En el presente, continúan los ecos del vaticinio hegeliano sobre "la muerte del arte"; para unos, el arte agoniza en vanos intentos de resurrección, para otros en cambio, se esfuerza en delimitar un territorio a través de la incorporación de procedimientos, disciplinas, exploraciones, y con esta apertura enfrenta la crisis de sentido que atraviesa desde hace décadas, la cual llevó al arte a ser condición de posibilidad de todo: no hay criterios de consagración fijos, tampoco imposición de elementos técnicos que determinen lo que puede ser "artístico".

Así, de un lado están quienes ven con optimismo esta mutación del arte en una zona de hibridaciones, de mixturas, donde su potencial es infinito, mientras que para otros, las obras de arte se han transformado en eclécticos dispositivos de complejos mecanismos que ya no conmueven, no significan, y plantean con el intérprete un hiato que éste sólo puede atravesar si alaba ciegamente el conceptualismo hermético que tiene frente a sí. El intérprete consume "arte", visita atiborradas galerías y glamurosos museos del mundo desde una distancia apática, persuadido de que si determinado "objeto-performance-instalación-intervención" o como decidan llamarlo está allí entonces "debe ser arte".

A partir de esta encrucijada respecto del diagnóstico sobre el presente del arte cabe preguntar cuál posicionamiento representa legítimamente el escenario estético contemporáneo. En mi opinión, ambas posiciones tienen razón, y por lo mismo, cada una se equivoca un poco.

Efectivamente la absoluta libertad de procedimientos del arte plantea los más felices augurios pero también legitima que "cualquier cosa" sea arte, y en ese caso la institución consagra artefactos "increíblemente singulares" y expulsa a quien no dispone de formación para interpretar como "artístico" lo que contempla, toca, escucha. Tomemos algún artefacto considerado "obra" como los enormes salvavidas de motivos infantiles y vistosos colores de Jeff Koons (Serpentine Gallerry, Londres, 2009) por citar uno de los artistas más influyentes del presente, donde el espectador se queda con la sensación amarga de no encontrar aquel sentido perdido en la obra y en un arrebato de sinceridad reconoce ruborizado que aquel objeto no le dice nada.

Es aquí donde emerge otra pregunta que tal vez aclare posibles direcciones en relación con el primer interrogante: ¿no debería el arte contemporáneo volver -desde una visión crítica- a aquella consigna de las vanguardias de "acercar el arte a la vida"?

Creo que es en esta pregunta y por supuesto en la movilización por encontrar respuesta/s donde se vislumbran luces en el panorama del arte. No obstante, cuál es la lectura actual de esa consigna, pues naturalmente en virtud del pluralismo estético, no va a consistir en un único modo sino en múltiples accesos e indagaciones; no se trata de megaobras sino casi de ejercicios que buscan lograr un determinado efecto en otros antes que una impactante pero superficial presencia.

Quisiera entonces mencionar una instalación que refleja la fisonomía actual del arte como una zona de relaciones de integración de disciplinas, a la vez que reflexiona sobre los distintos alcances de la intención de acercar el arte a la vida sin la pretensión grandilocuente de agotar sus sentidos sino desde la indagación sobre sus alcances más concretos. En este sentido la instalación plantea un tratamiento del concepto "vida" no como algo abstracto sino aplicado a la dimensión acotada de la cultura, la ciudad, la casa.

Dicha instalación de la artista canadiense Pat Badani se tituló "Where are you from _Stories" (2002-2009), integró la muestra "Extranjerías" montada en el Espacio Fundación Telefónica de Buenos Aires entre julio y septiembre del presente año, tuvo como curadores a Néstor García Canclini y Andrea Giunta y contó con la participación de diez artistas que presentaron su reflexión sobre el tema convocante: la "extranjería" ya que de acuerdo con los curadores el sentido de la palabra "extranjero" en la actualidad no parece asociarse solamente al traspaso de las fronteras de un país a otro, sino a otras experiencias de extrañamiento y de segregación contemporáneas.

Esta instalación, que es digital e interactiva ofrece dieciséis videos de tres minutos cada uno que le permiten al visitante armar un recorrido por distintas lenguas y relatos de arraigo y desarraigo. Quien participa en la instalación tiene ante sus ojos una pantalla con primerísimos planos de hombres y mujeres de distintas edades, nacionalidades. Una vez que selecciona un rostro en la pantalla éste comienza a hablar sobre el sentido de la vida, su vida y qué haría si tuviera una varita mágica. Nada más? suficiente? Al contemplar esos rostros, escuchar sus historias, puede el intérprete saber un poco más de sí mismo. A través del distanciamiento que ese rostro supone puede el intérprete desplegar una lectura empática que da cuenta de la convergencia sorprendente entre seres profundamente diversos que son no obstante, semejantes más allá de las latitudes, razas, credos.

Por eso, frente a las legítimas objeciones a la elocuencia del arte contemporáneo, entre las sombras que señaladas, hay luces que se encienden. Esta instalación pone de manifiesto que poco importa obedecer al legendario mandato del arte de autolimitarse, de fijar límites, que valga la redundancia, delimiten aquello que puede o no ser considerado artístico; antes bien, defiende la intención primordial del arte de acercarse a la vida, intención que cristaliza -a través de los más heterogéneos mecanismos- en la interpelación del espectador el cual deviene partícipe de una experiencia estética: la suya propia. Es desde estos híbridos procedimientos, los cuales pueden ser fílmicos, fotográficos -entre tantos otros- que el arte toma contacto con la vida y al reinventarse aplaca las sombras de su agonía a la vez que ilumina direcciones futuras que hablan del deseo de un porvenir.

MARíA JOSÉ MELENDO (*)

(*) UNC-Conicet