La historia del sindicalismo argentino cambió de rumbo con el golpe de Estado del 4 de junio de 1943, celebrado por sus autores en la letra de una marcha que lo designaba como un "olímpico episodio de la historia" y que juntaba la razón con el corazón en un grito que decía "honradez, libertad y honor".
Después, esa alusión cardíaca reapareció con el "grito de corazón" de la marcha Los Muchachos Peronistas y fue "viva Perón". Era Juan Domingo Perón, el coronel designado secretario de Trabajo y Previsión por el régimen militar, que implantó en la legislación argentina el principio del sindicato único por actividad u oficio y metió la clase obrera en un chaleco de fuerza que sobrevive hoy. A cambio, los trabajadores recibieron un montón de ventajas que hasta entonces la débil legislación laboral les había negado.
Los sindicatos reconocidos por el Estado fueron, en adelante, "la columna vertebral del peronismo". Y los obreros así disciplinados cumplieron la consigna de su líder, "de casa al trabajo y del trabajo a casa". Salvo la presencia en la plaza de Mayo los días 1º de Mayo, Fiesta del Trabajo, y 17 de Octubre, Día de la Lealtad, para escuchar al líder, corear "la vida por Perón" y, en el final, por un feriado el día siguiente, "mañana San Perón".
El principio fue borrado por otra dictadura militar, la de la Revolución Libertadora, y reimplantado por el gobierno de Arturo Frondizi en 1958, en cumplimiento del pacto con Perón que le dio el triunfo en las elecciones de febrero de ese año.
Antes de 1945 las izquierdas socialista y comunista habían estado al frente de algunos sindicatos. Con la proscripción del peronismo recuperaron ese lugar después del derrocamiento de Perón, pero con la ley de Frondizi el sindicalismo peronista volvió, de la mano de las 62 Organizaciones y bajo la conducción del metalúrgico Augusto Vandor.
Es así como hoy, igual que hace más de medio siglo, indemne después de sobrellevar otras dictaduras tiene existencia legal una sola CGT, con el Jimmy Hoffa argentino, Hugo Moyano, en la secretaría general. La Central de Trabajadores Argentinos, CTA, a los gritos desde hace años en pos de la codiciada personería gremial, no la tiene, por dos razones: una, el gobierno, que cuenta con el apoyo de Moyano, no se la da, y dos, carece de la fuerza suficiente para obtenerla, porque los gremios fuertes están en la CGT. Ésta puede paralizar el país, como lo hizo una docena de veces durante el gobierno de Raúl Alfonsín; la CTA no.
Juan Belén, adjunto de la Unión Obrera Metalúrgica y de la CGT, avivó la discusión del modelo sindical cuando, en un lenguaje de la jerga policial-nacionalista definió la CTA como "una zurda loca que manejan desde afuera" y la identificó con la Cuarta internacional trotskista. Lo de afuera es siempre malo para cierto "pensamiento nacional" patriotero. La zurda, nacida con la Revolución Francesa porque los representantes del pueblo se sentaban a la izquierda en el recinto donde sesionaba la Convención, es loca por esa manía revolucionaria que no la abandona. De las ideas de Belén sobre la derecha nada sabemos, porque no conocemos expresiones suyas al respecto. Es posible que no tenga ninguna, porque quienes se apoltronan en el sindicalismo de Estado miran para un solo lado, siempre en pos de la armonía entre el capital y el trabajo predicada por Perón desde que llegó a la Rosada con la bendición eclesial.
En línea con Belén llegó la voz del luzifuerzista Oscar Lescano, el más gordo entre los gordos cegetistas veteranos después de la muerte de José Rodríguez quien, luego de preguntarse sobre "¿qué está haciendo la zurda hoy?", nos dio, al contestarse, la posibilidad de ir a lo más hondo del pensamiento peronista. Dijo: "Está aprovechando lo que no pudo hacer en sus mejores momentos porque el movimiento obrero con sentido peronista no lo permitió y aquellos que no son peronistas no le permitieron meterse con el sistema". También se refirió Lescano a los obreros sin "sentido peronista" (los de los subterráneos de Buenos Aires, que se han dado una conducción de izquierda) para decir que "son la anarquía". O sea que, sumadas las condenas al trotskismo y al anarquismo, queda la posibilidad de que la burocracia sindical peronista reconozca en Stalin algunas virtudes. Por ejemplo, la de haber sido el creador y jefe de la más grande burocracia en la historia de la humanidad.
El sindicalismo de Estado que reivindican los líderes cegetistas, que no reconoce minorías ni disidencias, cierra cualquier posibilidad de debate y pluralismo en el seno del movimiento obrero. Así, y en beneficio de un elenco dirigencial que maneja cuantiosos fondos provistos por el Estado mediante la retención de cuotas sindicales y de obras sociales, se constituye en un "factor de poder" fuera de la Constitución. La unidad en la acción, se trate de un sindicato, de un partido político o de una simple asociación civil, es un objetivo loable, siempre que no se la haga depender de una decisión del Estado sino de la voluntad de los representados. Dicho en otras palabras: la "personería gremial" de los sindicatos la dan los trabajadores, y el Estado debe limitarse a registrarla. De no ser así, los sindicatos terminan siendo un instrumento de control del movimiento obrero.
JORGE GADANO
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