña y mundial". Citó como ejemplos de ese argumento las reiteradas abstenciones de Brasil en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ante recomendadas condenas contra regímenes autoritarios africanos.

Otra motivación brasileña mencionada por Mallea fue el esfuerzo por adquirir un mayor protagonismo internacional "mediante la ocupación de espacios extenuados de diálogo". En ese sentido mencionó el permanente contacto con Venezuela y Cuba mientras que en el ámbito internacional lo demostró con la reciente apertura de su Embajada en Corea del Norte.