| Aterrizó cada cual por su lado. En el acogedor ámbito, situado en un bosque umbrío, la Mediana las esperaba. Ya se habían comunicado, con esa extraña manera que tienen las brujas para evitar ser detectadas. Lo lograron: el entorno estaba libre de niños, niñas, jóvenes, adultos, y sólo había un perro afuera, tiritando en la tarde cálida. Primero llegó la Antigua, quien, quizás por eso, es el epítome de la distracción: se hubiera perdido si no fuera porque el trayecto es tan conocido, que ni siquiera tiene que pensar a dónde va. La Mediana ya tenía listo el caldero, del cual beberían durante el discreto aquelarre. Al rato, llegó la Nueva. ¿Qué le pasó a ese perrito que está debajo de una alfombra tiritando?, dijo al tiempo de abrazar a las otras dos, colgar la cartera de una silla y derrumbarse en ella. Qué perro, inquirió la Antigua. ¿No lo viste?, está escondido temblando. Obviamente, la Antigua no había visto nada que estuviera a sus costados, quizás porque sobrevivía a una compleja sesión de curación llamada cirugía y caminaba con sumo cuidado. Aunque es probable que no lo hubiera registrado de ningún modo. El caldero ya estaba listo. Consistía en un extraño adminículo de metal gris, con una protuberancia en forma de pico en un costado, y yacía en un azulado fuego fatuo. La Mediana, mientras llenaba un cuenco ovoide con una hierba verde y buscaba -y encontraba- otro adminículo alargado, con aberturas a ambos lados, el cual introdujo en el pequeño ovoide, explicó: es el pequinés que adoptamos en el monoblock, resulta que la vecina lo llevó a un lugar que se ocupa de perros porque estaba rascándose todo el día y era un asco. ¿Y? , exigió la Antigua, que es, además de distraída, muy ansiosa. La Mediana depositó el artefacto con vertedero en el brazo de un antiguo sillón, y mientras el líquido caliente del caldero llenaba el cuenco pequeño, se sentó y urdió una extraña historia. En cierta covacha llamada peluquería para canes, alguien vislumbró tantos insectos en el pequinés, que razonó así: si saco garrapata por garrapata y nudo por nudo, ciertamente llegará la noche y sus dueñas me convertirán en topo (animal al que, efectivamente, se parecía). De modo que, gordianamente, lo peló íntegro, salvo un mechón en la cola y en la frente. A esta altura del relato, las carcajadas de las tres resonaban con múltiples ecos por los senderos y árboles, de tal suerte que una bandada de pájaros huyó aterrada. El adminículo ovoide iba y venía, uniendo su extraño sonido al sorber las brujas el verde brebaje. Entonces, prosiguió Mediana, lo llevaron a un veterinario porque el perro temblaba sin parar, y diagnosticó "stress" (término que hizo llorar de risa a las Hermanas), porque dice que cuando pelan a los perros les da mucha vergüenza, y se esconden y tiemblan hasta que les crece el pelo. La Menor, avezada en lides de tipo educativo, inició un comentario acerca de las aberrantes costumbres de los magos de diversas ciencias, que derivó en una muy seria conversación sobre niños, jóvenes, formas abiertas y encubiertas de crueldad -de las cuales todas tenían experiencias-, y que se vio interrumpida cuando, mirando distraídamente un artefacto que hacía rato estaba mostrando imágenes remotas, sin el menor sonido, la Mediana empezó a reír, lo cual no concordaba con la profundidad del tema. Arrastrada la mirada de las otras dos hacia el artefacto, observaron una mujer rubia a cuyo lado se sentaba un gorila blandiendo un lápiz. Dotando de voz a dicho artefacto, el gorila, que era un hombre estudioso de tales seres, vistiendo en concordancia, promocionaba el manuscrito que había elaborado. En enormes letras rojas, se leía: "¡Primicia de Crónica! Hombre gorila se identifica totalmente con ellos", y eso fue el caos. Los graznidos resonaron en todo el bosque, hasta que una de ellas anunció que se hacía tarde, y las tres montaron un único artilugio y partieron hacia el hogar común, donde residía el Primer Mago. MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com | |