Los correntinos tienen motivos para sentirse engañados. Luego de haber votado por un candidato a gobernador antikirchnerista, Ricardo Colombi, acaban de descubrir que en verdad habían apoyado a un partidario entusiasta de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido. Igualmente indignados están los radicales: según el presidente de la UCR, Gerardo Morales, se trata de un caso que "supera ampliamente el de Borocotó", el militante de PRO que para asombro de todos se convirtió al oficialismo horas después de haber sido elegido diputado por el macrismo. En vista de que Morales apoyó a Colombi, cuyo rival y primo fue respaldado por Julio Cobos, la exasperación que siente es lógica. Quienes sí están festejando "la traición" de Colombi son los Kirchner, que acaban de conseguir otro "radical K", pero extrañaría que confiaran demasiado en la lealtad del próximo gobernador de Corrientes. Como sucede con otros mandatarios provinciales, entre ellos Fabiana Ríos de Tierra del Fuego, el único motivo por el que Colombi se ha afirmado dispuesto a acompañarlos consiste en su necesidad de conseguir fondos para que su jurisdicción se mantenga a flote, de suerte que si el dinero comienza a escasear podría cambiar de opinión nuevamente. De todos modos, no bien hizo gala de su fe kirchnerista, el correntino movedizo se entrevistó con el ministro de Planificación, Julio de Vido, para "analizar" la marcha de las obras públicas locales. También cuenta con el apoyo del ministro de Economía, Amado Boudou y, desde luego, de la presidenta Cristina.
Dadas las circunstancias, es comprensible que no sólo los gobernadores provinciales sino también muchos intendentes, legisladores y operadores partidarios estén dispuestos a venderse al mejor postor. Colombi puede argüir que sería muy injusto de su parte anteponer su condición de radical a los intereses concretos de los habitantes de una provincia muy pobre, pero hubiera sido mucho mejor que hablara así antes de las elecciones en que triunfó sobre su primo, no después. No lo hizo porque sabía muy bien que una manifestación de kirchnerismo explícito le hubiera costado la gobernación a la que aspiraba. Parecería que a su juicio los correntinos, al igual que aquellos porteños que votaron por Eduardo Lorenzo, o sea, "Borocotó", no entienden la realidad política y por lo tanto hay que decirles lo que es de suponer quisieran oír. En todos los países democráticos pueden registrarse casos de legisladores o gobernadores que optan por abandonar su propio partido para afiliarse a otro, pero con muy escasas excepciones lo hacen por motivos puntuales luego de meses de vacilación en que participan de debates internos.
En cambio, aquí los tránsfugas más notorios sólo han necesitado minutos para decidir que les convendría despedirse del partido o movimiento que los ayudó a trepar hacia un puesto deseable e integrarse a otro más rico que por lo tanto puede asegurarles más dinero o, cuando menos, una prebenda que podría resultarles lucrativa.
No es del todo fácil para los dirigentes de los partidos perjudicados por la deserción de personajes como Colombi encontrar la forma de impedir que actúen como independientes. A esta altura sabrán que es inútil hablarles de la ética y de la importancia de acatar ciertas reglas mínimas, por ser cuestión de principios que les son totalmente ajenos. Tampoco sirve para mucho decirles que deben respetar más al electorado, ya que en última instancia la salud del sistema democrático depende de la relación entre la ciudadanía y sus representantes elegidos. En nuestro país, la clase política se ha desprestigiado no sólo por su ineficacia colectiva, por la corrupción endémica y por estafas como la protagonizada por los tristemente célebres "candidatos testimoniales", sino también por la falta insolente de sinceridad de una proporción sustancial de sus integrantes. Puede que Colombi y otros como él no se sientan preocupados por la incidencia de su conducta impúdica en el estado de ánimo de la ciudadanía pero, lo sepan o no, si una vez más se produce una rebelión parecida a la de fines del 2001 contra la clase política en su conjunto, entre los responsables principales estarán aquellos dirigentes que han traicionado a sus respectivos partidos y, claro está, a quienes votaron por ellos.